A Antonio Fernández, taxista madrileño de 54 años, le sorprendió la decisión de su hijo mayor Antonio Fernández, igual que él. Ambos llevan con resignado orgullo el nombre más repetido en nuestro país. Más de 666.000 hombres se llaman así en España. Lo de Fernández, el cuarto apellido más común, es un colmo casi de chiste. "Los Fernández, Los García… Uno empieza a saturarse", resume el hijo, que hace poco más de un año, con 22, acudió al Registro Civil para invertir sus apellidos y anteponer el de su madre, Iturralde. Acaba de terminar sus estudios de Psicología y le gustaría abrir una consulta privada que lleve su nombre. "Iturralde, sin duda, tiene más empaque", interrumpe el padre, conforme solo a regañadientes.
Aunque Antonio no deja de bromear sobre ello, reconoce que el asunto se ha convertido en un duelo de egos con su suegro, donostiarra y padre de tres hijas que observa con alivio que el apellido familiar no morirá con él. "Desde que se aprobó la ley, sabía que, más pronto que tarde, me quedaría en un segundo plano".
Con la entrada en vigor del artículo 49 de la Ley 20/2011 del Registro Civil, no solo los padres están obligados a escoger el orden, también los hijos, una vez cumplida la mayoría de edad, pueden invertir sus apellidos. De momento, el paterno continúa prevaleciendo en nuestro país y solo un 0,5% de las parejas que inscriben a sus hijos han aprovechado esta oportunidad, según datos del Ministerio del Interior.
El argumento más común para mantener el paterno es la fuerza de la costumbre, pero la gran mayoría agradece la posibilidad. Quienes optan por el materno es porque suena bien, combina mejor con el nombre, garantiza la continuidad de un apellido familiar y, sobre todo, por puro capricho.
Antonio, hijo, agradece el beneplácito de su padre y lo interpreta como un gesto de gran generosidad, ya que en el resto de la familia paterna no se entiende que haya consentido la pérdida de su apellido. "Para ellos es una seña de identidad familiar. Igual que para ellos ha supuesto cierta frustración, los abuelos maternos, sin embargo, no pueden estar más encantados y lo toman como un paso más en una sociedad que aún arrastra desigualdades de género", explica.
Si trasladamos el debate a Iñaki Lajud Alastrué, psicólogo experto en masculinidades, sus argumentos coinciden con lo expuesto por este joven. "La posibilidad de elegir apellido es un pequeño gesto, pero muy significativo porque obliga a repensar la sociedad y rompe con ese privilegio masculino por el simple hecho de ser hombre.
Tanto en la legislación como en el ámbito cotidiano. No tiene por qué suponer ningún quebranto para el hombre. Tradicionalmente, la identidad masculina se conforma a partir de otros factores, mitos, creencias y expectativas, como el éxito social y el control tanto externo (político, empresarial, financiero, cultural…) como interno (emociones). Frente a todo esto, la carga del apellido tiene poco valor".
Lo que aprecia Lajud Alastrué es que la posibilidad de elegir e incluso el debate mismo en pareja se ha asumido de un modo natural en la población más joven. "El hombre generalmente se está implicando en ese cambio social y asume como algo propio la lucha por la igualdad. Por otra parte, es lógico pensar que dos personas que se emparejan comparten valores y una misma forma de concebir todo esto. Para un padre con hijos mayores sí puede suponer una realidad que choca con él porque viene a alterar ese lugar de privilegio del que siempre disfruto".
"Pero yo no lo llamaría crisis de identidad, sino más bien que lo creen algo innecesario o sin sentido. Tenemos que dejarles un tiempo para que esta medida se vaya normalizando. Así está ocurriendo históricamente en otros aspectos. La mujer lleva mucho tiempo peleando por sus derechos y sus conquistas van permeando la vida cotidiana. Aunque les cueste, ellos van encajando los cambios, incluso se suman y se reconocen en esta nueva realidad".
Ana María Salazar, de 57 años, prefiere omitir el apellido de su exmarido. También sus dos hijos, Eva y Alonso, de 28 y 31 años, lo reducían a su inicial, siempre que el contexto se lo permitía, hasta que acudieron a las oficinas del Registro Civil hace cuatro años con el deseo de anteponer el apellido materno y poner punto final a una relación que nunca existió.
El padre se fue de casa hace más de dos décadas y consideraron absurdo tener que arrastrar su apellido de por vida o legárselo a una descendencia que está a punto de llegar. "Puesto que la legislación lo permite, no había ninguna razón que les atase a su apellido", comenta la madre. Por otra parte, reconoce que Salazar, un apellido de origen vasco, es bastante más sonoro que el del padre.
Hay que señalar también que la libre elección del orden favorecerá la diversidad de apellidos puesto que muchos padres optan por anteponer el apellido menos común de los dos. España y Portugal son los únicos países europeos con doble apellido. En nuestro país se impuso en 1870 y fue una ventaja, puesto que no excluye ni la línea paterna ni la materna. La legislación es diferente en cada país, pero la costumbre en muchos sigue siendo tomar el apellido del marido. Nuestros vecinos portugueses eligen qué apellidos llevarán sus descendientes y si usan ambos o uno solo.
En países como Suiza, Holanda, se usa uno solo, el que elija la pareja. Los austriacos deciden en el momento del enlace cuál de los dos aporta el apellido al matrimonio y a su descendencia. En Francia, desde 2005, la pareja escoge si transmite uno o los dos unidos por un guion. Y en Suecia, si no hay acuerdo, se impone el materno. También en Brasil este es el que prevalece. Por el contrario, en países como Estados Unidos, Turquía o Japón la mujer pierde su apellido al contraer matrimonio. En Reino Unido también, pero más por tradición que por ley.