Estrechas, amplias, estampadas, lisas, de lino, de seda... La corbata ha sido, desde el origen de su creación, un complemento decisivo en la moda masculina. Es una prenda sencilla, pero en muchas ocasiones marca la diferencia entre la elegancia y lo descafeinado. Aunque la pandemia la ha condenado al desuso, debido al auge del teletrabajo y la paralización circunstancial de los viajes de negocios, la corbata nunca se ha ido; sigue aguardando, en el fondo del armario, a la ocasión que la devuelva a la primera plana. Lo que no se sabe tanto es de dónde viene y cómo se instaló en la moda masculina.
Existe cierto debate respecto a los primeros usuarios. Unos dicen que fueron los croatas quienes inventaron el término y otros aluden a la realeza francesa del siglo XVII como punto de partida de este apéndice natural del traje. Ciertamente, nadie se equivoca: si bien la tradición cuenta que nació en Croacia durante la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), fueron los franceses quienes la popularizaron.
Las mujeres croatas ataban al cuello de sus maridos un pañuelo rojo a la hora de despedirse. Con ello les transmitían su amor y fidelidad. Era, también, una forma de decirles 'os estamos esperando'. Aquel complemento maravilló al rey de Francia, Luis XIV; rápidamente, se apropió de la hrvatska (el nombre que las croatas pusieron a aquel trozo de tela) y la reconvirtió en cravette. De aquella fusión de términos surgió lo que hoy conocemos como 'corbata'.
La prenda se extendió por Francia a la velocidad de la luz, de forma que de un momento a otro, los cuellos de las élites dirigentes y la burguesía del país comenzaron a verse envueltos en esta suerte de tira tejida. Décadas después, durante la Revolución Francesa (1789-1792), el significante bélico volvió a rodear su uso: sirvió para diferenciar a los revolucionarios (la llevaban negra) de los contrarrevolucionarios (blanca).
A pesar del marcado papel belicista que inevitablemente rodea a su uso, con el tiempo se convirtió en el complemento indispensable de los trajes. El precursor, a este respecto, fue George Brummell, 'Beau Brummel', considerado por la historia como el padre del dandismo. Su gusto por la moda durante el siglo XIX le llevó a crear el modelo antecesor del traje que hoy conocemos. En él incluyó una serie de piezas de seda, ya conocidas por la élite francesa, que colgaban del cuello de la camisa. Siempre en tonos sobrios, nada esperpénticos ni llamativos, se ganó a pulso el reconocimiento como paradigma de la moda masculina moderna.
Desde la influencia de Brummell, la corbata abandonó el peso bélico que le había sido otorgado y pasó a formar parte del armario de los hombres elegantes. Desde entonces, ha sido tradicionalmente común entre los hombres de negocios y los 'gentlemen' y ha llegado a instalarse en la clase media de los países occidentales, principalmente. Su uso, antes de la pandemia, estaba instaurado en muy diferentes esferas laborales: desde altos ejecutivos hasta comerciales de venta.
Y llegamos al punto actual, en el que debido a la crisis sanitaria, la corbata ha sido condenada al olvido ante el descenso de los viajes de negocios, el auge imparable de las reuniones telemáticas y el fin de las ventas puerta a puerta. A pesar de ello, sigue muy presente a nivel institucional; cuesta encontrar a un presidente del gobierno que no la lleve puesta. Pero algo está cambiando: la Cámara de los Comunes británica cambió la normativa en 2017 para que los parlamentarios no tuviesen que llevarla por normas de etiqueta.
Sin embargo, nadie duda de que, una vez termine la crisis del coronavirus, la corbata volverá con fuerza para ocupar el lugar que desde mediados del siglo XIX le ha sido otorgado: el de los hombres bien vestidos. De Brummell a los 'gentlemen' modernos, seguirá siendo un indispensable de la moda masculina durante los próximos años.