En esta complicada crónica que vamos escribiendo, segundo a segundo, del coronavirus, de repente las residencias de ancianos se convierten en ese escenario que asoma dantesco para quien se puede permitir observarlo en la distancia de su encierro, e insufrible, intolerable y casi infame para el que tiene en su interior a algún familiar. Los datos de fallecidos, las sospechas de personas infectadas, los escasos recursos con los que el personal intenta atajar los casos de infección al tiempo que protegen y cuidan a los mayores nos están dejando la sangre literalmente helada.
El testimonio de Alfonso Gavilán (68 años) nos sobrecoge. Su madre, Petra García Feito, de 99 años, vive en la residencia SolSalud de Collado Villalba, un centro privado de la sierra madrileña. Ingresó en ella hace cinco años, cuando el alzhéimer entró en una fase tan avanzada que hizo imposible atenderla debidamente en el domicilio. Este miércoles, en una de sus insistentes llamadas al centro, le comunicaron que un residente y una de las personas que trabajan en él habían dado positivo.
Se le quiebra la voz al relatar lo que supone escuchar algo así pocas horas después de conocerse que en otra residencia madrileña van por la veintena de muertes, doce en Tomelloso, otros tantos en Vitoria. "¿Qué puedes imaginar que está pasando en la nuestra?", se pregunta. El tono quejumbroso de la doctora que le atendió telefónicamente, lejos de tranquilizarle, asegura que le dejó aún con mayor incertidumbre. "No les están haciendo los test y permanecen aislados en sus habitaciones en cuanto dan la mínima señal de tos o dificultad para respirar".
Su indignación fue mayor cuando le comentó que había puesto estos casos en conocimiento de las autoridades sanitarias, pero aún no había recibido respuesta. "¿Quiere decir que les han desahuciado ya? ¿No tienen derecho a un diagnóstico y a unos cuidados tengan la edad que tengan? ¿Así es como van a dejar morir a nuestros mayores?".
Cuando, a principios de marzo, los datos empezaron a ser alarmantes y se restringieron las visitas a lo absolutamente necesario, Alfonso entendió que España está viviendo una situación grave que requiere un esfuerzo muy grande por parte de todos. Él asumió el suyo. "Es una pandemia que afecta especialmente a las personas mayores y tenemos que poner de nuestra parte para contenerla. Pero nadie nos advirtió de que muchos podrían tener un final así".
Lo que él denuncia es la falta de información y de transparencia: "Resulta muy doloroso tener que elucubrar lo que pueda estar ocurriendo en el interior porque lo que nos transmiten es muy poco. En la primera planta todas las personas sufren un deterioro físico y cognitivo grave y, por ello, necesitan cuidados continuos, medicación y una higiene muy estricta. ¿Se está cubriendo todo esto? Sabemos, porque así nos lo han hecho saber, que el personal que está dentro precisa equipos, mascarillas y refuerzo. ¿A qué esperan?"
Da igual las preguntas que se haga este hijo porque todas quedan abiertas. Se aferra a las últimas noticias y no puede dejar de seguir con suma atención la evolución del coronavirus en las residencias de mayores. El panorama no le gusta nada. "El desamparo es absoluto. La imagen de los familiares en las puertas cerradas a cal y canto es demoledora. ¿Nos veremos así nosotros también cuando en unos días nos notifiquen que empieza a haber bajas? De ser así, sumaríamos el drama de no poder velar a nuestros seres queridos. La pena es horrible".
En Uppers hemos llamado a la residencia SolSalud de Collado Villalaba, quienes han preferido no hacer declaraciones. "La ley de protección de datos y la política de empresa nos impide darle información sobre si hay o no algún caso de coronavirus. Solo puede asegurarle que los residentes están todos bien. Ante el covid-19 actuamos respetando estrictamente las pautas impuestas para las residencias", se ha limitado a decir la directora.
Ni a Alfonso ni a nadie le vale la edad casi centenaria de Petra o su condición de dependiente para normalizar una realidad que empieza a agrandarse. "Morirá cuando tenga que morir, pero merece tener una muerte digna y humana. A pesar del alzhéimer, mi madre disfruta de buena salud. Sus únicos achaques derivan de la enfermedad, como la cistitis o algún cuadro respiratorio esporádico de tipo bacteriano. Ha vivido una república, una guerra civil, una dictadura, la Transición, varios gobiernos democráticos… Merece pasar esta etapa final de un modo noble y decente. Ella y el resto de los ancianos que están en nuestras residencias".
A su dolor se suma su hija Clara (36 años), una nieta que no soporta la idea de imaginar a su abuela Petra, ni al resto de los residentes, "asfixiándose en una cama, sin asistencia para respirar". Pide a aquellas personas que tengan competencia y responsabilidad "que den una solución urgente", antes de que los casos se multipliquen. "Cuando tengan que morir lo harán, pero con la dignidad y delicadeza debidas", insiste emocionada.