Una mayor esperanza de vida y los nuevos modelos de familia propician que cada vez sea más habitual que hombres maduros decidan tener hijos. Los psicólogos advierten: no es lo mismo que a los 30. Pero que no sea lo mismo no significa que sea peor.
En 2016, con 73 años, Mick Jagger fue padre por octava vez. Hay muchas cosas que el común de los varones puede envidiarle al cantante de los Rolling Stones, pero no el hecho de tener un hijo a una edad avanzada: eso está al alcance de cualquiera. De hecho, la decisión de traer un bebé al mundo se posterga cada vez más en España, tanto por hombres como por mujeres. Según el INE, lo de ser padre antes de los treinta está pasado: el 95,1% de los españoles de esa edad aún no ha cambiado un pañal.
En Estados Unidos, los hijos nacidos de padres mayores de 40 suponen ya el 9% de los natalicios. Retrasar el momento es un signo de los tiempos. Hoy es sencillo llegar a la edad de jubilación con buena salud, y los nuevos modelos de familia facilitan que un divorciado maduro que haya rehecho su vida pueda pensar en la paternidad, como bien saben los guionistas de Modern family.
Tener un hijo a la edad de ser abuelo es una realidad al alza, pero ¿estamos preparados para semejante hazaña? Dejando a un lado que conseguirlo es más difícil que a los 20 —la calidad del semen empieza a deteriorarse a partir del final de la treintena—, una vez que la criatura ya está en el mundo toca buscar una confluencia entre sus necesidades y la capacidad de satisfacerlas de su vetusto progenitor. El simple hecho de levantar al niño de la cuna puede acabar en un ataque de lumbalgia. La negativa a ingerir el puré pone a prueba la menguada paciencia del hombre maduro. Y los llantos nocturnos invocan al cascarrabias que todo cincuentón lleva dentro.
Pero, por otra parte, cumplir años aporta sabiduría y experiencia. El hombre que tiene un hijo en el otoño de sus días es perfectamente consciente del compromiso que adquiere y lo que se espera de él. "Te pilla mucho más hecho", dice Óscar Jiménez, madrileño de 58 años y padre de un niño de dos.
Óscar tuvo una hija hace 21 años con su primera esposa; se divorció, y ahora ha vuelto a casarse con una chica más joven, con quien ha vuelto a pasar por el paritorio. "No tengo los agobios de hace 20 años —añade—. Te lo tomas todo con más tranquilidad. Además, me ha obligado a cuidarme más. La llegada del peque me ha hecho cuidar mi alimentación, saber retirarme de una fiesta a tiempo, disfrutar de la comida y la bebida y no abusar… El tener que estar al día siguiente a tope te hace ser más responsable en este sentido. De hecho me gusta cambiar al niño, bañarle, darle de comer, etc.".
El haber sido padre con anterioridad ayuda. "Probablemente sí", reconoce. "Como fui padre hace 20 años tengo un referente". Pero ¿qué ocurre cuando se es primerizo a los cincuenta y muchos? Es el caso de Andrés Canales, de 56 años, cuya historia es parecida a la de Óscar, pero en su primer matrimonio no tuvo hijos. Acaba de ser padre de una niña. "Deseaba tener un hijo o una hija —dice—, pero es duro traerlos al mundo a mi edad. Las rabietas de la niña me superan, me agota el proceso de bañarla, darle de comer, ir al parque… Y eso genera conflictos de pareja. Amo a la niña, pero creo que habría disfrutado más de esta fase con 30 años".
"Hay una diferencia de energía entre los 30 y los 60. Y un hijo requiere muchísima energía", opina Esteban Cañamares, psicólogo clínico especializado en adultos y pareja, y miembro del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid. La capacidad de aguante no es la única distinción que encuentra este experto. "Los padres solemos poner freno a la imprudencia del niño, pero a los 60 quizá ya el freno es excesivo. A esa edad somos más miedosos, más vigilantes de los peligros, por el simple hecho de que sabemos más de la vida que un hombre de 30", apunta.
Los prejuicios y estereotipos sociales también pueden jugar en contra del papá veterano: desde que crean que es el abuelo del crío a que lo vean como a un pobre desgraciado que ha arruinado su vejez, o todo lo contrario, un maduro sexualmente activo. "Los amigos de mi edad que tienen hijos me dijeron al principio: 'Uf, qué pereza', describe Óscar Jiménez. "Ahora me ven con el niño y me tienen envidia". El estatus laboral de Andrés Canales se ha convertido en un problema. "Tengo un puesto de responsabilidad en una empresa, y hace dos décadas habría dispuesto de más tiempo para mi hija".
¿Cómo sobreponerse a estos factores? "La energía es la que es", responde Cañamares. "Pero puede compensarse con actividades de otro tipo, en las que participe más el hijo que el padre. Debe aprender a relajarse en cuanto a las posibles situaciones de peligro. Y debe ser inmune al qué dirán. Es su vida, y su decisión", añade el psicólogo, que recuerda que un hijo debe ser la prioridad y hay que sacar tiempo de donde sea para dedicárselo.
La ciencia se ha encargado de hacernos ver otro posible inconveniente. Un estudio realizado en 2018 por investigadores de la Universidad de Stanford (Estados Unidos) halló, después de analizar 40.5 millones de nacimientos en su país, que los hijos de padres de edad avanzada tienen un mayor riesgo de nacer prematuros, con poco peso, alcanzar una corta puntuación en el test de Apgar, sufrir convulsiones y verse afectados por la diabetes gestacional en la madre. "Más del 12% de los nacimientos de padres de 45 años o más con resultados adversos podrían haberse prevenido si los padres fueran más jóvenes", dice el doctor Michael L. Eisenberg, uno de los responsables del estudio.
Ahora bien: criar a un bebé pasados los 50 tiene otro efecto añadido, en este caso muy positivo. "A mí personalmente me ha rejuvenecido", asegura Óscar Jiménez. La paternidad tardía le quita a uno años… sin necesidad de retocar el DNI.