El arte de convertirse en coleccionista de coches: “¿En qué se diferencian los hombres de los niños? En el precio de sus juguetes"
Jesús Pozo (62), ejecutivo discográfico, ha combinado durante décadas sus dos grandes pasiones: la música y los automóviles históricos o de competición
“Hay gente que los colecciona para tirarse el pisto. A otros les gusta estar carpinteando con ellos. En mi caso, son coches de los que en determinada época me he quedado colgado”, argumenta
"En realidad son juguetes, pero a escala real. ¿Cuánto valen? Depende. Lo que pidas y lo que te den”, asegura
Basta poner un pie en el recargado y amplio garaje de su casa de la sierra de Madrid para descubrir las inquietudes de su dueño. Discos de oro y fotos con grandes músicos internacionales (Spandau Ballet, Bee Gees) cuelgan de las paredes; ocupando casi por completo el espacio, tan apiñados que pasar entre ellos exige ponerse de perfil, se arremolinan una decena de coches antiguos, despampanantes deportivos unos, estilosos turismos otros, destilando encanto todos. Cuidadísimos, limpios como si acabasen de salir de fábrica, por dentro y por fuera. “Y por abajo”, añade orgulloso. Así es el fascinante refugio de Jesús Pozo (62), donde confluyen las dos grandes pasiones de toda una vida: la música y los automóviles.
Ilustre ejecutivo de la industria discográfica durante tres décadas, a Pozo se le conoce fuera de la misma más por sus obras que por su nombre. Uno de sus mayores éxitos fue la campaña “Si bebes no conduzcas”, protagonizada por Stevie Wonder en 1985; aún hoy cualquiera que tenga más de cuarenta años recuerda perfectamente aquel hito publicitario. “Fue la primera vez que un artista hacía un anuncio de conciencia social. Tuve la idea, la conté en la Dirección General de Tráfico… Debieron de pensar que era un loco: por entonces la gente que trabajábamos en la música vestíamos de una forma más colorista… Hoy en día todo es más gris. Gustó y la pusimos en práctica”.
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En aquel tiempo, Pozo, como director de RCA, publicaba en España los discos del sello Motown; acababa de salir la banda sonora de La mujer de rojo, de Wonder. Una de las canciones que incluía se titulaba Don’t drive drunk (No conduzcas borracho). “Pensé: ‘Esto igual cuadra”, recuerda. “Por supuesto, Stevie Wonder no cobró nada; yo tampoco. Nadie cobró nada, a excepción de la productora que rodó en Los Ángeles. La frase: ‘Si bebes no conduzcas’ se me ocurrió a mí en el motor home de producción. Y ha quedado para siempre”.
El hombre detrás del éxito planetario de ‘Macarena’
Eros Ramazzotti, Take That, el último disco de Antonio Flores, La Guardia, María Dolores Pradera, el Simca 1000 de Los Inhumanos, Sevilla tiene un color especial, de Los del Río… son solo algunos de los nombres y títulos a cuyo éxito contribuyó. Pero si hay uno con el que consiguió impacto planetario es Macarena. Con la primera versión (de 1993), Los del Río habían logrado un modesto éxito de verano, casi circunscrito a Andalucía. Confiando en el potencial del tema, Pozo encargó una versión a Alaska (“haznos algo rayador”, le pidió), que empezó a sonar en discotecas. En 1995 apareció una segunda versión, a cargo de unos músicos canadienses que se hacían llamar Los del Mar.
“Quizá porque ciudadanos canadienses iban de vacaciones al Caribe, allí alguien, en un hotel, se inventa un baile, como el del Saturday night, con esa versión de Macarena”, explica. Al ver que la canción y el baile se propagaban como un virus por las discotecas de Florida, un músico cubano llamado Carlos Yarza grabó otra versión, con unas amigas; la tercera distinta de la original. Las emisoras de Miami la pinchan sin tregua.
En el despacho de Pozo en Madrid zumba el teléfono. “Está sonando aquí mucho una versión de Macarena que es muy rara…”, le informan desde Miami. El ejecutivo pidió que se la enviaran, y tras escucharla devolvió la llamada: “Esto no lo hemos hecho nosotros. Es una versión pirata. Dile a estos tíos que esto no lo pueden hacer. O nos ceden el máster o vamos a por ellos”, comunicó. Y les cedieron el máster. Era la versión firmada por The Bayside Boys (alter ego de Carlos Yarza y sus amigas), la definitiva, la que acabó bailando Bill Clinton en 1996 en los Juegos Olímpicos de Atlanta. Los ingentes beneficios, gracias a la hábil maniobra de Pozo, acabaron en las arcas de la compañía española.
En ningún momento de su ajetreada trayectoria discográfica su otra pasión quedó en segundo plano. Es más, en ocasiones ambas se cruzaban, como cuando fue consciente por primera vez del descomunal éxito internacional de Macarena. Aprovechando que había acudido a una convención musical en Miami decidió viajar el fin de semana a Portland, Oregón —en el extremo opuesto de Estados Unidos—, para comprar un carburador para su Chevrolet de 1929. Encontró la pieza y, satisfecho del hallazgo, se sentó en el restaurante de un centro comercial, frente a una pista de hielo, a comer una hamburguesa. Casi se atraganta: por megafonía distinguió los primeros acordes de Macarena, y la pista, hasta entonces vacía, se llenó de entusiastas patinadores. “Dije: ‘¡Jo-deeer! ¡Macarena en Portland, Oregón!”, recuerda.
Juguetes a escala real
“De pequeño ya me gustaban los coches”, dice Jesús, cuya afición, asegura, no tiene precedentes en su familia. “Y en cuanto pude, los compré”. Para explicar su avidez coleccionista recurre entre bromas y veras a un dicho estadounidense: “¿En qué se diferencian los hombres de los niños? En el precio de sus juguetes. Y es verdad. En realidad son juguetes, pero a escala 1:1 en vez de en miniatura”.
Arrimado a la pared que hay frente al portalón de entrada, detrás de un primoroso Volvo 850 crema (“un coche en teoría vulgar, pero que me encanta”), un precioso Chevrolet V8 azul y un Ferrari F355 Spider de rojo deslumbrante, descansa discreta su primera adquisición: un Dodge Sierra de 1956, rojo y negro (en el pasado, solo negro) de curiosa historia. Jesús tenía veinte años cuando lo divisó al fondo de un concesionario Mercedes al que había acudido para reparar la furgoneta que usaba en Mensajeros de la Paz, organización (fundada por el Padre Ángel) con la que colaboraba mientras estudiaba en Salamanca. “Me dijeron que había pertenecido a una funeraria”, evoca. “Pedían 32.500 pesetas. Me lo compré”.
Cuando llevó el Dodge a casa de sus padres, en Zamora, su madre se hizo cruces. “No quería ni verlo. En el portón de atrás conservaba los rodillos, en el techo los agujeros para la cruz… Yo lo llamo Christine, como la película de John Carpenter (1983) basada en la novela de Stephen King, en que un coche se enamora de su dueño y mata por él. Tiene vida propia este cabrón. Me ha hecho cosas raras. Una vez lo llevé a arreglar, y mientras un chaval musulmán estaba trabajando en él, se soltó el freno de mano y casi se lo carga”.
Chevrolet, McLaren, Alpine, Ford GT 40…
Poco después se hizo con el Chevrolet del año 1929, que ya no conserva. A los veintiuno se agenció un Alpine A110. Otra de sus joyas es un Chevy V8 azul de 1955, “muy especial, muy icónico y buscado”, afirma. La razón: tiene el cuentakilómetros en kilómetros, no en millas. “Los importaban de Estados Unidos por piezas, para evitar temas de impuestos, y se montaban en Suiza”, revela. “Los más caros han sido el McLaren, que compré en Estados Unidos, y el Ford GT 40 [idéntico al que ganó las 24 Horas de Le Mans entre 1966 y 1969]. ¿Cuánto valen? Depende. Lo que pidas y lo que te den”, confiesa.
“Cada coleccionista tiene su motivación”, razona. “Hay gente que los colecciona para tirarse el pisto. Hay gente a la que le gusta estar carpinteando con ellos. Yo realmente los colecciono como obras de arte. Si hubiese tenido un afán inversor, habría comprado otros coches a los que habría sacado más dinero. Son coches de los que en determinada época de mi vida me he quedado colgado. Me gusta trabajar en ellos, pero esto es más bien… mi sala de juegos. El lema de mi escudería es: ‘Hay gente que colecciona arte; nosotros lo pilotamos’. No puedo tener un coche mal o sucio. Es superior a mis fuerzas. En el fondo somos custodios de obras de arte, de iconos de la cultura pop”.
Cuando habla de su escudería, Jesús Pozo se refiere a Targa Iberia, empresa a través de la cual, a partir de 2003, empezó a canalizar de otra forma su fiebre motorizada: la organización de eventos. El primero fue Motor Show Festival, en Zaragoza, cuya edición inaugural se celebró aquel año. Le han seguido Espíritu de Montjuïc, Espíritu del Jarama, el Jerez Historic Festival, el Festival de la Velocidad… La próxima cita de este último tendrá lugar los días 30 de septiembre, 1 y 2 de octubre en el Circuit de Barcelona-Catalunya. Agendan carreras, exhibiciones de coches modificados (lo que antes se denominaba tunning), espectáculos, mercadillos… No son eventos solo para fanáticos de los coches.
Espectáculos para toda la familia
“En España no hay muchos aficionados al motor, somos cuatro”, aclara. “Luego hay fans de Fernando Alonso; eso es otra cosa. Por otro lado, estaba harto de asistir a espectáculos de este tipo en todo el mundo y lamentaba que en España no hubiese; quería importar el modelo. Vengo del mundo del espectáculo, y me di cuenta de que o lo conviertes en un espectáculo o… Las carreras en sí son un coñazo. Debes dar un poco más. El denominador común es que son espectáculos para ir en familia o con amigos, para pasar un día diferente. Mi mayor satisfacción es ver a los niños disfrutando en los eventos”.
¿Piensa Jesús en el futuro de sus coches? “Pasarán a mis hijos, que los venderán o no; en cualquier caso, pasarán a otros. A mi hijo le gustan; de hecho, trabaja en un equipo de Fórmula 1, en Italia. A mi hija no. Otra cosa es que luego… Por desgracia parece que nuestros hijos van a vivir peor que nosotros, así que otra cosa es que pueda permitírselo. No es caro: una vez que tienes el vehículo, como apenas circulan, el mantenimiento, el seguro y el impuesto de circulación son económicos. Pero hay que mantenerlos y poseer un espacio. Al final no sabes”. Y añade, como si Christine, el Dodge mortuorio, inspirase sus palabras: “Cuando uno haga el check out, no se va a enterar de lo que pase, entonces… Lo que tenga que ser, será”.