El hidrógeno está llamado a convertirse en en el combustible del futuro. Mientras marcas como Volkswagen siguen apostando por los coches eléctricos, compañías como Toyota y Hyundai han decidido centrar sus esfuerzos en desarrollar esta tecnología con la que se espera sustituir a los combustibles fósiles como la gasolina y el gasoil y reducir el impacto contaminante de la industria automovilística.
Pero a diferencia de la alternativa eléctrica, que cada vez está cautivando a más y más compradores en todo el mundo, los coches de hidrógeno siguen generando ciertos recelos en la población. Desde su rentabilidad hasta su seguridad, la escasa información que hay sobre ellos y su pequeña presencia en el mercado actual ha generado una serie de mitos detrás de estos vehículos, pero ¿cuánta verdad hay detrás de ellos?
Si no estás muy puesto en el mundo del automóvil, tal vez te preguntes qué es un coche de hidrógeno. Pues bien, un coche de hidrógeno es un vehículo con un motor eléctrico que genera electricidad a través de la reacción química que se produce en una pila de combustible en la que se mezclan hidrógeno y oxígeno. Semejantes a los vehículos eléctricos, las diferencias entre ambos radican en que los coches de hidrógeno tan solo tardan cinco minutos en repostar y en que tienen una autonomía equiparable a la de los modelos convencionales, ya que, a pesar de que tienen batería, esta sirve para almacenar energía y no para alimentar al vehículo.
El ser humano es supersticioso por naturaleza y reticente a los cambios. Por eso, a pesar de que el hidrógeno es uno de los combustibles más limpios y respetuosos con el medioambiente que existen ahora mismo, son muchos los que no terminan de fiarse de esta tecnología. De él se dice que es peligroso, caro y contaminante, pero nada más lejos de la realidad.
Probablemente la mayor preocupación que existe en torno a estos vehículos es su peligrosidad. Hablar de hidrógeno almacenado puede hacernos pensar en explosiones, pero lo cierto es que este gas tiene un riesgo de explosión mucho más bajo que el de otros combustibles convencionales gracias a su volatilidad, que provoca que, en caso de fuga, se disipe sin llegar a alcanzar la concentración necesaria para detonar. Además, estos vehículos, al igual que los que utilizan gasolina, están sometidos a una gran cantidad de pruebas de seguridad en las que los depósitos se queman, se disparan, se exponen a ácido y a altísimas temperaturas para garantizar que no se producen accidentes, por lo que la seguridad está más que asegurada.
Otro de los grandes mitos detrás de esta tecnología es que contamina, pero nada más lejos de la verdad. El hidrógeno es, ante todo, un gas incoloro, inoloro e insípido y uno de los elementos químicos más comunes de la naturaleza. A diferencia del petróleo, que es una fuente primaria, el hidrógeno puede producirse a partir de energías renovables como la eólica, solar o la hidráulica, así que no genera ningún tipo de emisión contaminante. Al contrario, estos vehículos cogen el aire contaminado del exterior para funcionar y, a cambio, solo expulsan vapor de agua, por lo que su impacto medioambiental es, en realidad, positivo.
El tercer mito que encontramos alrededor de estos vehículos es que las pilas de combustibles de hidrógeno son caras. Pero, si bien es cierto que actualmente las pilas tienen un precio elevado, hay que tener en cuenta que nos encontramos ante una tecnología incipiente que, como es normal, todavía tiene unos costes de producción elevados. Lo mismo ocurría, a fin de cuentas, con los primeros coches: al principio, todo lo nuevo es caro. Sin embargo, el paso del tiempo inevitablemente traerá consigo nuevos métodos de producción que reducirán los costes y hará que estos vehículos sean accesibles para todo el mundo.