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Helicobacter Pylori, la bacteria que más te complica las digestiones: “Sin diagnosticar es como si te clavasen un cuchillo”

  • Aproximadamente la mitad de la población mundial lo padece

  • Encarna, de 90 años, consiguió pasar a tener una infección asintomática gracias a la alimentación

  • Hablamos con Ángela Quintas, su nutricionista y autora del libro '¿Por qué me duele la tripa?'

Encarna tiene 90 años y desde hace años asegura sentir un dolor seco en el abdomen, "una especie de angustia", dice. Tras varias pruebas terminó dando positivo en Helicobacter y, pese a la medicación no logró superarlo. Fue entonces cuando, aconsejada por su hijo, recurrió a un nutricionista para ver si a través de la alimentación conseguía una solución definitiva y así fue. Hablamos con Ángela Quintas, autora de '¿Por qué me duele la tripa?' y dietista de Encarna, para que nos cuente cómo tratar este bichito que se deposita en nuestro estómago y puede terminar por hacernos la vida imposible.

Una bacteria difícil de matar

Pocas cosas debe haber más dolorosas que esa sensación de que te están clavando un cuchillo en el intestino de forma continua. Un dolor en la parte superior del abdomen que va siempre acompañado por malas digestiones y esa sensación de que te sienta todo mal.

Aproximadamente, la mitad de la población mundial tiene Helicobacter pylori, aunque en su mayoría lo desarrollan de forma asintomática. El problema viene de la mano de los que no, de aquellos que desarrollan una gastritis y que pueden acabar con úlceras porque el Helicobacter aumenta la producción de ácido, altera las defensas estomacales y produce toxinas.

Los síntomas más comunes de la infección son el dolor abdominal, hinchazón, náuseas, pérdida de apetito, sensación de plenitud, vómitos y, en los casos más graves, se puede producir una hemorragia. "Y es muy contagioso. Se transmite a través de la saliva o en agua o alimentos contaminados. Esto hace que, si lo coge un miembro de la familia, es muy común que todos los demás acaben infectados", cuenta la experta.

Cómo sé que lo tengo y qué me tengo que tomar

Si después de leer hasta aquí, consideras que puedes ser susceptible de tener la infección, es mejor que acudas a un experto para evitar que el problema vaya a más. "El diagnóstico se suele basar en la realización de una prueba de aliento que detecta si lo tenemos o no con una especificidad del 98%", apunta Quintas. Otras opciones para descubrir su presencia son a través de una gastroscopia o a través de las heces.

Una vez diagnosticado, quitárselo de encima es todo un reto. "Hay que tratarlo con antibióticos, con una mezcla muy fuerte de varios y aun así el éxito no está asegurado. El problema añadido es que la microbiota se ve muy alterada y entonces habrá que tomar un prebiótico para restaurarla”. Además, los antibióticos suelen estar acompañados de protectores de estómago, como el omeprazol.

Pautas alimentarias, la otra pata del tratamiento

Aparte del tratamiento médico, será muy importante que sigamos una serie de recomendaciones que ayudarán y mucho a aliviar las molestias asociadas a esta bacteria. Hay que entender que estos nuevos hábitos no matarán al Helicobacter, pero sí que nos sentiremos mejor y le facilitaremos la vida a nuestro estómago.

"Lo que provoca el Helicobacter es una gastritis y lo que yo siempre les digo a mis pacientes es que hay que entenderla como una herida en el estómago. A una herida nunca le pondríamos alcohol, café hay una lista de alimentos que debemos eliminar”, recomienda la nutricionista.

Con esto no queremos decir que vayas a estar todos los días a arroz hervido y patatas cocidas, pero sí que una dieta blanda es recomendable. Dentro de lo que sí se puede tomar están también el pan blanco, las carnes blancas, el jamón cocido, los pescados blancos, las tortillas, verduras hervidas, lácteos desnatados… lo que tomarías, por sentido común, si estuvieses mal del estómago.

También es importante incorporar una serie de hábitos alimenticios que te vendrán genial como comer cantidades moderadas cinco o seis veces al día, hacerlo muy despacio. Reposar sentados media hora tras la ingesta, beber agua en pequeñas cantidades y fuera de las comidas o buscar actividades que rebajen tus niveles de estrés.