Me llamo Mar Cambrollé, tengo 62 años, soy feminista y una activista de antes, de ahora y de siempre por la lucha trans. Eso sí, soy apartidista, mi único compromiso es con las personas trans, así que ahora presido la Federación Plataforma Trans y de la Asociación de transexuales de Andalucía. Nací como Francisco en un barrio pobre de Sevilla, pero en cuanto pude me cambié el nombre. Claro que tuve que esperar hasta la Ley del 2007 para poder hacerlo en el DNI, que nos costó mucho conseguir pero que aún es insuficiente. Para entonces habían pasado muchas cosas. Como por ejemplo que conocí el amor y estuve 22 años con mi pareja, pero eso es otra historia.
Hay que tener en cuenta que las cosas no eran como ahora. En el 75 creamos la primera asociación por la libertad sexual en Sevilla y recibíamos palos a menudo. Pero no nos importó: seguimos adelante y organizamos la primera manifestación del Orgullo en el 78, un año después de la primera de Barcelona. ¿Has visto esa foto que hizo Colita en la que sale Silvia Reyes o Miriam Amaya, que además era gitana, así que imagínate qué lucha tuvo que soportar ella, contra la sociedad y contra su comunidad. Ocaña, fue muy amigo mío, era la contracultura. Un desafiador de las normas. Él no se sentía mujer, pero desafiaba los roles que encorsetan a ellos y ellas. No participaba del movimiento organizado que surge en Barcelona, pero su aportación a la cultura de España desde la burla satírica e irónica al fascismo fue muy importante.
Ya no queda casi nadie vivo de aquello y las supervivientes viven en una indigencia total después de dar su vida por todos, por la sociedad en general. Yo he vivido una doble transición, la de pasar de una dictadura a una democracia y la de mi propio cuerpo. En ese sentido, hay mucho que agradecer a las mujeres trans su lucha por la libertad. Siempre estábamos las primeras. ¿Porque queríamos protagonismo? No. Porque éramos las más maltratadas, el Régimen era inmisericorde y se cebaba de una manera brutal. Cuando veíamos a la policía teníamos que huir.
El día a día era muy duro para nosotras. Nos rechazaban nuestras familias por el qué dirán, teníamos para poder hacer la transición fuera, comprar hormonas a los camellos, el mercado laboral se cerraba, no podías estudiar, tu única salida era la prostitución o el espectáculo, sufríamos insultos, palizas, burlas… Ese desamparo forma parte de la memoria historia y aún no ha sido resarcido. El Estado es el responsable subsidiario de una generación rota por una discriminación estructural. Las supervivientes de hoy, que no son muchas, viven en una indigencia total después de dar su vida por todos, por la sociedad en general. Es hora de reparar, no solo reconocer. En cualquier esquina que había una mujer trans, había una bandera de libertad. Nuestro delito fue desafiar al Régimen con armas de mujer. Nosotras hemos hecho una gran revolución desde los tacones, las lentejuelas y el carmín.
Nadie me daba trabajo, así que monté una tienda para vestir a todas las tribus urbanas de Sevilla en los ochenta. Los heavies, los punkies, los rocabilies… Era la tienda más guay. Y en medio la travelo con mi escote y mi falda de cuero y llena de tachuelas. Me hice como mujer y como empresaria. Vengo de una familia muy pobre, pero conseguí gracias a mi trabajo, tener mi casa y mi coche. Recuerdo los viajes a Londres en los ochenta a buscar la ropa más extravagante y cómo todo el mundo esperaba a ver qué traía. Yo no encontraba trabajo pero fíjate que lo creaba, conmigo estaban cuatro o cinco personas. A aquella Mar le diría que le agradezco que no haya caído en la droga, que era lo más fácil, ni en un chulo que le sacara los cuartos, que era otro peligro, sino que se creara un porvenir.
Éramos las grandes repudiadas de día y las grandes deseadas de noche. Todo era hipocresía.
Ni he elegido ser pobre ni he elegido ser trans, pero fíjate que me siento afortunada. He luchado una barbaridad, pero hay mucha gente que lucha mucho y no toca su utopía con los dedos como yo: donde a mí me echaron de casa, hay otras familias que ahora sí quieren a sus hijos trans. Donde yo no pude estudiar, hay otros trans que ya sí pueden trabajar en lo que quieren y no se tienen que dedicar a la prostitución. La mirada es cada vez más transpositiva.
Es triste haber vivido en la clandestinidad, pero también nos ha hecho vivir más intensamente muchas cosas. Darle valor a la libertad que se iba conquistando. Aún queda camino, como la despatologización de lo trans en los hospitales y en la calle, pero estamos en ello.
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