La de cosas que le diría David Meca a ese niño que nació en 1974, en Sabadell, algo enclenque, con desviación de columna, asmático y propenso a caer enfermo. La natación fue una prescripción médica difícil de acatar. A veces se le empañaban las gafas con sus lágrimas, pero era inconformista y nunca dejó de confiar en sí mismo. Si tuviese el privilegio de reencontrarse consigo mismo 40 años atrás, le diría que a aquellos compañeros de piscina que se ponían fanfarrones les acabaría sacando leguas y leguas de ventaja.
Le anticiparía muchas cosas más. Que uniría a nado la isla de Alcatraz con la había de San Francisco con grilletes en los pies, entre tiburones y fuertes corrientes a temperaturas extremas. Que sería el primer peregrino en realizar el Camino de Santiago nadando. Le hablaría de las travesías del canal de la Mancha o la de Tenerife a Las Palmas, donde le recibirían con fuegos artificiales después de 23 horas braceando en el Atlántico. Todo en tiempos récords y ofreciendo imágenes difíciles de repetir de una lucha al límite entre el hombre y la soledad del océano.
Le enseñaría sus trofeos después de haber sido 28 veces campeón del mundo y récord mundial en más de un centenar de desafíos. Le prometería que sería el mejor nadador internacional de larga distancia de todos los tiempos, según el tomo X de la Federación Internacional de Natación. Sobre todo, le contaría que su nombre quedaría ligado para siempre a valores como valentía, audacia, lucha, perseverancia, resiliencia, autodisciplina, superación, fama y éxito.
Ahora Meca trabaja como coach inspiracional, escribe libros, viaja por todo el mundo e imparte conferencias entrenando ilusión, motivación y felicidad. Ha logrado que se le borre del rostro su significativa marca de las gafas de agua y su bronceado ha perdido tono. No en vano, huye de los rayos de sol. Nuestro mayor reto ha sido conseguir un hueco en su agenda, pero la espera ha valido la pena.
¿Cuándo le cogiste el gusto al agua?
Nunca estuve enamorado de mi deporte. Era mi trabajo e intentaba hacerlo lo mejor posible. Enamorarse de una exigencia de ocho o diez horas de entrenamiento al día y de unas competiciones durísimas y adversas, de hasta veinte o treinta horas seguidas nadando, es difícil. Tienes que estar muy loco y, a pesar de que lo estoy, nunca llegué a enamorarme. Intenté disfrutar, sobre todo por la recompensa que venía después, el cariño de la gente y las cosas que he conseguido y jamás había imaginado.
¿Cómo nace esa necesidad de retarte a ti mismo?
Los retos vinieron después de una adversidad que tuve en mi carrera deportiva. Fue una forma de protesta y de demostrar que iba a conseguir cosas mayores. Finalmente, los retos se convirtieron en el pilar de mi vida y hoy sigo siendo una persona de objetivos. Las medallas de campeón del mundo me daban prestigio; los retos me daban publicidad y lo que había empezado como protesta se convirtió en una exigencia de los patrocinadores, las televisiones y los informativos. Cada año había expectación por ver qué nuevo desafío emprendía.
¿Cómo te preparabas mentalmente?
Nunca he tenido ayuda psicológica, a pesar de que la natación es el deporte más difícil mentalmente. Te pasas horas y horas dentro del agua, sin ver ningún paisaje, más si llevas gafas negras como yo, porque me da miedo la fauna marina. La cabeza te va dando mil vueltas. Si superas todo esto, la natación te hace fuerte. Ocho horas diarias de soledad me han ayudado a ser más fuerte. Somos mucho más sólidos de lo que pensamos. Nuestros pensamientos nos hacen superar la adversidad. Por eso, siempre digo que los tiburones más peligrosos no están en el mar, sino en la mente. El miedo, la inseguridad o no emprender un proyecto por miedo, eso ya es fracaso.
¿Qué te hacía seguir nadando cuando solo tenías circunstancias adversas?
Imagínate un reto como el que me llevó a unir Alicante con Ibiza a nado, 130 kilómetros sin parar, un cinco de enero. Lo hice en 22 horas, ocho menos de las previstas. Todos los pensamientos que te vienen a la cabeza cuando estás solo en medio del mar y de noche, sin ver nada, son malos. Me hacía seguir adelante el orgullo, el amor propio y no defraudar a mi equipo. Si yo me subía al barco, nadie cobraba. Tampoco podía decepcionar a la gente que estaba en la salida o a los que imaginaba en Ibiza esperándome. Y más allá de todo esto, la ambición de querer hacer historia, de ser el primero en unir la Península con Baleares.
¿Cuántas renuncias hay detrás de un campeón del mundo?
Muchas. Con 18 años me marché a Estados Unidos. Era campeón de España en pruebas de piscina, pero quería ser el mejor y los campeones olímpicos, mis rivales, estaban allí. Cogí un diccionario, 50.000 pesetas (300 euros) y me fui a Los Ángeles. De los 18 a los 28, no pisé ni una discoteca. Mi prioridad era otra. La carrera deportiva es breve y sabía que tenía que aprovecharla al máximo. Ni siquiera tenía televisión. Al principio no me la podía permitir, pero luego sabía que no podía quedarme por la noche viendo películas si a las cinco de la madrugada ya estaba entrenando. No estaba dispuesto a levantarme con sueño y no ser el más rápido. Tal era mi punto de obsesión. Me siento orgulloso de esas decisiones que hoy me permiten disfrutar de otras cosas, además de haber batido récords del mundo y tener 28 títulos de campeón del mundo.
¿Cómo recuerdas ese Xacobeo 2010, nadando a contracorriente y con el agua a seis grados?
Parecía más fácil, pero fue la primera semana de enero y el agua estaba helada. Cuanto más subía, la corriente era más fuerte. Al llegar a Pontecesures había una ambulancia esperando. En Santiago me recibieron con honores y fue espectacular.
¿La travesía del mítico Lago Ness se te resistió?
Fue el único reto que no he conseguido, pero no por mí. Intentamos cruzar el Lago Ness la primera semana de enero. De por sí es complicado porque el agua está fría y es muy tenebroso por su profundidad y alto contenido en turba. Más aún en invierno. Cuando estábamos a pocos kilómetros de conseguirlo, mi equipo me vio mal. Parece ser que desvariaba y hacía comentarios raros dentro del agua. Me engañaron y me llevaron hacia la orilla haciéndome creer que era la meta. Estábamos a punto de conseguirlo y me enfadé, pero la vida es lo primero y tengo que agradecer a mi equipo que me sacaran del agua. No hemos vuelto al Lago Ness, pero hemos logrado retos más complicados.
¿Qué cualidades te han permitido ese palmarés?
Aparte de ser una persona obsesiva, comparado con nadadores de otros países no soy alto, no tengo los brazos excesivamente largos, ni una técnica especial. Tampoco soy un superdotado. He trabajado más que el resto y creo que esa es la clave del éxito. Cuanto más trabajo, más suerte tengo. Cuanto más he nadado, más suerte he tenido en los campeonatos. Cuidaba la alimentación, el descanso y otros muchos aspectos, pero sobre todo creo que era el nadador que más entrenaba en el mundo. Cada día hacía un promedio de 25 kilómetros. Un periódico nacional hizo el cálculo sumando competiciones y entrenamientos y concluyó que había dado tres vueltas al planeta nadando.
¿Y ahora todo ese aprendizaje lo trasladas al mundo de la empresa?
Los deportistas somos empresarios precoces porque desde pequeñitos aprendemos valores como el esfuerzo, el sacrificio, la constancia, el fracaso, el volver a levantar, el éxito y el trabajo en equipo. Todo esto lo transmito en mis conferencias de motivación para todo tipo de trabajadores, empresarios o estudiantes, haciéndoles ver que todos debemos tener retos en la mente. Eso debe ser lo que haga levantarnos cada mañana con ilusión para conseguir esos retos y objetivos. El éxito nunca llama a tu puerta. Es solo para los que lo buscan. Si amas lo que haces, acabas triunfando.
¿Les muestras tus trofeos?
Llevo medallas de campeón del mundo para que vean que una persona normal, con sacrificio y esfuerzo, ilusión y pasión, puede llegar a conseguirlo todo. Un campeón del mundo, un empresario de éxito, un deportista de élite no nace, se hace.
¿También a ti te inspiraron esas medallas para continuar buscando retos?
Las medallas que conseguí en Barcelona las dejé en mi mesita de noche y era lo primero que veía cada día cuando sonaba el despertador a las 4.40 h. para ir a entrenar. Esos símbolos me hacían levantar para seguir luchando, en lugar de parar el despertador y seguir durmiendo, que era lo que más me apetecía. Medallas, diplomas, la foto de nuestros hijos… debemos encontrar símbolos que nos hagan seguir luchando en una rutina de la que absolutamente todos nos quejamos. Sea cual sea el problema, la adversidad, la crisis o la enfermedad, siempre hay que seguir nadando. Si no braceas con todas tus fuerzas, te hundes o te hunden.
¿Fue dura la retirada?
Siempre supe que me retiraría como campeón, cuando estuviera en lo más alto. Así lo hice y decidí que me tocaba vivir. Ahora me marco retos empresariales. Me formé en EEUU como arquitecto y economista, y también estudié arte. Monté mi empresa de construcción e intento viajar y disfrutar de la vida. Sobre todo, lo que hago es con pasión y lo mejor posible.