Hubo un tiempo no tan lejano en el que un tenista de élite podía disputar más de 100 partidos al año. El argentino Guillermo Vilas llegó a jugar 144 en 1977, una cifra absolutamente impensable en la actualidad, a pesar de que la temporada presenta competición desde el 1 de enero hasta las ATP Finals que se disputan estos días en Turín. Baste apuntar que Carlos Alcaraz, la gran sensación de 2023 (dejando aparte al sempiterno Novak Djokovic), ha llegado a la última cita del año con 73 encuentros en sus piernas. Pero, ¿por qué los tenistas de la actualidad, mucho mejor preparados físicamente que los de antaño, juegan cada vez menos partidos?
Si nos ceñimos a las quejas que periódicamente llegan de los tenistas sobre lo mucho que juegan, podría pensarse que esto no es así. Y un vistazo al apretado calendario tenístico, cargado de citas que requieren la presencia de los mejores -cuatro Grand Slams, nueve Masters 1.000, variados torneos de categoría 500, la mentada Copa de Maestros, Copa Davis, etc...) parece corroborar el exceso de competición.
Pero los números demuestran que los tenistas del top-10 actual juegan casi diez partidos menos que los de hace veinte años. En 2002 un jugador top acumulaba una media de 77 partidos, mientras que en 2021 se quedaba en 67. La tendencia en la última década es claramente descendente, tanto en el tenis masculino como en el femenino, pese al pequeño repunte experimentado en este 2023.
El primer factor que explica esto es que los partidos hoy son más intensos. Exigen una demanda física, psíquica y emocional desde la primera ronda de cualquier torneo muy superior a la de otros tiempos. Hoy hay que ser un atleta completo para aguantar en la élite del tenis. Partidos de saque y volea puros como los que se veían en Wimbledon en los años 80 y 90 hoy son imposibles. Los intercambios se prolongan (encima a gran velocidad) y con ellos la duración de los puntos y de los partidos. De hecho, los choques de Grand Slam ahora duran un 25% más que en 1999, según datos de 'The Athletic'.
Ese estado de máxima exigencia física explica, por ejemplo, por qué Alcaraz ha llegado a la Copa de Maestros lejos de la mejor versión que exhibió en otros momentos del año. Mantener el mismo estado de forma durante toda la temporada es complicado. Hoy un tenista gasta mucha más energía que antes y eso provoca que necesite después más descansos. Lo normal es alternar buenas rachas con momentos más bajos, salvo que te apellides Djokovic y conozcas tu cuerpo hasta el más mínimo detalle.
No es tampoco extraño que a pesar de entrenar más y mejor que nunca, los cuerpos de los tenistas terminen resintiéndose. Los continuos cambios de pelota y de superficies y la lentitud de las pistas para hacer el juego más vistoso están provocando dolores musculares y lesiones. A excepción del número uno del ranking mundial, todos los tenistas que están disputando las ATP Finals han tenido percances físicos y bajones de forma durante la temporada.
Finalmente, otra razón, no por obvia menos importante, es el dinero. Hoy un tenista de élite gana mucho más que hace unos años. Por ejemplo, Roger Federer amasó en su mágico 2004 (en el que se impuso en 11 torneos, entre ellos tres Grand Slams y la Copa de Maestros) un total de 6,3 millones de dólares. Pues bien, en 2023 Djokovic (11,5), Alcaraz (9,6) y Medvedev (8,1) ya han ganado más.
El último US Open repartió el premio más grande en toda la historia del deporte individual: 2.756.520 de euros para el ganador. Cantidad que se podría pulverizar en las ATP Finals, donde está en juego 4,5 millones para quien logre terminar el torneo invicto. En el caso de que no haya un campeón sin derrotas, el ganador de la final se llevará un premio 2,062 millones de euros, que tendría que sumar a sus ganancias anteriores en el torneo. Pero es que incluso los tenistas convocados como reservas en la cita se llevan 143.000 euros. Esto significa que hoy en el tenis no hace falta jugar tanto como antaño para llenarse los bolsillos. Eso sí, lo que juegan lo juegan a muerte.