A Lance Armstrong no le gusta el 'colegueo' que hay entres las grandes estrellas del ciclismo moderno. Sencillamente no entiende que los ciclistas de ahora se abracen después de una carrera disputada a cuchillo como ocurrió en la Milán-San Remo de este fin de semana. Al texano, exganador de siete Tours de Francia, le parecen fuera de lugar las felicitaciones sinceras y el buen rollo que se pudo ver entre el ganador de la carrera, Jasper Philipsen, y los otros dos integrantes del podio, Michael Matthews y Tadej Pogacar. Y, sibilinamente, lo achaca a un choque generacional: "Nuestras carreras eran mejores".
“Estoy impresionado con esta generación de ciclistas. De muchas formas, ellos son más talentosos. Pero no compiten como nosotros. ¿Abrazos y chocar los cinco? Eso es totalmente extraño para mí”, manifestaba Armstrong en el podcast de Danny Duncan, dejando claro que no está de acuerdo con la forma en que se corre actualmente en el pelotón.
El corredor estadounidense, desposeído de todos sus grandes títulos tras confesar que habían sido conseguidos por la vía del dopaje puro y duro, no es precisamente el mejor ejemplo para juzgar a nadie, aunque sus opiniones como antiguo campeón siempre interesan. Pero es muy representativo del personaje que le parezca mal un ejemplo de deportividad sana. Peor es que intente hacer ver que felicitarse tras la línea de meta es un invento moderno que su generación no compartía.
“Esta generación de ahora van con el mazo, compiten entre ellos y alguno perderá. Y el chico que gana está esperando en la línea de meta. Y luego están jodidamente abrazándose y es como ‘¿Qué? ¿Estás esperando para abrazar a alguien? ¿Después de que has perdido?’ No estoy diciendo que nuestra generación lo hiciera mejor o que nos sintiéramos orgullosos, es genial de ver, pero no para nosotros. Nunca pasó por mi cabeza ir a abrazar a un rival”, se explayaba el norteamericano en dicho podcast.
Que Armstrong fuese del tipo de campeón tiránico que se comportaba en carrera como un mafioso y que, efectivamente, no le concediera ni agua al enemigo no significa que todos los corredores de épocas pasadas fuesen así. Sin ir más lejos, el texano coincidió durante su carrera con Miguel Indurain, un ganador de cinco Tours de Francia que nunca tuvo un mal gesto con sus rivales, a los que también permitía ganar etapas. Su manera de gobernar el pelotón en los años 90, vivir y dejar vivir, era la opuesta a la que tendría el despótico Armstrong años después.
Cuando critica la deportividad reinante entre los ciclistas de hoy, Armstrong parece olvidar cómo el mayor rival que tuvo durante su carrera deportiva, el alemán Jan Ullrich, levantó el pie en el momento culminante de la ascensión a Luz Ardiden, con la victoria final del Tour de Francia de 2003 en juego, para esperarle después de que él se fuese al suelo al engancharse su manillar con la bolsa de un espectador que animaba en la cuneta. Algo que nunca habría sucedido en caso contrario. A lo que vamos es que la nobleza deportiva y la corrección con el antagonista nunca fueron un asunto generacional, como Armstrong pretende hacer creer, sino de personalidad, de forma de ser.
Un corredor tan voraz como Bernard Hinault procuraba no dejar ni las migajas a los rivales en su época, a finales de los años 70 y primeros 80, mientras que otro francés, Laurent Jalabert, sintió la necesidad de frenar a 100 metros de la llegada de Sierra Nevada en la Vuelta a España de 1995 al percatarse de que iba a alcanzar y arrebatarle el triunfo en la misma línea de meta a un corredor que llevaba toda la jornada en fuga.
Tan lícito (y debatible) era querer ganarlo todo como ser generoso con los demás. Y en el pelotón siembre hubo ogros que no daban ni los buenos días en la línea de salida y corredores simpáticos que se llevaban bien con todo el mundo. Querer reducir eso al tópico 'en mis tiempos las cosas no eran así...' no solo es erróneo, sino que en este caso denota una profunda falta de respeto a valores que nunca deberían perderse en el deporte, como son el compañerismo entre rivales, la nobleza y la sana competitividad. Valores que, desde luego, nunca estuvieron en el ADN de Lance Armstrong.