Chechu Biriukov, leyenda del baloncesto español, nació y creció en Moscú. Su madre, siendo aún una niña, se tuvo que exiliar durante la Guerra Civil a Rusia, donde años después conoció a Aleksander y juntos formaron una familia. Hace ya 40 años que todos juntos vinieron a España gracias a que el joven Chechu había despertado el interés de un Real Madrid que le fichó sin que nadie se enterase. "Yo creo que lo sospechaban", rememora él.
Cuatro décadas después hace balance con una sonrisa siempre en el rostro a pesar de que no todo han sido buenos momentos ni dentro ni fuera de la cancha.
Ya hace 40 años que te viniste a España, pero tu historia a nivel deportivo empieza hace 50 ó 51, en una de las mejores escuelas de baloncesto de la URSS.
Sí, en Trinta. Es, quizá, la mejor tanto de la URSS como de la Rusia actual. Ha dado muchos jugadores a la selección de Rusia. Los mejores.
¿Cómo recuerdas aquella época en la URSS?
Era una época dura, pero la verdad es que nosotros tuvimos una infancia muy bonita. Con franqueza, yo tuve una infancia en la que jugaba al baloncesto, iba cada verano a un campamento de deportistas a 45 kilómetros de Moscú y era feliz.
Siempre has dicho que tu madre descansaba esos veranos...
Sí (risas), cuando se enteró de que me podía mandar tres meses, desde el 4 de junio al 31 de agosto, dijo: “Bueno, esto es lo tuyo, hijo”. Además, no le costaba nada. Creo que eran en total 30 rublos o una cosa así.
Tanto a Trinta como a estos campamentos, ¿ibas porque ya destacabas o empezaste a destacar por entrenar tanto?
Ni mucho menos. Creo que con 10 o con 11 años fui por primera vez, pero no destacaba. Ahí empezamos de cero todos. De hecho, aún tengo dos amigos con los que mantengo contacto que empezaron allí conmigo. Eso sí, éramos muy competitivos y eso nos hizo mejorar rápido. Eso generaba incluso peleas.
¿Cuándo empezaste a mejorar?
Cuanto más entrenas, mejor deportista eres. En aquella época, la URSS hacía una cosa muy bien y era potenciar mucho la educación y el deporte entre los chavales. Poco menos que todos los niños tenían que hacer un deporte.
Y lo tuyo era el baloncesto, claro…
No especialmente. Yo era y soy un gran amante del hockey sobre hielo, que es otro clásico soviético. Me gustaba mucho. Yo quería ser jugador de hockey sobre hielo, pero no patinaba tan bien. Entonces, un entrenador me vio muy alto y, en abril, me dijo que probara con ellos. En mayo ya estaba entrenando y en verano, al campamento. Mi madre me decía: “A patinar, por la noche”.
¿Desde el minuto uno tirabas así?
A todo el mundo le llamaba mucho la atención el estilo de tiro que tenía, pero yo nunca lo había pensado. Una vez un entrenador me intentó cambiar y vino mi primer míster y me dijo: “¿Qué estás haciendo? No metes una. Tú tienes tu forma de tirar y las metes así que tira como sabes y ya está. No escuches a nadie".
Tienes muy buen recuerdo de tu primer entrenador, Cheremtiev.
Sí, él además de entrenarnos, nos educaba. Tenía unas reglas muy estrictas. Si no estudiabas no te dejaba viajar para jugar. Te quedabas en casa. Además, en cada viaje nos obligaba a llevar un libro y leerlo. Era obligatorio.
¿Cómo lo hacías? ¿En los trenes?
Exacto. Íbamos en vagones de cuatro personas que estaban muy bien. Eran viajes de 800, 900 o 1000 kilómetros así que siempre había tiempo para leer.
Os inculcó una buena costumbre.
No sólo esa. Siempre nos llevaba a los museos de cualquier ciudad en la que estábamos. En el Hermitage estuve como veinte veces. Y no me canso, ¿eh? Es una maravilla.
No sé si debes agradecer más a tu entrenador lo que te enseñara de baloncesto o que te inculcara este hábito por la lectura, el arte…
Yo soy un gran defensor de la educación soviética. Era excelente. Recuerdo que, por ejemplo, los libros de álgebra eran entendibles, razonados y accesibles. A día de hoy los profesores privados usan los libros de álgebra soviéticos.
La cruz era la historia. Había libros prohibidos, que no podías ni siquiera comprar.
Es cierto que había libros prohibidos, pero con muchos de ellos no me habría perdido nada.
En aquella época, ¿leías en ruso o también en español?
No, en ruso, en ruso. Incluso los libros prohibidos o difíciles de conseguir. En nuestra casa se leía mucho. Mi padre coleccionaba libros y teníamos una biblioteca espectacular con la colección completa de Tolstoi, Gorki o Chekov.
¿La política te atraía en esa época?
La política me atrae ahora, quizá desde que llegué a España y a partir de cierta edad. Yo soy el típico que se ha pasado de la izquierda a la derecha. Cuando era joven era de izquierdas y ahora soy más de derechas, aunque la verdad es que el nivel de nuestros políticos ahora es lamentable. Rubalcaba es el último político que a mí me ha gustado.
Cuando tenías 18 años llegaste a pertenecer a las juventudes comunistas…
Sí. Si querías viajar, tanto por el país como ir al extranjero, tenías que pertenecer al partido. Te daban una especie de hoja donde describían cómo eras. Sólo con eso podías ir a los países capitalistas. Ir a los países de Pacto de Varsovia era más fácil, pero salir de ahí, no.
¿Qué decía en esa hoja de ti?
Pues te pongo un ejemplo. Yo no me bauticé hasta los 16 años porque por bautizarme podía haber tenido problemas. Fue todo en secreto porque no estaba bien visto.
Unos años después llega el momento en el que os planteáis venir a España. ¿Habías firmado ya con el Madrid?
Si no llego a tener contrato, no habríamos venido, pero es cierto que no lo sabía nadie. Nosotros vivíamos muy bien en la URSS. Yo estaba jugando en un equipo que me gustaba mucho en Moscú y ganaba dinero.
Entonces, ¿por qué salir de allí?
Mi madre siempre quiso volver a España y mi hermano también quería trabajar aquí como pediatra así que se dio la oportunidad perfecta, aunque yo no tenía muchas ganas porque estaba enamorado de una chica que me volvía loco.
El amor… ¿Y qué le dices a Dinamo, tu equipo?
Es que no sabía nadie que tenía contrato con el Madrid así que tuvimos que poner la excusa de que nos íbamos a España porque nuestra madre quería volver así que nos íbamos todos. Puede ser que sospecharan algo, pero tampoco se podían negar a dejarme salir porque mi madre pertenecía a la cruz roja internacional y los soviéticos no podían decir que no a su salida.
¿Qué tal el cambio de Moscú a Madrid?
Cambio radical. Fue muy duro. Lo único que me gustaba era el tiempo. Pasé de vivir a mi aire a una casa en la que estábamos mis padres, mi hermano, su mujer, mi sobrina, yo...
Y encima no te dejaban jugar…
Eso también fue duro, aunque yo llevé peor tener que esperar tres años más para jugar en la selección y en los partidos de Copa de Europa. Los yugoslavos que se iban a Grecia jugaban al día siguiente en todas las competiciones y a mí no me dejaban.
Se te juntó todo…
Me sentí muy solo. En este aspecto me ayudó mucho Lolo, el entrenador, que entendió perfectamente mi situación, me ayudó mucho tanto a nivel deportivo como personal.
¿Cómo era jugar en el Madrid de los 80?
Pues era increíble. Las cosas han cambiado mucho respecto a aquello. Ahora les controlan la comida al mínimo. Nosotros era pasta o arroz, nada más. Pero es comprensible. El otro día estaba viendo un entrenamiento del equipo de fútbol y hablaba con un amigo que estábamos viendo entrenar a más de 1.000 millones de euros. Es normal que quieran tener absolutamente todo bajo control.
En aquella época, además, por ejemplo, para salir por la noche, tenías total libertad.
Sí, vivimos un momento absolutamente excepcional. La ‘movida’, Madrid… Me tocó vivir todo esto y la verdad es que me lo pasé muy bien. Ya empezaba a saber castellano, estaba más adaptado…
Y además, ganabais.
Sí, nos lo pasábamos bien y además ganábamos. Pero no es que saliéramos nosotros, es que salía todo el mundo. Unas veces era con nuestras mujeres y otras sin ellas, pero la realidad es que tampoco nos descontrolábamos. Cenábamos, tomábamos una copa y nos íbamos a casa.
¿No os seguían los paparazzi?
No había tantos y los que había no nos hacían mucho caso. Fernando Martín era el único que atraía a este tipo de prensa, aunque es cierto que éramos tipos de dos metros y no pasábamos precisamente desapercibidos.
¿Te gustaba aquello?
No me importaba. Te pongo un ejemplo. En el 86 el Madrid nos puso un Porsche de renting y yo lo pedí rojo. Si iba a tener un Porsche quería que todo el mundo supiera que era mío. Eso sí, me hice un viaje de Madrid a Moscú con unos amigos en aquel coche y cuando llegamos a Berlín no nos dejaban pasar al Berlín del este por ir en un coche así.
¿Cómo era la relación con la Quinta del Buitre?
Coincidíamos de vez en cuando. Ellos sí tenían a la prensa más encima. Teníamos buena relación con los del fútbol, pero tampoco era muy estrecha.
¿El mundo de la noche os condicionaba a la hora de entrenar?
No, rotundamente. Lo profesional siempre estaba antes, independientemente de que se pudiera luego uno divertir. Sólo salíamos hasta terminar comiendo churros en la Plaza Mayor cuando estaba justificado, cuando habíamos ganado algo gordo.
En el vestuario de aquella época, sobre todo la segunda mitad de los 80 y primeros de los 90, coincidiste con un auténticos genios.
Siempre tuve muy buenos compañeros. Cuando llegué, Juanito Corbalán, Romay, los hermanos Martín, Juanma, Rafa, que era un grandísimo jugador aunque ya era el final de su etapa… Todos.
Y luego llega Petrovic.
Sí, un jugador espectacular, aunque yo creo que cuando tuvo el accidente ya quería volver de la NBA, creo que quería ir a Grecia. Europa era su sitio. Allí no era una súper estrella como aquí. Él tenía máxima facilidad para meter puntos, pero la realidad es que luego pasaba de todo y no defendía nada. Yo le conocí a los 14 años y ya entonces se notaba que iba a ser un gran jugador. Luego nos vimos también en una final de la URSS contra Yugoslavia del campeonato de Europa junior. Ahí le gané y metí casi 40 puntos.
¿Había lucha de egos en ese vestuario?
Sí, de Drazen con Fernando y eso nos pasó factura. Había una tensión que no era normal. Habíamos fichado a Drazen para ganar el campeonato, pero no lo lográbamos. Fernando quería más protagonismo, Drazen pasaba a veces de todo… y era difícil de asimilar.
Tú también eras una de las estrellas.
Ya, pero entre esos dos ya había bastante adrenalina como para meter a otro más así que yo, simplemente, me limitaba a jugar bien, nada más. Intentaba hacer más cosas para el equipo.
Años después llega Sabonis. Otro genio.
Sabas era talento puro. ¿Sabes cuando Dios te toca y dice: “Vas a ser Michelangelo o Leonardo”? Pues a Sabas le dijo que iba a ser jugador de baloncesto. Yo le conocía desde pequeño porque salimos los dos de la URSS y somos de la misma edad.
¿Cómo fue la etapa juntos en el Madrid?
Jugar con él era increíble y eso que los últimos seis años más o menos jugó con una pierna solo porque estaba cojo. El tío metió a Portland en la final de conferencia de la NBA él solito y con una pierna.
También jugaste con Arlauckas.
Sí, otro gran jugador. No al nivel de Sabas, pero muy bueno.
Ha reconocido hace unas semanas en una entrevista a El Mundo que tuvo muchos problemas con el alcohol.
No lo sabía. Pues ahora está como un pincel, mucho mejor que cuando jugaba.
En esa misma entrevista decía que era consciente de que “había sido un hijo de puta”.
También, también. Es verdad, es verdad. Pero siempre ha sido un gran jugador. Yo siempre le coloco entre los grandes con los que he jugado porque me parecía alucinante.
¿Es necesario un perfil así en un equipo?
Siempre hay un hijo de puta en el vestuario. Un equipo es un abanico de personalidades y cada uno tiene que desarrollar su inteligencia emocional para llevarse lo mejor posible con todos.
En aquella época, ¿qué tal la llevabais la rivalidad con el Barça?
Muy bien, muy bien. Incluso ahora seguimos siendo muy amigos. Yo tenía un gran cariño a muchos. Con Epi, por ejemplo, compartía habitación en la selección y nos divertíamos mucho.
Con la selección llegaste a jugar los Juegos de Seúl y de Barcelona. ¿Cómo fue esa experiencia?
Muy bonita. Gracias a Dios nunca llegué a jugar ni un solo minuto oficial con la selección de la URSS porque no habría podido jugar con España, que fue maravilloso.
Ahí jugaste contra Jordan.
Sí, aunque yo realmente era más seguidor de Magic, al que llegué a conocer personalmente y es un encanto de persona con un carisma desbordante. Jordán era la elegancia personificada en el baloncesto. Y sí, jugué contra él, pero es que jugamos contra el Dream Team, el mejor equipo de la historia. Ni en el futuro va a haber uno tan bueno como aquel.
¿Cómo viviste los minutos antes de jugar contra Estados Unidos?
Pues pensando que íbamos a hacer lo que pudiéramos y a disfrutar. Ni siquiera hicimos ninguna preparación. Perdimos por 30 pero otros perdieron por mucho más que nosotros.
¿Te habría gustado jugar en la NBA?
Sí, pero tampoco me volvía loco. En aquella época había bastante separación entre los jugadores de la NBA y nosotros. Ahora ya no tanto. Antes tenía un poco más de prestigio el jugar aquí, jugar en Europa, ganar la Copa de Europa... Y ahora, en cuanto empiezan a despuntar un poco, a Estados Unidos. El último equipo que me gustó de verdad de la NBA fueron los Spurs de Popovic, con Duncan, Parker, Ginobili, Robinson y compañía.
¿Cuál es el momento que recuerdas con más cariño de tu carrera?
Los mejores momentos siempre son cuando ganas. Ahí es cuando eres feliz de verdad.
¿Y el más duro?
Lógicamente, duro es cuando pierdes. Pero es cierto que yo tengo uno particular en el que ganamos. Fue en la Recopa y yo no metí ni un punto. Todo fueron fallos. Todo, absolutamente. Ese momento para mí fue muy duro porque no me sentía parte del triunfo. No paraba de preguntarme qué me había pasado. Era el líder del equipo y no había logrado ni un punto. Fue frustrante. Igual que la final de la Euroliga en la que no me sacaron ni un minuto. Fue en el 95 y jamás lo entendí porque íbamos incluso ganando por 10 y yo era el capitán, pero nada. Algún día se lo preguntaré a Zjelko porque estoy seguro de que no era cosa suya sino de la directiva de entonces.
Existe una leyenda sobre una discusión tuya con Antúnez en León. En la cancha se vio algo, pero, ¿es todo cierto?
Todo cierto. Jose era muy, muy, muy bruto. Todo fue porque Luyk nos dijo en un tiempo muerto que teníamos que hacer una jugada para ganar el partido y, en lugar de dársela a Sabas, que era el plan, Jose decidió ser el salvador y entró a canasta. Le pusieron un tapón y perdimos. Fue la gota que colmó el vaso porque nos lo había hecho ya seis o siete veces. La bronca empezó en la pista pero siguió en el vestuario. Casi nos pegamos y nos multaron a los dos. De todas formas, ahí se terminó. Fue una discusión de juego. Fue un momento complicado, pero es que Jose es la única persona que he visto hacer llorar a Sabas
¿Te quedó algo por hacer en el baloncesto?
Sí, tengo una frustración personal. Yo me retiré en el 95 y en el 96 salió la Ley Bosman, con la que podría haber jugado en cualquier liga europea sin ser extranjero. Fue una pena porque me hubiera gustado aprovechar para jugar en Inglaterra, en Bélgica...
Te retiraste en el Madrid…
Sí, pero tenía dos años más de contrato y me pusieron en una situación complicada así que lo dejé. Pedí que me pagaran lo que me debían y me retiré. Les dejé la plaza libre. Fui un gilipollas porque jugué seis meses con la pierna destrozada para que luego me tratasen así.
¿Te dolió que terminar así aunque hubiera un partido de homenaje?
Tuve partido de homenaje porque si no me lo hacían me tenían que pagar una pasta. Estaba en el contrato. Mi agente puso por escrito que si no me lo hacían me tenían que pagar 40 millones. De todos modos, no soy el único que no ha terminado bien con el Madrid. Parece que les cuesta despedir bien a sus jugadores. Aún así, yo no estoy disgustado en absoluto con el club, que siempre nos ayudó. Tanto mi familia como yo estaremos eternamente agradecidos. Incluso ahora nos siguen tratando de un modo increíble. Fue una cuestión de la directiva de entonces, pero el Real Madrid está por encima de todo eso. Es un club con mucha clase.