Elena Sanz es una de los 842 participantes que tomaron la salida en la edición 2024 del Maratón de Sables, una de las carreras más duras del mundo que se disputa desde hace casi cuatro décadas en el desierto de Marruecos. Ella es española, tiene 46 años, le apasiona correr y lo hace pasando por encima de cuantas dificultades surjan en el camino. La más complicada es que Elena sufre baja visión por culpa de la miopía magna, una enfermedad degenerativa que le ha dejado con apenas un 30% de visión en el ojo derecho y un 45% en el izquierdo. Eso limitaría a muchos, pero no a ella.
Porque Elena no encuentra problemas sino que busca soluciones y, camino de Sables, su principal obsesión era conseguir que la mochila, con todo el material que implica su enfermedad (gafas especiales, lentillas…) pesara lo menos posible.
Cabe recordar que el Maratón de Sables es una prueba en la que se recorren 253 kilómetros en autosuficiencia, es decir, transportando tú mismo todo el material que vayas a necesitar durante las seis etapas que conforman la carrera. Eso implica hilar muy fino con todo lo que vas a necesitar o crees que vas a necesitar.
“Yo he pesado hasta el papel de los envoltorios de las pastillas para hacer caldo. Cada una pesa dos gramos y teníamos que llevar al menos 14, así que 28 gramos a la mochila. En esto, cada gramo cuenta”, relata la propia Elena, que también hizo una búsqueda exhaustiva para encontrar la ropa interior más ligera posible. “Hasta en eso tienes que ser cuidadosa. Yo busqué en muchísimas tiendas hasta encontrar unas braguitas que pesaban sólo 17 gramos. Cada día las iba tirando al terminar la etapa”.
Tanto importa el peso que llevas a cuestas en Sables que Elena decidió incluso prescindir de la esterilla sobre la que descansaba por las noches. “La abandoné porque pesaba 150 gramos y preferí quitarme eso de la mochila y dormir en el suelo”, cuenta.
Sin embargo, y pese a que todo lo relacionado con los pesos y la mochila ha sido una odisea, no ha sido el principal obstáculo durante la carrera. El calor era un enemigo mayor. “Lo más duro de esta carrera no ha sido mientras he estado corriendo sino al llegar, con todo el calor, y no poderte refrescar de ninguna manera, no descansar, tener el agua tan limitada a 40 grados. Con tres litros y medio tienes que hacer la comida, la cena y el desayuno del día siguiente, tienes que beber y, si puedes, asearte un poco. Y todo esto teniendo en cuenta que estábamos a una temperatura media diaria de 40 grados a la sombra”.
En las horas de más calor, los termómetros alcanzaban los 48 grados. “A esa temperatura el cuerpo no responde. Este año incluso tuvieron que adelantar las horas de salida de las etapas porque la temperatura media durante esa semana era entre dos y cinco grados superior a la temperatura media de otros años. Por eso nos levantábamos a las 4.30 y para mí era un alivio porque era la única hora del día en la que no tenía calor”, explica Elena.
Con un calor asfixiante, en autosuficiencia, casi sin agua y con un horizonte de docenas de kilómetros por delante. Así afrontaban cada día los participantes de este infernal maratón. El más duro, por supuesto, el tercero, con la doble maratón y la amenaza de perderte y que se eche la noche encima.
“El tercer día era la etapa larga, la que más me gustaba porque conozco ese tipo de distancias. Me encontré muy bien a pesar de que fue una etapa en la que hubo auténticas masacres por el calor. La gente se refugiaba hasta que se hiciera de noche, pero yo no podía hacer eso por mis problemas de visión. A mí me aterraba pensar en la noche. Si se me echaba la noche encima, estaba perdida. Habría dependido al 100% de seguir a alguna persona”, narra Elena.
“Incluso la gente sin problemas de visión tiene problemas para ver las balizas, así que yo lo habría tenido imposible. Este temor, en cierto modo, me favoreció. A mediodía yo me hubiera parado porque hubo dos horas de calor absolutamente insoportable, pero yo seguí. Fue muy duro, pero la única manera de avanzar era pensar que me quedaban cinco horas de luz”, continúa.
El coraje le hacía seguir corriendo, pero los médicos le obligaron a parar: “Tuve que dejar de comer porque yo preparaba la comida con agua y tenía que echarme los bidones por encima para refrescarme. Era más importante bajar la temperatura corporal que comer. Esto me pasó factura porque llegué a un punto de control con las manos totalmente hinchadas por deshidratación. No podía doblar los dedos y, como allí el control médico es muy riguroso, no me dejaban continuar”.
La solución, aquellas pastillas de caldo cuyo envoltorio pesaba dos gramos. “Me obligaron a tomarme unas pastillas de caldo, que son parte del material obligatorio, para poder seguir. Me las tomé como si fueran un caramelo… ¡y no están malas! De hecho, en ese momento, me supieron a gloria. En esos momentos es pura cuestión de supervivencia. Tener una carencia de sal como tenía yo puede ser bastante grave, pero la pudimos solucionar”, explica una Elena que logró terminar aquel día (algo más de 16 horas tardó en completar la jornada) y, por supuesto, la prueba completa.
Cierto es que, para lograrlo, tuvo que hacer gala de todo tipo de estrategias mentales para superar el día a día. Por ejemplo, fingir un secuestro: “Cada día te dejan un minuto en lo que se llama la Emotion Box para enviar un mensaje a unas direcciones de correo que facilitas antes de la carrera. Yo me encontré con que había la dirección de muchísima gente y sólo podía hacer un mensaje, así que se me ocurrió la tontería de fingir un secuestro en plan broma porque no me apetecía ponerme sentimental ni de bajón. Quería estar positiva. A mis compañeros les hizo gracia la idea y fueron participando todos”.
Elena Sanz terminó el Maratón de Sables como mejor corredora española y en el puesto 31 en la clasificación femenina, el 219 de la general, con un tiempo de 41:09:16, lo que arroja una velocidad media de 8 kilómetros por hora a lo largo de los seis días.
Reconoce que es el desafío más complicado al que ha hecho frente a nivel deportivo: “Este tipo de carreras son súper exigentes, llevan el cuerpo al extremo. Sables es el reto más duro al que me he enfrentado, sin duda. La UTMB, por ejemplo, es muy dura, pero sabes que son 46 horas de tiempo límite y eso se termina. Además, allí no corres en autosuficiencia sino que tienes un equipo, apoyo de familiares y las temperaturas no son extremas”.
Por eso, al menos de momento, no tiene en mente repetir: “A día de hoy no me planteo volver, pero ya veremos. No me gusta repetir carreras. Creo que hay muchas carreras en el mundo muy interesantes, muy bonitas, que cada una te aporta una cosa y preferiría hacer otras antes que repetir esta. Esta ya la conozco, ya he vivido la experiencia y me ha encantado, estoy contentísima, he disfrutado un montón y ya está. A por otra”.