Desde que llega el buen tiempo son muchos los que se animan a salir a correr por sus ciudades, parques o campos. Se ha visto en los últimos meses como la cantidad de runners se ha multiplicado. Cierto es que la fiebre del running se ha multiplicado en la última década en España, una fórmula que muchos utilizan para mantenerse activos, pero también para perder esa grasa que se va acumulando antes de pisar de nuevo la playa.
Hay quien se va por el parque, el que simplemente echa unos kilómetros en la cinta, los que se van a la montaña o los que prefieren correr más lento y no tan rápido, una tendencia conocida como ‘slow running’ que ha ido ganando adeptos en los últimos años para afianzar la idea de que cada persona debe correr a su propio ritmo sin presionarse.
Aunque es verdad que muchos de los corredores intentan mejorar sus marcas tanto de tiempo como de distancia, correr más lento también puede tener grandes beneficios para la salud de las personas y en la pérdida de peso.
En un artículo publicado en The Conversation por el experto en ejercicios de la Anglia Ruskin University Jonathan Melville contaba como atletas como Eliud Kipchoge dedican hasta el 80% de sus entrenamientos a correr a un ritmo moderado que les permite mantener una conversación sin dificultad, mientras que el otro 20% de sus entrenos sí los enfocan en trabajar en intensidades más elevadas a nivel de competición.
¿Por qué trabajan de esta forma? Entrenar a niveles muy exigentes puede generar estrés en el organismo y aumentar el riesgo de sufrir lesiones o enfermedades, por eso se deben limitar y trabajar la mayor parte del tiempo en la llamada zona 2, clave en el desarrollo de un buen funcionamiento respiratorio y cardiovascular.
Una de las partes positivas del ‘slow running’ es que durante la carrera el cuerpo utiliza como combustible las reservas de grasa almacenadas, produciendo una gran cantidad de energía. ¿El resultado? Quienes corren de esta forma se fatigan mucho menos y al final acaban estando mucho más preparados para poder realizar esfuerzos más intensos puntualmente.
Ahora bien, ¿qué ritmo es el adecuado para hacer bien el ‘slow runnig’? En general se aconseja que lo ideal es mantener la frecuencia cardíaca al 70% de la máxima individual o por debajo de ella. Para saber si la velocidad es la adecuada, un método sencillo es intentar cantar en voz alta al correr o hablar con otra persona si lo hacemos en compañía. Si consigues hacerlo sin que suponga un gran esfuerzo, la intensidad sería la adecuada.
Algunos de los grandes beneficios de esta forma de correr es que permite aumentar el umbral de lactato, que mejora la capacidad para metabolizarlo y eliminarlo, haciendo que corramos más rápido y con una menor sensación de agotamiento y de calambres. Además, fortalece las fibras musculares y permite que el cuerpo se recupere mejor de las sesiones intensas, reduciendo también el riesgo de sufrir lesiones por sobrecarga.
En el ámbito psicológico, correr más lento favorece aliviar el estrés del día a día y, por tanto, ayuda a encontrarse más relajados y a sentirse más satisfechos sin tener que estar pendiente de lograr una marca.