Cada día del año, los 365, Derick Rey (Venezuela, 1976) encuentra un rato para practicar surf. Raro es el día que no lo consigue. Su vida gira alrededor de las olas, las tablas y una pasión que le atrapó cuando aún era un crío en su país natal: “Es una tierra increíble con playas maravillosas y agua caliente, el caldo de cultivo perfecto para que yo creciera enamorado de ese deporte”, explica.
Derick llegó a España en el 98 -“me siento gallego”, dice convencido-, con una tabla bajo el brazo y en busca de un futuro a la orilla del mar. Lo encontró en Patos, una pequeña localidad pontevedresa situada frente a las islas Cíes en la que ahora vive y da clases de surf en la escuela Prado Surf (cursos de perfeccionamiento, donde “todos los chavales están motivadísimos”) sin haber dejado de lado, ni mucho menos, la competición.
“Ahora soy Kahuna, que es la categoría para mayores de 45 años. Me encanta la competición, aunque en el surf puedes surfear por libre y pasártelo bien igual, pero el reto de la competición me encanta. Esos 20 minutos en que tienes que cuadrar dos buenas olas para hacerte un buen ‘score’ es súper emocionante”, reconoce Derick, que nos atiende en el descanso de una sesión con una de sus alumnas más aventajadas, que está a punto de comenzar una competición.
Por las venas de Derick corre agua salada. Desde que tiene memoria se recuerda a la orilla del mar y desde los 11 años, cuando consiguió su primera tabla, surfeando. Ha vivido todas las etapas del surf en las últimas cuatro décadas: “El surf ha cambiado muchísimo desde finales de los 80 hasta ahora. Antes, incluso hasta el 2000, era un deporte más de habilidad que de esfuerzo. Los surfistas no hacíamos ningún entrenamiento físico, simplemente surfeábamos y ya está. Ahora son atletas. La tecnología, las correcciones en vídeo y el coaching han llevado el deporte muy arriba”.
A Derick le gustaba el deporte en general y se le daba bien, incluso llegando a competir y subiendo al podio, por ejemplo, en motocross. Pero el surf era distinto. El proceso le enganchaba. “Siempre tuve el surf como una válvula de escape. Lo bueno que tiene comparado con otros deportes es que es súper divertido. Estás todo el tiempo buscando mejorar esa maniobra, coger esa ola un poco más grande, superando tus límites. A diferencia de otros deportes, el proceso de llegar al objetivo en el surf es divertido”, explica.
Cierto es que, visto desde fuera, existen momentos en los que el surf, al menos a priori, no parece el plan más divertido del mundo. Pongamos que llueve y hace frío, algo no tan extraño en Galicia. ¿A quién le apetece meterse al agua? A Derick… y a sus alumnos.
“Cuando estás enganchado al surf te da igual el frío, el viento o si hay malas olas. Siempre quieres surfear. A mí no me pasa, y a mis chavales tampoco, que salga un mal día y no me apetezca surfear. El momento más duro que puedes tener es, por ejemplo, un día frío y con olas regulares. Ponerse el neopreno mojado puede ser un momento de masoquismo, pero una vez que entras al agua y pillas las dos primeras olas, se te olvida todo”.
No en vano, para un surfista lo peor es ver los toros desde la barrera. Estar en la orilla es una tortura. “Lo que peor llevo es ver a mis alumnos desde la arena. Más que envidia, es saber que me voy a perder ese momento. En otros deportes no hay un momento mágico como en el surf, donde coinciden el viento, la marea, y el tamaño de la ola. Cuando están las olas perfectas y justo en ese momento tengo que trabajar me da rabia”, explica apretando los dientes.
Por supuesto, eso llevado al extremo es aún peor. “Lo paso fatal cuando tengo que estar alejado del mar, aunque no me suele pasar casi nunca. Si no tengo una lesión o algo que me saque del agua, no suelo tener viajes de trabajo donde no pueda surfear”, comenta Derick antes justo de confesar que está a punto de hacer las maletas para ir a Maldivas… a surfear.
Lo seguirá haciendo así mientras el cuerpo aguante. “Me veo surfeando toda la vida. Creo que puedes practicar este deporte durante toda la vida, siempre y cuando te mantengas activo. Hay un skater mítico que decía: ‘No te haces viejo y dejas de patinar; te haces viejo por dejar de patinar’. Yo aplico eso directamente al surf: te haces viejo cuando dejas de surfear, no dejas de surfear porque te haces viejo”.
Y su cuerpo, de momento, aguanta de sobra. Con achaques, obviamente, pero aguanta. “Hasta los 40, mi físico estaba bien y no tenía ninguna molestia. A partir de los 40 comencé a convivir con diferentes achaques, pero desarrollando mi actividad exactamente igual. Aunque me duela un poco la espalda, los codos o el cuello intento no prestarles mucha atención ya que son dolores pasajeros, nada crónico ni grave”.
Con el paso de los años sólo ha tenido que ir adaptando sus entrenamientos. Sesiones más cortas, dosificando y quizá pillando menos olas, pero haciendo “que cada una valga la pena”. A este punto le lleva la experiencia, que le ayuda a escoger la tabla idónea cada día, a saber por dónde remontar o por qué ola apostar. “La experiencia siempre es un plus”.
Cierto es que hay algo en lo que la experiencia te puede ayudar pero de lo que no está nadie exento. Pasarlo mal en el agua siempre es una posibilidad cuando uno se dedica al mundo del surf. “Es algo que sucede y lo sabemos todos. Yo no he tenido grandes sustos, aunque me han pasado cosas que me han obligado a reflexionar y tomar decisiones para salir de situaciones de peligro. En el surf es crucial mantener la calma, independientemente de la situación. Si entras en pánico, estás perdido, porque tus decisiones serán incorrectas”, confiesa Derick.
Una de esas situaciones comprometidas tuvo lugar cerca de su casa, en una zona de rocas, donde se cayó y el invento (la cuerda que une al surfista y su tabla) se le enganchó en una piedra. “No podía salir del agua porque la turbulencia no me dejaba quitarme el invento. Vino otra ola más grande y, gracias a Dios, se rompió el invento, lo que me permitió salir. Todo esto lo manejé sin pánico, esperando que pasara la turbulencia, cogiendo aire y volviendo a intentarlo. Dentro del agua, si mantienes la calma, siempre hay una solución”.
Derick tiene claro que no va a jugarse el pellejo por una sesión en el agua. La experiencia, una vez más, aparece como protagonista en este tipo de decisiones: “Te enseña cuándo debes entrar y cuándo no. Si las condiciones son peligrosas o no tienes el nivel suficiente, es mejor buscar un spot alternativo, una playa con menos corrientes o menos peligrosa. No todas las olas son para todos. Lo primero que hago al levantarme es revisar el parte meteorológico y lo hago 20 o 30 veces al día. Veo una playa, luego otra y otra… hasta encontrar la mejor”.
Y eso que él tiene un gran nivel y puede solventar casi cualquier situación. Sin embargo, apunta: “Aunque lleve muchos años surfeando y lo haga bien, hay sitios donde no me meto porque las olas son demasiado peligrosas. No tiene sentido arriesgarse a hacerse daño. Eso lo valoro mucho mejor ahora que cuando tenía 20 años”. De nuevo la experiencia.
Más allá de las sensaciones sobre la tabla, el surf ha permitido a Derick conocer rincones de medio mundo y practicar su deporte favorito en lugares idílicos… y no tanto. “Remar y ponerte de pie con un delfín saltando delante de ti en la ola es una experiencia mágica… aunque impacta ver un animal de tres metros aparecer de repente. Son inofensivos, aunque son más grandes y más negros que los que ves en los parques acuáticos e impacta la primera vez que te los cruzas”, narra.
Los delfines, así pues, no son un gran problema para el surfer. Los tiburones ya son otra historia. En zonas como Australia, Sudáfrica, Hawái o Cabo Verde, donde hay muchos tiburones tigre y se han registrado ataques, tienes que asumir el riesgo. “Los locales te dicen que no puedes luchar contra eso. Es algo que sabes que puede pasar, lo asumes, y sigues surfeando. Si estás en el agua pensando en tiburones, no disfrutas ni surfeas bien. En Galicia, lo más peligroso es que te pique una faneca o pises un erizo en las rocas”.
Derick, quizá para compensar todo lo escrito anteriormente, no duda en afirmar que “el surf es el deporte más difícil que existe”. Ahí queda eso. Pero con una explicación: “Es un deporte acrobático, donde haces maniobras en el aire con rotaciones, y las condiciones están en continuo cambio. No puedes practicar como lo harías en un skatepark, donde repites la misma maniobra en la misma rampa, o en un campo de fútbol. En el agua, no hay dos olas iguales. Cada ola es una oportunidad única que debes aprovechar al máximo”.
Pero igual que no niega la dificultad de subirse en un tabla, explica que está al alcance de todo el mundo si se pone en las manos adecuadas y tiene una buena dosis de paciencia. “Mi consejo más básico para alguien que quiera aprender a surfear es que se apunte a una escuela porque aprender por libre te llevará muchísimo tiempo. Lo digo por experiencia, porque cuando yo aprendí a surfear no había escuelas, nadie te enseñaba. En el surf, lograr que alguien coja una ola antes de que rompa, se ponga de pie y la baje, no sucede en un día y muy rara vez se logra en una semana, pero todos disfrutan desde el principio”, sentencia.
Se puede empezar a cualquier edad, siempre y cuando haya ganas y tengas claro el objetivo. “He enseñado a niños de seis años y a hombres de 60. Es más fácil con los niños, pero todos aprenden. Les lleva más tiempo, pero lo consiguen, se ponen de pie en la tabla y sienten las sensaciones del surfing”, explica un Derick al que no podíamos dejar escapar sin darnos una recomendación, la mejor playa para surfear en España. Él tira para casa: “Para mí la mejor playa es la de Patos, que es donde vivo y surfeo. He estado en playas increíbles, como en Maldivas, pero como mi casa, con mis olas y mi gente, no hay nada igual”.