Los que lo han probado no dudan en asegurar que el parapente es el instrumento más parecido que tiene el hombre para alcanzar la sensación de volar como un pájaro. Más que el paracaidismo, más que el salto base o que el ala delta. “La sensación de total libertad, de mirar hacia todos lados y no ver nada, pero además sentir el aire en la cara y poder ir tranquilo y relajado es mágica”, dicen.
Jose y Esteve son dos enamorados del parapente. Lo descubrieron de maneras diferentes, ambos lamentan que demasiado tarde (Jose a los 32 y Esteve a los 51), pero ninguno de los dos está dispuesto a dejarlo mientras el cuerpo aguante.
A Jose Luque, una leyenda que ha enseñado a cientos de personas a volar en parapente, le picó el gusanillo al ver un ala delta un día con unos amigos. “Llevo, literalmente, media vida metido en esto. Empecé a los 32, con más edad de la que me hubiera gustado, y ahora tengo 65. La primera vez que vi un ala delta pensé: ‘Esto lo tengo que probar’. Pero cuando vi la velocidad a la que volaba, me echó un poco para atrás. Sin embargo, cuando vi los parapentes, pensé: ‘Esto sí que es lo mío’. Desde ese mismo momento empecé a buscar a alguien que me enseñara”, rememora.
Por aquel entonces a Esteve aún le quedaban unos cuantos años para ponerse en manos del propio Luque. Lo hizo con 51 y buscando una actividad que llenara el vacío que había dejado en él la llegada a León y la distancia a su adorado Mediterráneo.
“A mí lo que me gustaba era el mar, el windsurf, la vela ligera, el catamarán... Pero con 48 años me vine a León y descubrí que el Cantábrico no está hecho para mí. Es muy bravo, muy frío. Entonces pensé que habría que navegar por el aire. Me lié la manta a la cabeza y decidí probar el parapente, que, hasta entonces, para mí eran unos locos colgados de un trapo con cuatro cuerdas. Aun así, me puse en contacto con Luque y hasta hoy”.
Precisamente el hecho de tener un instructor que le guiara en los primeros pasos fue crucial para él. Luque, un par de décadas antes, no había tenido la misma suerte. “Aprendí como pude, llegué a volar de pura casualidad porque había un riesgo terrible y no tenía un profesor como tal. Además, en aquella época el material básicamente era un paracaídas modificado y poco más. En mis inicios no sé ni cómo me libre de algún accidente gordo”, recuerda Luque.
Aquellos inicios le motivaron a montar, años después, una escuela -Vuelo Libre- que ahora es un club. “Quería conseguir que la gente entrara en este mundillo con una garantía mejor de la que yo tuve, que la única teoría no fuera: ‘Venga, venga, vamos, vamos, hay que correr, hay que correr… Y a volar’”.
En esa escuela, y a las órdenes de Luque, se inició Esteve a principios de este siglo. No fue fácil. “Mis inicios no son como los de los chavales estos de 20 o 30 años. A mí me costó lo mío pero tuve suerte de dar con Luque y tener mucha paciencia. Estuve todo un verano entero subiendo y bajando cuestas, sudando como un animal para lograr levantar los pies del suelo”.
Ambos, escrito está, se quedaron completamente prendados del parapente. Y no fue por encontrar emociones fuertes sino, más bien, por todo lo contrario. “En el parapente no te engancha la adrenalina, eso es para los de salto base y todo eso. En esto, los primeros días sí te da un subidón, pero luego es más bien el placer de volar, de estar colgado en el aire, relajado y sin nada a tu alrededor”, comenta Esteve.
La sensación es muy similar a la que describe Luque: “Sentir el aire en la cara y darte cuenta de que estás volando como un pájaro, disfrutando de todo el entorno de una manera totalmente distinta y única. A mí me enganchó la sensación de total libertad, estar en contacto completo con el aire, mirar a todos lados y no tener nada alrededor”.
En cualquier caso, si lo que buscas es subir tus pulsaciones, también puedes. “Si lo que quieres es adrenalina tienes alternativas con el parapente como el vuelo acrobático, donde si se crean esos subidones”, explica un Luque al que le tira más volar tranquilo. “Cuando hay restitución y todo el aire te tira para arriba estás igual que en un sofá relajado, pero a 500 o 600 metros de altura. Es momento es increíble”.
El parapente, por el momento, no es un deporte masificado. La mayoría de la gente que lo prueba lo hace como una experiencia más, al igual que montar en globo o saltar en paracaídas. Los que sí son habituales en el mundillo lo agradecen.
“Cada vez hay más gente que vuela, pero mejor que no se masifique porque seguro que eso traería restricciones. En los países donde está más masificado, como en Francia, hay más normativas, más restricciones. Aquí aún somos un poquito libres”, comenta Esteve para que Luque explique los motivos por los que el parapente no se ha popularizado más.
“La gente todavía ve este deporte como si fuera de alto riesgo, pero no es así. Lo más complicado del parapente es reconocer el entorno y eso lo aprendes en una escuela o con un grupo que te guíe. Hay mucha gente que, esté como esté el día, sube y vuela. Ahí sí asumes riesgos innecesarios. Pero si tienes claro cuándo se dan las condiciones adecuadas o estás con gente que te diga "ahora es para ti", el deporte se vuelve muy placentero, no arriesgado”.
Esteve insiste en el mensaje: “Jose siempre inculcaba, cuando daba clases, que la seguridad es lo primero. Hay que volar cuando se puede volar. De todos modos, yo nunca he visto el parapente como algo de riesgo. A estas edades, el mayor riesgo es sentarse en el sofá y no levantarse”.
Tanto es así que ni siquiera en el momento de dar el salto para despegar tienen dudas o miedos. “Lo último en lo que piensas cuando estás a punto de volar es que ojalá dure mucho. Las primeras veces te estresas porque no sabes qué va a pasar, pero cuando ya tienes un ritmo de vuelo normal, lo que deseas es un vuelo largo y tranquilo, aunque lo de tranquilo siempre es relativo, porque estás en un medio que se mueve y con un aparato que se mueve. A veces es como estar en un sofá, y otras, como estar en un columpio”, nos comentan.
Obviamente, no es oro todo lo que reluce y también hay días malos en los que se llega a pasar miedo. Ni Jose ni Esteve lo niegan. “Hay veces que según sales sólo piensas en bajar lo antes posible y momentos en los que estás volando tranquilo y de repente el parapente se arruga, lo que llamamos una plegada, y si te pilla de improviso lo pasas mal y sólo quieres aterrizar. Puedes llegar a pasar miedo, pero son instantes muy puntuales”.
Por ahí aparece un viejo dicho que manejan los que se mueven entre velas: “Es mejor estar abajo deseando estar arriba, que estar arriba deseando estar abajo". Ambos lo cumplen a rajatabla.
Y Esteve incluso con más motivo, ya que su pasión por el parapente se une a la facilidad que tiene para marearse, lo que puede convertir un vuelo de ensueño en una pesadilla. “Me mareo con facilidad y, cuando está muy revuelto, lo paso mal. Justamente cuando está revuelto es cuando más cuesta bajar. Por eso, además del parapente, probé el paramotor. Los vuelos son más tranquilos y controlados. Mientras trabajaba, a veces llevaba el motor y la vela en la furgoneta. Si veía un buen lugar, sacaba el equipo y me daba un vuelo”.
La facilidad que da el parapente para disfrutar de un vuelo casi en cualquier lugar es algo que ambos aprecian y valoran: “Es increíble la sensación de ir en el coche y pensar que llevas un avión en el maletero”, dicen. Y eso que a veces no les haría falta ni el coche, ya que ambos saben bien lo que es hacer vuelos largos. Partiendo de Boñar han llegado hasta la playa de Rodiles con paramotor (150 kilómetros) o hasta León en vuelo libre.
Este tipo de experiencias no están exentas de imprevistos, aunque, por suerte, la solución suele ser sencilla, ya que pasa por “aterriza en cualquier prado, llamar a tus amigos y decirles que vayan a buscarte”. A cambio, eso sí, “los invitas a tomar unas cervezas y en paz”.
Tanto Jose como Esteve animan a probar a todo el mundo, ya que en España hay “mil lugares increíbles” para volar (Jose sueña con poder hacerlo en Ordesa, pero en los Parques Naturales está absolutamente prohibido) y no es una afición excesivamente cara. Para empezar se pueden encontrar equipos por unos 1.500 euros, pero a partir de ahí no hay más gasto que el de la gasolina para acudir al lugar de despegue.
También juega a favor del parapente el hecho de no necesitar una gran forma física para practicarlo. “Con ser capaz de correr 10 metros es suficiente. Gastas más energía haciendo una hora de pesas en el gimnasio que volando en parapente durante cuatro o cinco horas”.