Fue en 1974, durante el National Seniors Open de EEUU. El golfista Michael Hoke Austin, de 64 años, golpeaba a la bola desde el tee para ponerla a 470 metros de distancia y conseguir un récord que, aún hoy, permanece. Aquello fue algo puntual, fruto de la técnica, la experiencia y el viento a favor, pero abrió el camino para que, hoy en día, los jugadores le peguen cada vez más lejos y los campos de golf se estén quedando pequeños.
La Asociación del Golf de Estados Unidos (USGA) lleva años analizando la distancia de todos los golpes que se llevan a cabo en los torneos profesionales de golf, y sus conclusiones son más que esclarecedoras: en 2003 la distancia media de los 20 mejores golpeadores del Tour Europeo era de 277,06 metros; en 1995 era de 254,2 metros y, a mediados de siglo XX, la media estaba entre los 201 y los 237 metros. Actualmente, según sus datos, el golpeo medio se sitúa en los 283,46 metros, es decir, un aumento de casi 30 metros en 25 años. Y esto, aunque no lo parezca, resulta un problema para los organizadores de torneos, los constructores de campos de golf y los propios jugadores amateur. Analizamos quiénes son 'los culpables' de este asunto.
La propia USGA reconoce, en un informe de 102 páginas sobre la situación, que hay varios factores determinantes para que este problema se acreciente cada vez más: la estrategia y el fortalecimiento de los golfistas, los cambios en la técnica del 'swing', nuevas condiciones de configuración de los propios campos de golf y las mejoras técnicas en el equipamiento.
"La última evolución más bestia es de esta semana, con la aparición de una varilla de malla de acero que puede suponer una revolución", nos cuenta Fernando Juliá, manager general de Agile Golf, una de las pocas empresas en España que se dedican a la fabricación de palos de golf a medida.
Donde antes había varillas fabricadas con hierro y con grafito ahora las hay de otros materiales más ligeros para el golfista pero igual de potentes. "En las varillas se ha conseguido distribuir las durezas y los pesos, que antes no se podía. Hoy en día hay varillas que se flexan en medio, con lo que el jugador tiene la sensación de más ligereza y comodidad", apunta Juliá.
¿Y la regulación? "No hay ninguna restricción en varillas. Solo en el largo de los palos. El hecho es que las varillas han tenido una revolución muy bestia, hay tantas que es una locura", afirma el experto.
Desde mediados del siglo XX, cuando las distancias comenzaron a crecer, las bolas también han evolucionado. No fue hasta 1990 cuando quedó fijado que una pelota de golf oficial debería, al menos, tener 42,67 milímetros de diámetro y no más de 45,93 gramos de peso. A partir de ahí, tanto el diseño de estas como los compuestos interiores quedaba en manos de los fabricantes y de los golfistas para elegir la más beneficiosa para su juego.
Según explica la USGA en su informe, "después de 40 años en los que no se innovó con las bolas, llegaron las mejoras en la aerodinámica, y los fabricantes de pelotas de golf vieron que podían tener el control y el trazado de la trayectoria, la velocidad de giro y el ángulo de descenso, propiedades que pueden impactar directamente en la distancia que alcanzan los golpes de los jugadores".
Actualmente, además de los cambios aerodinámicos en las pelotas, como el número y la forma de los agujeros que la recubren, también se han incluido cambios en los materiales que conforman la pelota y en la compresión de las mismas. Por ejemplo, se utilizan desarrollos de nuevos compuestos sintéticos y polímeros para mejorar la velocidad y el alcance.
"La pelota ha evolucionado una barbaridad, no tiene que ver la de hace 20 años con las que hay ahora", nos explica Juliá. "Las condiciones de la bola pueden hacer mejor o peor al jugador y, actualmente, hay bolas de compresión 30 y antes solo había de 80, 90 o 100: el alma de la bola no había quien lo comprimiese, ahora sí", concluye.
La mayoría de los grandes golfistas que alcanzan largas distancias en el primer gole ('drive') utilizan bolas de compresión 100, aunque la de 90 sea la más habitual entre los que se dedican a jugarlo de manera amateur. Para muestra de cómo se puede comprimir y descomprimir una pelota de golf, este vídeo sobre una de ellas impactando en una plancha de acero.
El problema no es nada baladí. En el ámbito profesional, si los 'drive' llegan más lejos, los hoyos se juegan más rápido y se desvirtúa, en parte, el propio juego del golf. Una de las soluciones, más allá de regular la tecnología, algo que se presenta prácticamente imposible, es modificar los propios terrenos donde se practica el golf, pero ello implica grandes dificultades.
"En los años 60, los pares 4 y 5 los poníamos a 200 metros. En los 90 se alargó a 220 metros y ahora, en los últimos diseños estamos en los 250 y 270 metros a nivel profesional y en 220 - 240 en amateur, dependiendo de lo que quiera el cliente y para lo que se vaya a usar ese campo, aunque el problema viene cuando hay que hacer un campo destinado a ambos tipos de jugadores", explica Leopoldo Espinosa, arquitecto de golf y socio director de Garden & Golf.
Sin embargo, hacer campos más grandes implica una serie de gastos adicionales, como mayor cantidad de agua consumida, más abonos, más productos fitosanitarios, tala de árboles... y aunque esto haya sido la solución para algunos campos profesionales del PGA Tour, no lo es para la inmensa mayoría de campos.
En los que ya están en funcionamiento no es tan fácil ampliar 20 metros en cada hoyo. Por eso, los trabajos se centran en establecer más obstáculos dentro de las calles. "No ponemos un búnker o un lago a 100 metros del hoyo, lo ponemos donde sabemos que va a caer la pelota, y ahora los vamos estirando", explica Espinosa. "No puedes jugar con mucho más. No puedes poner un árbol en mitad de la calle, aunque a veces se hace en función de la finca donde te encuentres. Intentamos preservar siempre lo que nos encontramos".
Sea como fuere, el golf está viviendo una revolución tanto desde dentro de los terrenos de juego como fuera, pero quizás todo se resuma en dos frases: