El fútbol se viste hoy de luto solemne por la muerte de Maradona. Si abriésemos su álbum familiar por la página final, veríamos una foto extraña, fiel retrato de su azarosa vida. De hecho existe: se tomó con uno de los drones que sobrevolaban últimamente su casa en San Andrés, un barrio exclusivo próximo a la localidad de Tigre. Maradona descansaba flanqueado por un puñado de hombres. Entre ellos, Maxi Pomargo, su mano derecha, atento a tiempo completo a cualquier reclamación o deseo del astro. Junto a él, su cuñado Matías Morla, abogado y representante. Este era quien custodiaba en los últimos años su vida. Él decidía con quién debía mantener contacto y a quién repudiar, lo que provocaba la exasperación de los que más le querían: sus hijos.
Maradona tenía la idea de que Morla le había sacado del fango en sus peores horas. "Con Matías volví a la FIFA, fuimos recibidos por todos los jugadores del mundo, volví a trabajar en Dubai… Estoy de nuevo acá trabajando en el fútbol argentino. Así que, más no le puedo pedir", declaró hace tiempo. El abogado fue quien se encargó de comunicar oficialmente la muerte un poco antes de mediodía, el 25 de noviembre.
El entorno más íntimo en los últimos días de la vida de Maradona lo completaban Nicolás Taffarel, el kinesiólogo que se ocupaba de su rehabilitación desde hacía un año, a pesar de que su título oficial estaba en entredicho. Sus masajes surtían el efecto esperado y Maradona reía mucho con él. ¿Por qué pedir más? También su sobrino Jhony Espósito, hijo de su hermana Beatriz y de La Morsa, un hombre con antecedentes penales desde 1996 por narcotráfico y acusado de asaltar a punta de pistola a un ciudadano. En la imagen tomada con dron aparecían también Julio Soria, apodado El ciruja, y El Gato, encargados de la seguridad de El Pelusa.
Junto a ellos y con los cuidados de una enfermera alojada en la misma vivienda, avanzaba Maradona en su recuperación. Parecía dispuesto a reflexionar y a valorar la vida, pero los mensajes de guerra lanzados desde las redes sociales en todas las direcciones posibles le hacían un flaco favor a su salud mental. No era este el remanso de paz que sus médicos habrían buscado para él. A sus hijas Gianinna (expareja de Kun Agüero) y Dalma hacía ya tiempo que les preocupaba su estado y no se cansaron de denunciar públicamente que estaba privado de libertad. Se enteraron de su muerte por terceros y se acercaron a la casa al mismo tiempo que la fiscal confirmaba el fallecimiento.
Las trillizas de oro -como bautizaron las malas lenguas a ellas y a su madre Claudia- habrían querido hacerse cargo de la salud del padre, pero su ingreso en la Clínica de los Olivos reveló que había demasiadas tensiones e intereses en mantenerlas apartadas del exfutbolista. Las hermanas llevaban años lamentando el veto impuesto por ese reducido círculo capitaneado por su abogado que, según su opinión, en lugar de cuidarle, habían medicado su vida y anulado su voluntad. Su hija Dalma fue más allá: "Le duermen en alcohol".
Su enigmático aislamiento dio mucho que pensar. También a quien fuera su íntimo amigo y hombre clave en su vida desde la infancia, Mariano Israelit, organizador de eventos y productor. Nunca quiso hablar de más, pero en sus acusaciones por la deriva final de Maradona apuntaba a Rocío Oliva, la última mujer que pasó por su vida. En junio quiso hablar con él, pero se encontró con que le tenía bloqueado. Al indagar, descubrió que no veía televisión y que sus acompañantes eran los encargados de gestionar las llamadas y mensajes. "Le endiosaron y acabó siendo el peor enemigo de sí mismo", decía recientemente en una entrevista.
A Maradona le dolían los comentarios y juicios, casi siempre abrasivos. Murió tras sufrir un paro cardiorrespiratorio, pero su corazón andaba renqueante por el dolor que le provocaban sus estragos vitales. A sus hijos no se lo puso demasiado fácil. Gianinna, de 31 años, publicó recientemente: "no sé cómo explicar la relación que tenemos, tampoco sé si me interesa que la entiendan". El caso es que le gustaba recordar a su padre con imágenes del pasado.
"Veo esa foto y es algo genuino, no forzado", comentaba junto a una reciente foto de reencuentro familiar. Su felicitación en su cuenta de Instagram por su último cumpleaños fue muy emotiva: "Desde la cuna hasta la eternidad… Mi gran confidente. El mejor cómplice… Lo disfruté en cada etapa de mi vida, algunas veces más cerca que hoy, pero menos lejos que mañana. Mi gran ejemplo de todo lo que sí y todo lo que no. A quien admiro, ayer, hoy y siempre. Quién me enseñó a perdonar, a perdonarme… Felices 60 al huracán que con 31 años me sigue llamando pompón. Mi escorpiano favorito, tan terco y real, el papá más auténtico del mundo que podía elegir para vivir esta vida".
Tuvo cinco reconocidos, pero su descendencia exacta es un misterio que puede tardar años en resolverse. Hay una expresión que circula por Cuba muy reveladora: "los hijos de Diego". Fue su propio abogado, Morla, el que insinuó en una entrevista televisiva, hace dos años, que el astro del fútbol podría tener varios hijos ilegítimos en Cuba. Fueron fruto de relaciones esporádicas mientras se curaba de sus adicciones en la isla, a principios de los 2000.
"Estaba soltero y se portó mal", comentó. Aparecieron al menos cuatro: Javielito, Lu, Joana y Harold. Posteriormente, Morla hizo mención a un décimo hijo, Santiago Lara, que habría nacido en La Plata, Argentina, y rondaría ahora la mayoría de edad. Eileen Díaz, una joven cubana de aquella época, confesó que Maradona se negaba a usar protección en sus escarceos amorosos.
Su primogénito es Diego Junior, hijo de la italiana Cristiana Sinagra, que nació estando su mujer embarazada. Aunque le negó durante años, su esposa Claudia Villafañe se encargó de pasarle puntualmente una pensión. Finalmente fue reconocido en 2016, a punto de cumplir 26 años. Hasta entonces se empecinó en que sus dos únicas hijas eran Dalma y Gianinna. La relación con ellas tuvo sus idas y venidas, pero sufrieron como nadie su descenso a los infiernos.
La cuarta, Jana, nació de una relación con Valeria Sabalain y fue reconocida con 12 años después de una tensa batalla legal. El último es Diego Fernando, hijo de Verónica Ojeda. Presumió de recién nacido en el Mundial de Brasil de 2014, pero en la actualidad no mantenía ningún contacto con él por las disputas con su madre.
Hasta el último momento, él desmintió una mala relación con sus hijas y aseguraba que hablaba con ellas, aunque les acusaba de ponerse de parte de su madre en sus trifulcas legales: "Lo que pasa es que las chicas decidieron estar con la madre y Matías es el que me defiende de Claudia. Por eso es lógico que ellas se enojen con él. Pero lo que tienen que entender es que él me está defendiendo de quien me robó y nosotros podemos tener relación".
Desde ayer, hay un mensaje que se repite y lo resume bien un mensaje de Monchi, director deportivo del Sevilla: "No me importa lo que hiciste en tu vida. Me importa lo que hiciste en la mía". Así pensaría también su padre y ferviente admirador, "Don Chitoro", como le decían sus amigos, fallecido en 2015, también por un trastorno cardiovascular. Casado con Dalma, "Doña Tota", trabajó transportando pasajeros en una barca y después como empleado en una fábrica. Cada día salía de casa a las 4 de la mañana. Maradona era el primogénito de nueve hijos y siempre elogió el esfuerzo de sus padres para impulsar su carrera como estrella del fútbol. "Yo aprendí de mis padres que no hay que olvidarse de todo lo que uno pasó. Todo sirve de experiencia como para enfrentar la vida. Si no hubiese tenido una familia que hacía un esfuerzo enorme para pagarme el colectivo y el tren, no habría hecho la carrera que hice", dijo.
Lamentablemente, nadie le supo parar. Ni siquiera él mismo sabía cómo curarse contra sí mismo. Pero hubo una última mujer en su vida que tenía la respuesta a ese llamamiento que tantas veces lanzó: "Yo no sé cómo se cura esto, ni con qué pastilla". Esta mujer es Agustina Cosachov, la psiquiatra experta en conductas adictivas que le acompañaba en su recuperación. Ella fue la única que logró colarse en el lugar más difícil de Maradona, su cabeza. Se ganó su confianza y la escuchaba con inusitada atención. Su terapia habría sido mano de santo para su salud mental, pero el corazón declinó tal invitación.