De manera inesperada. Su forma de irse ha conmocionado al mundo como algunos de los momentos de su carrera deportiva. Diego Armando Maradona sufrió un paro cardiorrespiratorio en su casa de Tigre, en la que vivía para recuperarse de su reciente operación cerebral. La estrella argentina se sintió mal repentinamente y no pudo ser reanimado. Ha muerto con 60 años.
Resulta harto llamativo que el mejor futbolista de la historia (en estrecha pugna con Pelé) haya sido también uno de los peores deportistas de todos los tiempos. Porque si la práctica del deporte se asocia a determinados valores, entre ellos los del juego limpio y la vida sana, Diego Armando Maradona fue en sus años en activo deficitario de varios. En este sentido, famoso es su gol con la mano, la mano de Dios. O aquel día que se lio a mamporros (y patadas de kárate) con los rivales del Athletic de Bilbao tras perder la final de la Copa del Rey de 1984.
Maradona encarnaba una suerte de ciclogénesis explosiva, semejante combinación de elementos no podría salir ni de los guionistas más retorcidos de Netflix. En su vida se mezclaron las adicciones, los conflictos y hasta los delitos fiscales. Porque todo en él era excesivo. Habría sido un cuento de hadas si se hubiera reducido a la biografía de un chico nacido en una chabola de Villa Fiorito, un poblado a las afueras de Buenos Aires, que se establece en Europa con 21 años y acaba convirtiéndose en ídolo mundial por su buen hacer profesional. Pero fue problemático desde el principio.
"Tanto la tragedia como la inspiración de la vida de Maradona tienen su origen en la pobreza de su infancia. Ser el primer hijo varón y el haber nacido sin recursos le adjudicó desde una edad temprana la carga de ejercer de principal sostén de su familia a través del fútbol, sin haber dispuesto de tiempo o educación para considerar o explorar alternativas", opina el biógrafo Jimmy Burns en la biografía 'Maradona: La mano de Dios'.
Su trayectoria recuerda en cierto modo a la de esas estrellas del pop que descarrilan tras haber paladeado quizá demasiado pronto las mieles del éxito y la fama. Cuando llegó al FC Barcelona en 1982 (después de haber despuntado en el Argentina Juniors y el Boca Juniors de Argentina, además de en su selección nacional), todo fue tumultuoso: una hepatitis, broncas con el entrenador Udo Lattek (subsanadas resueltamente por el club fichando a un técnico argentino, César Luis Menotti), rotura de tobillo por un entradón de Andoni Goicoetxea… Se dice que por entonces empezó a catar la cocaína. Su etapa blaugrana se cerró con aquella infame final contra el Athletic, que certificó unas dotes para las artes marciales casi tan altas como para el fútbol.
De todos los equipos del mundo a los que podía ir a continuación eligió aquel que radicaba en la cuna de la camorra: el Nápoles; escuadra ramplona a más no poder de la Liga italiana, por otra parte. Recibido como un rey, Maradona vivió a cuerpo de tal. Las dos ligas y la copa de la UEFA que endosó al hasta entonces raquítico currículum del Nápoles le dieron carta blanca. En los terrenos de juego era capaz de lo mejor y de lo peor; a veces en un mismo partido.
El 22 de junio de 1986, en su enfrentamiento con Inglaterra en los cuartos de final del Mundial de México, marcó el que se conoce como 'el gol del siglo', tras apoderarse del balón en el centro del campo y enfilar la portería contraria driblando a cinco rivales; minutos antes había anotado otro tanto histórico, bautizado como 'la mano de Dios', pues fue con esa extremidad como empujó el esférico dentro del arco inglés y no con la cabeza, como se tragó el árbitro. Gracias a ambas intervenciones, Argentina pasó de ronda y acabaría triunfadora: Maradona era campeón del mundo.
Los excesos alcanzaron cotas inverosímiles. Su boda en 1989 con Claudia Villafañe fue ejemplo de obscenidad: costó dos millones de dólares, presupuesto que incluía un vestido de novia confeccionado con 800 cristales de roca, 1.500 piedras preciosas y cinco kilos de canutillos de cristal provenientes de Francia. Fidel Castro asistió como invitado al enlace.
En la cancha, el rendimiento de la estrella se resintió por el consumo de drogas; en esos días le vimos con sobrepeso, imagen posteriormente habitual. En 1991, un positivo en cocaína en un control antidopaje le apartó 15 meses del fútbol, lo que aceleró el fin de su aventura italiana.
Un año antes había sido ejemplo de tenaz coraje al disputar el Mundial de Italia con una lesión de tobillo y sin uña en el dedo gordo de un pie, producto de una entrada en uno de los primeros partidos. En tan precarias condiciones contribuyó a que la selección argentina fuese superando encuentros hasta plantarse en la final, que sin embargo perdió contra Alemania. Entonces se derrumbó: cientos de millones de espectadores le vieron llorar como un niño, presa de la frustración al comprender que su hercúleo esfuerzo no había servido más que para obtener la segunda plaza…
En Italia había decidido no pagar impuestos. Su rebeldía fiscal derivó en un litigio con la Hacienda de aquel país que se prolongó casi dos décadas. Las autoridades transalpinas le reclamaban 40 millones de euros, de los cuales se cobraron parte en especie, confiscándole (y subastando acto seguido) dos pendientes y un Rolex de oro del futbolista. En 2013 se declaró nula la sentencia gracias a una amnistía fiscal.
Tras su salida del Nápoles regresó a Argentina, pero en una redada en el apartamento del jugador en el barrio de Caballito la policía encontró drogas (¡oh, sorpresa!) y fue detenido. Pasó una noche en el calabozo. La sentencia le retiró el derecho a salir del país en un año y le obligó a ponerse en tratamiento de rehabilitación. Gracias a un permiso judicial, pudo recalar en el verano de 1992 en España para incorporarse a las filas del Sevilla FC, que entonces entrenaba su compatriota Carlos Bilardo. Esa temporada brilló con desigual intensidad.
A sus 33 años, cundió la sensación de que su mejor fútbol lo había dado ya. Regresó a Argentina, donde los escándalos se acumulaban. En febrero de 1994 no se le ocurrió otra cosa que disparar con una escopeta de perdigones a los periodistas que hacían guardia frente a su casa en el barrio de Moreno (cuatro resultaron heridos). Fue condenado a dos años y 10 meses de prisión condicional (lo que le ahorró acabar entre rejas).
Fue en el Mundial de ese año, organizado en Estados Unidos, cuando una cámara recogió en primer plano su gesto descompuesto, trastornado, los ojos casi fuera de las órbitas, émulo de la niña de 'El exorcista', celebrando su gol a Grecia. ¿Estaba sobreestimulado? Finalizado dicho encuentro, dio positivo en cinco sustancias prohibidas: efedrina, norefedrina, seudoefedrina, norseudoefedrina y metaefedrina. A la consiguiente suspensión de 15 meses replicó con la famosa sentencia: "Me han cortado las piernas". Como no podía jugar, reapareció como entrenador del Boca Juniors, aunque en cuanto pudo se enfundó la elástica.
El ocaso de los titulares deportivos engrandeció los relativos a su vida privada, siempre ominosos. La madurez no parece haberle ablandado. Son frecuentes sus salidas de tono y estallidos de violencia, que reparte entre las mujeres y la prensa. En 2014 circuló un vídeo grabado por su novia, Rocío Oliva, en el que, aparentemente ebrio, la agredía por estar distraída mirando el móvil.
En 2017 fue investigado por la Unidad de Violencia de Género de la policía española tras un extraño incidente en un hotel madrileño: se habían oído gritos y Rocío Oliva había llamado a recepción asegurando que había sangre en la habitación. No se interpuso denuncia y el caso se archivó. Su exesposa, Claudia Villafañe (con quien tuvo dos hijas, Dalma y Gianinna), lo ha denunciado por haberla sometido a violencia psicóloga el tiempo que estuvieron juntos.
En verano de 2014 abofeteó a un periodista de los muchos que le habían metido el micrófono en su coche a la salida de un teatro. Durante la mencionada estancia en Madrid en 2017 se encaró con un reportero de la Cope que, al paso del Pelusa, comentó en directo: "Nos hemos llevado un golpe de Diego Maradona". Amenazándole con un dedo, repuso el argentino: "Si yo te llego a pegar a vos, no te queda la nariz".
No había abandonado los malos hábitos. En un programa de la televisión argentina emitido el pasado junio, su hija Gianinna, que acusa al entorno del exjugador de las penurias de su padre, reveló que Diego Armando estuvo a punto de morir en su casa de Buenos Aires en la celebración de su 59 cumpleaños. Se había pasado con la bebida.
"Me lo encontré dormido en una mesa. Se estaba ahogando. Estaba yo sola al lado de él. Un señor seguía cantando con la guitarra como si nada", dijo Gianinna. También desconfía de las amistades Diego Sinagra, el hijo que tuvo con la italiana Cristiana Sinagra: "A mi viejo le pasaron cosas por ser demasiado bueno con la gente", ha declarado.
La palabra 'moderación' no estaba en su diccionario. Eso abarca sus ideas políticas. Siente una desmesurada fascinación por figuras que son como él, caudillos poderosos. Admirador del Ché Guevara —corría 1997 cuando se tatuó en el brazo derecho su efigie—, fue amigo de Hugo Chávez, de quien dijo que "ha cambiado la forma de pensar del latinoamericano; estábamos entregados a Estados Unidos y él nos metió en la cabeza que podíamos caminar solos". Su relación con Cuba ha sido estrecha: la isla caribeña era uno de sus destinos preferidos cuando quería desintoxicarse, visitas en las que aprovechaba para fotografiarse con su adorado Fidel Castro en el Palacio de los Capitanes Generales. Evo Morales también fue santo de su devoción, lo mismo que los Kirchner en su propio país.
El mítico 10 celebró su 60 cumpleaños en cuarentena, por haber estado en contacto estrecho con una persona contagiada de coronavirus. Nuevo contratiempo para un hombre que, por unas cosas u otras, siempre tuvo problemas. Con cinco hijos y un puesto actual de técnico en el Gimnasia La Plata, Diego Armando Maradona se convirtió en sexagenario sin terminar de encontrar mares en calma. Le persiguió la sombra de la caída inminente: su vida parecía siempre al borde de un desenlace fatal. Nadie sabía, ni siquiera él, si algún día se amansaría. Y en esas llegó el final.