David roza los 50 y desde hace un par de años, coincidiendo con la pandemia, decidió espaciar su régimen de alcohol. Ya no toma ni una cerveza entre lunes y jueves, y se permite algún capricho alcohólico los fines de semana, pero nada de beber en serie (el famoso 'binge'). "Antes de eso, lo normal es que bebiera durante la semana también. Mi trabajo en una agencia de comunicación, con presentaciones y fiestas, me llevaba a eso. Pero he decidido cortarlo. Los viernes y sábados bebo poco, y disfruto del momento pero sin excesos. Lo último que quiero es tener un finde resacoso", explica. El caso de David explica a la perfección un fenómeno que está comenzando y que puede cambiar nuestra manera de vivir el ocio: el Mindful Drinking.
En Estados Unidos, el país donde la tendencia es más palpable, se da una paradoja: las tasas de alcoholismo son más altas que nunca; sin embargo, un número creciente de personas está decidiendo beber menos y espaciar los momentos dedicados al alcohol. En la agenda nacional, proliferan los eventos libres de alcohol, como el Daybreaker, que ofrece fiestas y encuentros 'sobrios' desde primera hora de la mañana en 28 ciudades americanas. O la reciente creación del Dry January, la propuesta de estar todo el mes de enero sin probar alcohol, algo que parece hasta necesario después de los excesos navideños. Existen, incluso, las quedadas sin alcohol o Dry Datings, mientras florece un mercado de apps dedicadas a los que no quieren beber (o no tanto); entre ellas, Sober Grid ('Red Sobria'), que ya reúne a más de 350.000 usuarios.
Parece que el alcohol está llegando al mismo límite de tolerancia cero que con el tabaco, hasta el punto de que algunos se preguntan si no es el tabaco el nuevo alcohol en cuanto a objetivos de salud pública. El hecho es que un estudio reciente de Nielsen señala que casi el 33% de los americanos quieren reducir su consumo de bebidas alcohólicas por razones de salud, fundamentalmente. Pero es difícil cortar con algo que está tan arraigado socialmente. La cuestión, entonces, no es cómo parar la ingesta, sino cómo convertirla en algo excepcional en nuestro estilo de vida. Y ahí surge el Mindful Drinking.
Quienes se han acercado al Mindfulness o Consciencia Plena saben que no se trata de dejar de hacer nada, sino de prestar atención a lo que hacemos como si fuera la primera vez, con mente de principiante. Esto se aplica a todo, a los pensamientos incesantes de nuestra mente, pero también a tareas cotidianas (¿lavar los platos de manera consciente? Sí) y, por supuesto, a la esfera social.
Cuando se practica el Mindful Drinking beber es una experiencia similar a la de una cata. Hay que oler, probar, calificar la experiencia y ser conscientes de las reacciones sensoriales y emocionales que nos provoca. Todo esto necesita un tiempo que forzosamente nos lleva a una ingesta tranquila. En Nueva York ya hay clubs dedicados al Mindful Drinking, y aunque insisten en que no tienen nada de terapia para frenar la adicción al alcohol, los expertos aseguran que las técnicas del Mindfulness, basadas en la atención y en la observación, pueden ayudar a frenar la reacción en cadena del alcoholismo.
Como un derivado del Mindfulness, el beber alcohol de manera consciente es la puerta de entrada al replanteamiento de otros hábitos perjudiciales, como la rumiación de pensamientos o la mala gestión del estrés.
Además, las personas que prueban a dejar de beber de manera habitual no solo bajan su probabilidad de padecer las enfermedades asociadas al alcohol (cardiopatías, trastornos del hígado, cáncer o deterioro cognitivo), sino que experimentan beneficios tangibles e inmediatos. "Al principio dejé de beber por las famosas calorías vacías del alcohol. Y adelgacé. Pero no solo eso, estoy ahorrando, tanto en la compra como en mis salidas, y hace que sea más consciente de otras decisiones importantes, como lo que como o las personas con las que me relaciono", asegura David, quien también afirma sentirse "más descansado y dispuesto a hacer ejercicio" respecto a cuando tomaba alcohol de manera habitual.
Parece que el signo de los tiempos nos empuja a beber menos. Después de dejar el tabaco, queremos comer mejor, tomar menos azúcar, hacer ejercicio... El alcohol no va a quedarse atrás y es probable que beber poco se convierta en el santo y seña de lo que es bueno para la salud y está aceptado socialmente. ¿Cómo impactará en una cultura que entiende el ocio en torno a una caña o una copa de vino? Aun es pronto para saberlo. Pero es incuestionable que la industria del bienestar, que solo en Estados Unidos mueve 3,7 millones de dólares, según la revista Time, es un actor poderoso que limita otras, como la agroalimentaria y toda la restauración.
Irse de copas puede ser algo fuera de lugar en una sociedad preocupada por la salud y la longevidad. Si los ciudadanos invierten tiempo y dinero en su bienestar físico, emocional y mental, beber a lo grande no parece muy coherente. O tal y como lo expresa David: "Tomar una copa de vez en cuando no está mal. Pero ya no me divierte como antes. Quiero algo diferente: salud, claridad mental y control de mi vida. Y eso no me lo va a dar el alcohol".