La década de los años 60 del s. XX es uno de los puntos de inflexión de la cultura occidental. Se dieron en ella algunos de los grandes saltos artísticos y sociales que han determinado nuestra percepción del mundo, incluso hasta nuestros días. Sin la revolución sexual o el pop, para citar dos ejemplos claves, sería imposible entender la sociedad que heredamos. También se empezaron a recuperar tendencias espirituales que, más allá, del hippismo o el flower power, buscaron establecer una relación permanente entre la ciencia y la dimensión más profunda del ser humano. Para todo ello se emplearon drogas. En algunos casos muchas drogas. En algunos casos en entornos académicos. Y en otros, se emplearon personas como conejillos de indias.
'El club psicodélico de Harvard', de Don Lattin, relata la historia de algunos de esos intentos por atravesar 'la puertas de la percepción' y expandir las posibilidades de la mente en una de las grandes cunas del conocimiento humano. Y la intrahistoria de cómo unos amigos llenos de ímpetu y curiosidad sucumbieron a pasiones más mundanas (los celos, las traiciones, la venganza y las intrigas académicas) no sin antes dejar sentadas las bases para la aplicación de sustancias como la psilocibina y otros alteradores de la consciencia para tratar enfermedades mentales. Por poner un ejemplo.
En suma, es la historia de Timothy Leary, Richard Alpert, Andrew Weil y Huston Smith, cuatro hombres brillantes, radicalmente libres y perfectamente ajenos a cualquier dogmatismo intelectual que, a principios de los años sesenta, decidieron colaborar en un proyecto de investigación sobre sustancias psicodélicas en la Universidad de Harvard. Y que tras muchos experimentos con hongos psicoactivos y LSD (unos más sensatos que otros) no sólo cambiaron sus vidas, sino también, en muchos sentidos, la tuya: sin ellos, y sin la inspiración psicodélica que recibieron y abanderaron, la cultura contemporánea habría sido muy distinta y difícilmente habría tenido lugar la revolución social, sexual, psicológica y espiritual que en los años sesenta y setenta sentó las bases del mundo en el que vives hoy en día. "La manera en la que hoy comemos, amamos, sanamos, buscamos respuestas y nos relacionamos con los misterios de la existencia depende directamente de la expansión del modelo de conciencia que provocaron estos cuatro visionarios" dicen desde la editorial.
De entre ellos, es sin duda Timothy Leary el que ha pasado a la historia como uno de los grandes artífices de la era psicodélica. En mayo de 1969, después de haber sido condenado (y quedado absuelto posteriormente) a treinta años de cárcel y a tratamiento psiquiátrico por posesión de marihuana, el escritor, investigador y psicólogo se lanzó como candidato a Gobernador de California contra Ronald Reagan. Perdió. Pero en cambio de su lema "Come together, join de party", John Lennon hizo un himno generacional. Como sea, entre otros episodios de esa década vertiginosa en la que Leary se desempeñó como conferenciante n Harvard, el libro se cuenta como se llevó a cabo un experimento en la cárcel de Concord en el que se administraron dosis controladas de LSD a un número de presos y cómo al quedar en la libertad un 75% de ellos no volvió a reincidir en la delincuencia. Polémicos experimentos aparte, Leary, declarado en su momento "el hombre más peligroso de norteamérica" por el conservador Richard Nixon, se ha convertido en un mito de la cultura popular. Y más allá de eso, él y sus compañeros han pasado a la historia por hacer exactamente lo que se propusieron en la década prodigiosa: expandir nuestras mentes.