El enfado es una emoción natural y responde a situaciones en las que nos sentimos amenazados o nos parecen injustas. Puede consistir en una leve irritación, transformarse en ira o en el más profundo de los odios. También es una emoción que nos moviliza, porque es un mecanismo de defensa del organismo, que se predispone a protegerse como así ocurre ante un conflicto. El problema llega cuando nos enfadamos continuamente y por tonterías ya que el cuerpo se acaba resintiendo. En Uppers hemos consultado cómo afectan los enfados a nuestra salud con un psicólogo experto en gestión emocional.
Hasta la persona más tranquila del mundo muestra su enfado en alguna ocasión por mucho que sepa controlar sus emociones. En el lado contrario están aquellos que se levantan y se acuestan enfadados, además de hacerles la vida imposible a los que le rodean, esas emociones negativas se convierten en su peor enemigo. El experto, con datos y estudios que lo corroboran, subraya que la ira mantenida en el tiempo aumenta el riesgo de sufrir un infarto, afecta a la memoria, al sistema digestivo y al inmunológico y a la capacidad pulmonar, al igual que empeora los procesos depresivos y los episodios de ansiedad.
Las glándulas inundan el organismo de adrenalina y cortisol para permitir una reacción física inmediata. El cerebro envía menos sangre al aparato digestivo para concentrar el riesgo en la musculatura. El corazón late más rápido y sube la tensión arterial.
En el campo de la psicología, a los efectos que produce un fuerte enfado se les conoce como “el síndrome del corazón roto”. Realmente, se siente que se te rompe el corazón porque llega a doler intensamente e incluso a algunas personas les afecta tanto que sufren un infarto. El motivo está en que ante la ira el corazón a veces se contrae con más fuerza de lo normal, porque se incrementa la frecuencia cardiaca. Esa contracción viene acompañada de una aumento de la tensión arterial y un estrechamiento de los vasos sanguíneos. Cuando esa persona en concreto ya tiene una salud delicada o el colesterol elevado, los tejidos de las arterias coronarias pueden llegar a romperse con un fatal desenlace.
Por una parte, tanto el enfado como la ira son respuestas rápidas del cerebro, son reacciones bruscas e inmediatas. Forman parte de los instintos primarios que preparan al organismo para enfrentarse a situaciones que están fuera de nuestro control. Si estas emociones se cronifican ciertas áreas del cerebro se ven afectadas como aquellas donde se almacenan los recuerdos, con lo cual acaban repercutiendo en la memoria.
Por otra parte, ante el enfado, el experto explica que el cerebro emocional asume el control y “secuestra la lógica”. En un episodio de ira las funciones ejecutivas, el pensamiento analítico, lógico y reflexivo reducen su actividad. Esto sucede porque la amígdala cerebral, que es la estructura que regula la respuesta de enfado, al detectar una amenaza prepara al resto del cerebro para que reaccione. Es decir, desatando una respuesta emocional.
Para ello intenta anular las áreas del cerebro que controlan el pensamiento objetivo que es lo que haría posible evaluar la situación, reflexionar y responder con calma. El buen juicio es distorsionado por la ira debido a que el cerebro es menos receptivo a procesar y ponderar la información los valores éticos. Desde el punto de vista social nuestros actos califican a esa persona como alguien conflictivo, irracional y demasiado visceral.
Además, se genera un envío mayor de noradrenalina al cerebro, que aumenta la presión arterial, la competitividad y los mecanismos de defensa; se activa una respuesta que puede ser de lucha o, al contrario, que paraliza; y se libera del cortisol, la hormona del estrés.
A su vez, el sistema digestivo se resiente porque como explican muchas personas, los nervios “se amarran al estómago”. Aparece malestar, náuseas, diarreas, calambres, una mala absorción de nutrientes, se quita el apetito… Otro de los afectados ante emociones tan fuertes como un gran enfado o la ira es el sistema inmunitario que se acaba debilitando.
Es más, un estudio ha llegado a medir que los anticuerpos disminuyen a las seis horas de un episodio de ira. Ambos sistemas, el digestivo y el inmunológico están muy ligados. Millones de bacterias que favorecen la defensa ante los múltiples ataques que sufre el organismo viven alojadas en el intestino. Son la microbiota y forman el 70% del sistema inmune. Esta microbiota es altamente sensible a las emociones, sobre todo al estrés, la ansiedad, el enfado o la ira. Un dato significativo es que del 95% de la serotonina que se segrega, se ocupa el intestino y no el cerebro. De modo que la salud física llega a depender de la salud emocional.
La ira es una emoción desagradable que “predispone a la aparición de somatizaciones y enfermedades porque debilita el sistema inmunológico”. En un primer momento, el sistema inmune aumenta su capacidad y responde mejor, pero no puede mantenerse siempre en ese estado cuando el enfado es crónico o prolongado, “termina agotándose y promoviendo la inflamación de nuestro organismo”. Esto termina desencadenando múltiples enfermedades.
Pero no quedan aquí todas las contraindicaciones que genera la ira que se cronifica en el tiempo. En la Universidad de Harvard se ha llevado a cabo un estudio en el que se ha realizado el seguimiento de casi 700 personas durante ocho años para analizar las reacciones en el organismo que provoca esta emoción. Entre otros aspectos se detectó que se ve muy perjudicada la capacidad pulmonar. Entre los motivos podrían estar el efecto de las hormonas asociadas al estrés o la inflamación de las vías respiratorias.
Con todo ello, cabe aprender a gestionar estas emociones, solicitando la ayuda que sea necesaria, sobre todo cuando los enfados y la ira son constantes y se van de las manos.