Mi tatuaje y yo: ¿y si la tinta fuese dañina?

Tatuarse es ya totalmente mainstream. El 42% de los españoles llevan al menos un tatuaje en su cuerpo, según un informe de Lutronic PBS publicado el año pasado, lo que convierte a nuestro país en el sexto más tatuado del mundo. Lo que antaño era patrimonio casi exclusivo de la gente de 'mal vivir' hoy está plenamente integrado en nuestra cultura global, una forma artística de expresión que se ha convertido en moda imperante. Sin embargo, se sabe muy poco sobre sus efectos a largo plazo en la salud.

Hasta hace poco creíamos que arrepentirse era la consecuencia más negativa del tatuaje, pero un nuevo estudio ha arrojado datos preocupantes sobre su incidencia en el sistema inmunitario y la salud en general. Un grupo de científicos de la universidad sueca de Lund ha hallado una posible relación entre los tatuajes y la aparición de linfomas, un tipo de cáncer que afecta al sistema linfático. ¿Es posible que los tatuajes estén relacionados con el cáncer? ¿Y si la tinta aumenta el riesgo de linfoma?

De la marginalidad a complemento de belleza

La historia de los tatuajes se remonta hasta el neolítico, cuando los humanos los llevaban por motivos místicos, tribales, como ritos de paso o como símbolos de guerra. Pero en tiempos más modernos fueron soldados y marineros quienes los convirtieron en una práctica habitual, dibujándose números de división, banderas o chicas en paños menores. Con el paso de los años, estos tatuajes se asociaron a la delincuencia, en parte porque esos marineros en ocasiones eran criminales que evitaban pisar tierra firme.

Sin embargo, ya a finales del siglo XIX, en el Londres victoriano, los tatuajes asociados a la marginalidad y la cultura proletaria consiguieron colarse entre la élite europea. Con el paso del tiempo, la práctica de hacerse diseños permanentes en la piel fue yendo y viniendo, pero a partir de los años 60 del siglo pasado, las clases medias y altas se adueñaron de ella, convirtiéndola en complemento estético de rebeldía artística y moral, de afirmación individual. Por eso resultaba tan habitual ver tatuajes en la piel de músicos de rock, punk o metal, que los adoptaron como algo tan natural y definitorio como su corte de pelo o su vestimenta.

Con el cambio de siglo los tatuajes se establecieron como pieza fundamental de la moda juvenil, marca del éxito en el mundo del deporte y, finalmente, en complemento de belleza. Hoy tatuarse puede significar cualquier cosa: "Vanidad, narcisismo, exhibicionismo, moda, rebeldía familiar; otros, por espiritualidad, estética, reconocimiento en alguna subcultura; y otros, y otros, y otros… Salvo que su contenido sea muy explícito ideológica o culturalmente, un tatuaje hoy no te permite sacar conclusiones inmediatas", nos explicaba el escritor y periodista Nadal Suau, autor de 'Curar la piel'.

Las consecuencias de las tintas

Por eso, porque esta decoración de la piel es hoy un gesto tan estandarizado, puede preocupar más el estudio de la universidad de Lund. Tras recopilar los datos de 12.000 personas de entre 20 y 60 años entre 2007 y 2017, los investigadores descubrieron que el riesgo de linfoma maligno era un 21% mayor entre quienes tenían al menos un tatuaje. La teoría es que, de algún modo, la tinta de los tatuajes entra en el sistema linfático del cuerpo, aunque eso no significa que la tinta de los tatuajes provoque necesariamente cáncer.

El hallazgo es solo una asociación, no una relación directa. "Aún no sabemos por qué ocurre esto. Solo se puede especular que un tatuaje, independientemente de su tamaño, desencadena una inflamación de bajo grado en el cuerpo, que a su vez puede desencadenar el cáncer", ha aseverado la doctora Christel Nielsen, responsable del estudio.

En una entrevista en 'La Voz de la Salud', Nielsen describe el acto de tatuarse como una "agresión" a la piel. Un término muy razonable si tenemos en cuenta que las tintas pueden incluir metales pesados (arsénico, cromo, cobalto), hidrocarburos aromáticos policíclicos y azoderivados con potencial cancerígeno. "Es como un virus. Básicamente, metemos estas partículas externas, y el organismo lo percibe como un intruso, como algo que no debe estar ahí. Así que se activa el sistema inmune".

Para la epidemióloga, lo más alarmante es que no se sepa si la tinta podría distribuirse por nuestro organismo o eliminarse. Se desconoce lo que sucede con ella en nuestro cuerpo. "No sabemos si la tinta llega al riñón, al hígado o a los pulmones (...) Me enfada el hecho de pensar que tanta gente está tatuada y casi no sepamos nada al respecto". Por eso, considera que serán necesarias más investigaciones, más estudios parecidos para ver si los resultados se repiten en diferentes poblaciones o países.

"No creo que las personas que tengan un tatuaje deban asustarse ahora mismo. No creo que esto signifique que alguien que tenga un tatuaje vaya a desarrollar un linfoma. Deberíamos esperar a tener más datos", tranquiliza el doctor Erwin Grussie, destacado experto en linfoma en el Providence St. Joseph's Medical Center.

Un tatuaje ya no es para siempre

Tan recurrente como tatuarse es el acto de arrepentirse. Aunque hoy, más allá de estas consecuencias para la salud aún por confirmar, un tatuaje no tiene por qué ser para siempre. Ya ha dejado de ser obligatoriamente una marca imborrable sobre el cuerpo. Cada vez hay más centros destatuadores y más demanda de eliminación de tatuajes. Según una encuesta de Kaosystem.com, un 89% de las personas tatuadas tienen al menos uno con el que no están satisfechos.

En la actualidad es posible borrar esos errores de juventud, o corregir diseños que hoy ya no nos gustan, han pasado de moda o simplemente ya no nos representan. Aunque no todo el mundo está de acuerdo en borrar. Suau lo defiende así: "Lo suyo es conservar cada tatuaje, da igual si con el tiempo deja de gustarte. Borrarlos o cubrirlos rompe un poco con la lógica profunda de esta práctica, que radica en pactar con nuestra propia memoria, con quienes fuimos en cada momento".