Para sentirnos bien tanto por dentro como por fuera solemos optar por hacer algo de deporte y así tonificar nuestro cuerpo y también cuidar qué comemos para mantener el flotador que se crea en el abdomen controlado. Pero hay una parte que muchas veces no se cuida tanto: lo que bebemos. Bien es sabido que algunas bebidas, como el alcohol o las azucaradas, no suelen ser las mejores amigas de nuestro organismo. Por eso mismo, saber beber y controlar el agua que ingerimos al día puede hacernos mantener nuestro peso, de lo contrario, si perdemos el equilibrio electrolítico podría darse el caso de engordar.
Todo esto tiene una explicación, pues aunque a simple vista somos seres sólidos, hay que recordar que más de un 70% de nuestro cuerpo está formado por agua, así que una persona que pese sobre los 70 kilos, más o menos 45 de ellos serán agua. Por tanto, hay que cuidar el porcentaje de agua que ingerimos al día, no solo en bebida, también en comida, ya que algunos alimentos, especialmente frutas y verduras, nos aportan cantidades de agua al organismo.
El agua desempeña múltiples funciones en nuestro cuerpo, la principal, mantenernos hidratados, pero también realiza otras muchas. Entre ellas, destaca la regulación que hace de la temperatura corporal, además de ayudar a funcionar a los riñones, evitando así que se genere la retención de líquidos, transporta nutrientes y oxígeno en la sangre, y también permite la eliminación de toxinas.
Ahora bien, es cierto que cuando esas toxinas no se pueden eliminar se suele tener retención de líquidos, por lo que podemos sentirnos más hinchados y notar cierto aumento de peso, a pesar de que el agua en sí no nos aporta calorías. Aquí es donde entran las palabras mágicas: equilibrio electrolítico.
Los electrolitos no son más que una serie de minerales con carga eléctrica que nos ayudan, entre otras cosas, a equilibrar la cantidad de agua en el cuerpo, eliminar desechos de las células o permite a los músculos, el corazón y el cerebro funcionar adecuadamente, según expone la Biblioteca Nacional de Medicina de los Estados Unidos. Entre los más importantes está el sodio, el calcio, el potasio o el magnesio. Eso sí, hay que estar atento, pues además del déficit o exceso de agua, los vómitos, las diarreas, el sudor, o problemas renales o de hígado pueden generar un desequilibrio electrolítico.
Como la propia entidad señala, los niveles de electrolitos puede estar muy altos o muy bajos, algo que ocurre cuando se altera la cantidad de agua en el cuerpo, generando una deshidratación o una hiperhidratación en caso de pasarnos bebiendo más de los dos litros de agua que se recomienda al día. Pero tal y como el técnico de MiAyuno Jesús Domínguez comenta, beber poca agua puede condicionar nuestra forma de comer, en especial si la hidratación es deficiente.
Según comenta, muchas veces podemos sentir sensación de hambre cuando lo que verdaderamente tenemos es sed, lo que ocurre es que, si nos hemos acostumbrado a no prestar atención a esa sensación de falta de agua, se activa la sensación de hambre y, por lo general, suele ser de dulce, por lo que estaríamos añadiendo más calorías a nuestro cuerpo de las que verdaderamente pide. Por su parte, con una hiperhidratación podría producirse un aumento de peso leve debido a que se ha ingerido más cantidad de agua de la aconsejable y el cuerpo no es capaz de eliminarla en su totalidad.
Porque claro, pese a que el rumor siempre ha sido que el agua en la comida engorda no es más que un mito desmentido por varios estudios, así lo expresa la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU). Como comentábamos, el agua no nos aporta calorías, y precisamente lo que puede conseguir es engañar a nuestro estómago al llenarnos cuando tenemos hambre, haciendo que comamos menos.
En todo caso, lo ideal es beber entre un litro y medio y dos de agua al día, repartiendo la ingesta a lo largo de toda la jornada, especialmente en aquellos momentos en los tenemos sed, así se complementará el consumo de agua con su expulsión a través de la orina a lo largo del día, permitiendo regular la cantidad de agua en el cuerpo.