Una operación de cadera suele ser algo temida en las personas mayores y entre sus familiares. A partir de cierta edad los huesos comienzan a dar problemas, poco a poco el sistema óseo empieza a debilitarse y es probable que aparezcan enfermedades que empeoren la situación, provocando dolores o la pérdida de la movilidad. Pero lo cierto es que la intervención para colocar una prótesis de cadera obtiene grandes resultados y solo un pequeño porcentaje de pacientes puede tener problemas posteriores, por lo que la cirugía puede ser clave para mejorar la calidad de vida de las personas que la necesiten.
La operación para implantar una prótesis de cadera llega en el momento en el que el dolor es tan grande que directamente repercute en el día a día de manera negativa. En muchas ocasiones, antes de colocar un implante los especialistas recurren a tratamientos farmacológicos o a la rehabilitación, pero si esto no consigue los avances necesarios entonces sí que se pone sobre la mesa la intervención quirúrgica.
Por lo general y dependiendo del estado de la lesión se suelen usar dos tipos, la prótesis de cadera total y otra que solo es parcial. Será siempre el especialista quien evalúe el grado de afección para establecer cuál es la indicada para cada paciente a través de diferentes pruebas, como una radiografía.
Son dos las ocasiones en las que la prótesis de cadera es más necesaria. Una de ellas es cuando hay una fractura en el hueso, que suele ser frecuente en pacientes que tienen osteoporosis previa y, precisamente, esa reducción de densidad ósea convierte a la cadera en una zona de riesgo ante cualquier golpe. En estos casos no siempre es necesaria la prótesis, ya que puede que las placas o los tornillos sean efectivos. Luego está la artrosis, pues el cartílago de la cabeza del fémur se ha desgastado, una intervención para la que se suele utilizar una prótesis total.
Muy pocos casos dan problemas después de la operación, que se ocasionan por un aflojamiento de la prótesis o una infección. Todo depende del estado físico del paciente, pero puede que en las primeras semanas necesite un andador o un bastón, aunque la adaptación del hogar, junto a la fisioterapia y la rehabilitación, es lo más importante si se quiere recuperar adecuadamente.
Las escaleras en esas primeras semanas pueden no ser las mejores aliadas, por eso mismo, ya sea en casa o en cualquier otra zona, es mejor evitarlas, al igual que el suelo. Una alfombra, el juguete del nieto o cualquier otro obstáculo puede ocasionar un resbalón o una caída que no es que sea lo más indicado para este momento de recuperación. Por eso mismo los objetos más usados en casa siempre es mejor tenerlos a mano, no en cajones muy bajos o demasiado altos.
El descanso es importantísimo para la recuperación, por eso la altura de la cama debe ser adecuada para mantener una buena posición cuando se incorpora o cuando se sienta, además, durante los primeros meses lo mejor es que duerma boca arriba. El asiento para el salón también debe ser cómodo y algo más alto de lo normal. Si los desplazamientos en coche son necesarios y el vehículo es bajo, se puede intentar con algún cojín elevar un poco el asiento para que el paciente pueda ir sentado de la mejor forma posible.
Y el baño, una estancia más que importante que se debe asegurar al máximo, pues para la ducha o la bañera, si no se dispone, lo mejor es añadir un pasamanos para que pueda agarrarse y estar seguro, o incluso una banqueta para facilitar el lavado y prevenir algún resbalón.
Poco a poco, con las recomendaciones médicas y el tratamiento prescrito por los especialistas, si no hay ningún tipo de inconveniente, el dolor irá desapareciendo y se recuperará la vida cotidiana poco a poco. El primer mes suele ser el más duro, pero si todo va según lo previsto, más o menos a los seis meses la vida del paciente será normal y gracias a esta intervención su calidad de vida habrá mejorado considerablemente. Ahora solo queda mantener precaución, cuidarse y pasar los días tranquilamente hasta que se recupere la movilidad por completo.