Alimentarse de manera apropiada, nutritiva y adecuada a nuestro cuerpo implica emplearnos a fondo en la cocina y comprar alimentos de temporada con la menor cantidad de aditivos y químicos posibles. Es el Santo Grial de la nutrición. Pero en el día a día no siempre se encuentra tiempo para cumplir nuestro objetivo, pese a que cada vez más, existen recursos que nos ponen la vida más fácil, ya sea en cuanto a organización como a la propia manera de cocinar: batch cooking, real fooding, robots de cocina, ollas rápidas o, al contrario, de cocción lenta, recetas supersónicas…
Pero la realidad es tozuda y el tiempo escaso. El confinamiento que vivimos en la primera fase de la pandemia nos hizo reencontrarnos con nuestros fogones, pero, en esta normalidad extraña, seguimos sin poder dedicarle mucho tiempo a la cocina. Por eso, en muchas casas, los precocinados han vuelto con fuerza.
Una encuesta realizada por la consultora Kantar sobre los hábitos alimenticios de los consumidores asegura que antes de la llegada de la pandemia los españoles comían de media 5,4 veces fuera de casa a la semana, mientras que ahora casi se reduce a la mitad. Sin embargo, estar más tiempo en casa no significa cocinar más, especialmente si nos enfrentamos a las recetas más complejas o engorrosas. Es en este momento donde entra en juego la conocida como cocina de quinta gama: platos listos para consumir. De acuerdo con el último informe presentado por la Asociación Española de Fabricantes de Platos Preparados (Asefapre), el consumo de croquetas precocinadas, por ejemplo, uno de los productos más demandados, creció un 9,4% durante 2020.
En principio, no hay nada malo en comprar precocinados. Pero hay que saber qué se compra. Para poder hacer una compra lo más saludable posible y apostar por una alimentación sana es importante tener en cuenta el etiquetado de los alimentos, pero no siempre es fácil entender lo que pone.
"Muchas veces el etiquetado puede dar lugar a confusiones, no solo por los textos, sino porque como consumidores no sabemos a qué debemos prestar más atención o qué es bueno o malo para nuestra salud. Saber interpretarlo es crucial para llevar a cabo una dieta equilibrada", explica Cristina Comenge, chef y cofundadora de Oído Cocina Gourmet, empresa dedicada a la producción y distribución de alimentos precocinados.
Para esta experta hay cinco puntos fundamentales para poder comprender qué estamos comprando a través del etiquetaje y evitar que nos timen.
Los textos extensos suelen ser un indicativo de que el producto que estamos comprando tiene más cosas de las necesarias. Lo ideal es que en el etiquetado no aparezca un conglomerado de ingredientes y palabras que no se entiendan, ya que eso podría significar que contiene un gran número de químicos y aditivos que no son beneficiosos para la salud.
Quizás no es sabido por todo el mundo, pero la disposición de los ingredientes en la etiqueta crea un orden de mayor a menor indicando la cantidad y la presencia de cada uno dentro del producto. En el caso de las croquetas, por ejemplo, el primer ingrediente debería ser el producto lácteo, que es la base de toda bechamel.
La palabra grasa tiene una connotación negativa, pero hay grasas realmente buenas y necesarias para el organismo. El aceite de oliva es muy nutritivo y contiene pequeñas cantidades de vitaminas E y K, así como numerosos ácidos grasos beneficiosos. Lo importante es intentar evitar los aceites refinados, el aceite de palma y las grasas trans.
El azúcar está presente en todos los alimentos, es necesario y es fuente principal de energía, pero ¿cuánto azúcar añadido estamos consumiendo? Sacarosa, dextrosa, fructosa… son el camuflaje perfecto para despistar al consumidor y añadir azúcar en forma de sinónimo. Según la OMS, la dosis de azúcar diaria recomendada es de 25 gramos al día, lo que equivale al 5% de la ingesta calórica, por lo que es importante prestar atención y saber qué estamos comprando.
Cada vez nos preocupamos más por lo que comemos y por las calorías que ingerimos, pero poco tienen que decir sobre la calidad del producto que estamos consumiendo. Menos calorías no siempre es saludable, sobre todo si no nos nutrimos y estamos faltos de energía. En estos casos, podemos incurrir en un círculo vicioso: comer pocas calorías y sufrir ataques de hambre que nos hacen picar entre horas. No siempre un valor reducido se traduce como saludable. Normalmente, el número de calorías que aporta viene indicado por ración o por cada 100 gramos del producto. El secreto está en el valor nutricional de los alimentos y saber combinarlos con las proporciones adecuadas de proteínas, hidratos y grasas.