Todos lo hemos hecho alguna vez. Después de excedernos con una comida, nos hemos saltado otras por eso de compensar o, quizá, hemos eliminado directamente las cenas para bajar esos kilitos de más que tan desagradables nos resultan al volver de las vacaciones. Al igual que cenar solo un yogur o cenar solo un yogur un sándwich al menos si lo haces a tu libre albedrío (como siempre recomendamos, la pérdida de peso siempre debe realizarse bajo supervisión médica). Ahora que le hemos puesto nombre al hecho de eliminar algunas comidas de nuestra dieta, ayuno intermitente, algunas investigaciones alertan de que la grasa no se pierde por igual en todas las zonas y, por lo tanto, eliminar determinadas ingestas no es eficaz en todos los casos.
Cuando hablamos de grasa corporal pensamos, sobre todo, en los kilos de más que se reparten por nuestro cuerpo y podemos pellizcar con los dedos sin dificultad. Es la denominada grasa subcutánea que es blanda y fácil de identificar a simple vista. Sin embargo, existe otra más peligrosa y que además afecta a nuestra salud. Es la grasa visceral, rodea nuestros órganos e influye en nuestro metabolismo y equilibrio hormonal. De acuerdo con una investigación realizada por la Universidad de Sidney y publicada en la revista médica 'Cell Repports', esta segunda no es tan fácil de eliminar como la primera.
La grasa visceral es la culpable de la barriga, esa que no desaparece ni aunque dejes de comer, y entra en un estado de conservación que consigue resistirse a los ayunos y a la pérdida de peso. Según los científicos, realizando ayunos cada dos días, tanto una grasa como la otra experimentan cambios, pero no se comportan de igual forma. "El tejido graso proporciona energía al cuerpo liberando ácidos grasos, pero la grasa visceral se vuelve resistente a esta liberación", explican.
Además, después de este periodo sin comer, la grasa visceral aumenta su capacidad para almacenar energía y generar depósitos porque no sabe cuándo es la próxima vez que va recibirla y eso hace que la el cuerpo se adapte a esa nueva situación y provoque un rápido efecto rebote. "Nuestro cuerpo entrará en un estado de cetosis, similar que cuando hacemos un ayuno intermitente controlado, pero precisamente sin este último parámetro, la supervisión médica. Además, estará hecho a diario, cuando el ayuno se recomienda solo algunos días de la semana. Lo peor es que el cuerpo se acaba acostumbrando, en unos 21 días y no sirve de nada", nos explica Alejandro Vera, psicólogo y nutricionista de Grulla psicología y nutrición.
Depende de cada caso. Dejar de comer algunas horas al día de forma controlada puede ser beneficioso para nuestra salud y ayudarnos a bajar peso, sin embargo hacerlo sin supervisión médica ni control puede poner en jaque nuestros objetivos. "El ayuno intermitente consiste en estar 12 o 16 horas sin ingerir alimentos sólidos (pero sí tés, cafés, infusiones, caldos, agua… ) no en todos los cuerpos funciona por igual. Hay a mucha gente que le funciona, pero hay otra mucha que no", nos cuenta Blanca Galofré, dietista integrativa y fundadora de Homedical.
La experta nos asegura que esta pauta es un estilo de vida y que, pese a estar demostrado que es bueno para la salud, sin ayuda experta y si controlar lo que se come en cada ingesta, no tiene por qué adelgazar. "Si está pautado, se ingieren menos calorías nuestro cuerpo entra en autofagia, un proceso gracias al cual las células se 'comen' sus deshechos y el organismo es capaz de librarse de las proteínas viejas e inservibles".
No obstante, pese a ser una opción válida a cualquier edad, no todos lo pueden realizar o para ellos no es la mejor opción. "A partir de los 50 años nuestro cuerpo empieza a evidenciar problemas que antes no existían, sobre todo cardiovasculares y de estrés oxidativo. La mejora en la alimentación y la bajada de peso provocan una mejora de la salud. El ayuno intermitente está relacionado con un deseo de mejorar el estilo de vida", añade Emilio Galindez, dietista Nutricionista de la clínica Gerocastillo.