Las calorías son importantes, pero no lo son todo. Durante años hemos estado obsesionados con contarlas, sin tener en cuenta la calidad de los alimentos que las contenían: si eran ultraprocesados, si no lo eran, si venían de grasas buenas o malas… ahora que ya sabemos que no todas son iguales y algunas son más beneficiosas para el organismo que otras, entra en juego otra variable y es cómo esas calorías van a afectar a cada uno. Como lo oyes, dos personas que coman exactamente lo mismo pueden extraer diferente cantidad de calorías en función de si su microbiota. La nutricionista e influencer Blanca García-Orea, autora del libro 'Las recetas de Blanca: todo se cocina en el intestino', nos lo explica.
Una Coca-Cola Zero tiene probablemente menos calorías sin embargo, no alimenta nuestras bacterias buenas ni nos reportará los mismos beneficios. No nos dará vitaminas, tampoco ácidos grasos de cadena corta que nos proporcionan el 10% de la energía que necesitamos y nos ayudan a producir glucosa de forma natural, lo que quiere decir que una persona que no coma bien, deberá buscar esta energía a través de hidratos de carbono malos.
"Nuestra microbiota es como nuestra huella dactilar, es decir, que somos completamente únicos. Por lo tanto, en función de cómo esté compuesta, transformarán de una manera u otra los alimentos y nos engordarán más o menos. Por eso, yo siempre digo que es absurdo estar obsesionado con contar calorías. La microbiota espera un tipo de alimento que le guste y haga crecer las bacterias que la forman", explica la dietista.
Si llenamos nuestro intestino de alimentos que no aportan muchas calorías, pero son de mala calidad, los bichitos que tenemos son capaces de promover un estado inflamatorio crónico que nos genere ansiedad, ya que se produce resistencia a la insulina, o enfermedades cardiovasculares.
Tradicionalmente las grasas eran nutrientes que había que evitar si nuestra dieta se enfocaba en perder peso. La creencia de que, 'si comemos grasa, la acumulamos', se ha arraigado fuertemente en nuestra mentalidad. "Esto es completamente falso. La composición corporal depende del patrón global de alimentación y no del número de calorías. Se pensó durante muchos años que las grasas tenían una incidencia alta en enfermedades del corazón y esto solo ocurre si las grasas son malas. Es decir, es muy importante saber diferenciar la calidad de ellas", apunta la experta.
El no saber diferenciarlas nos ha llevado al consumo masivo de alimentos ‘light’ o ‘bajos en grasas’ y a dejar de lado las grasas buenas. "Hace años los nutricionistas recomendaban restringir el uso del aceite de oliva virgen extra para bajar de peso y hoy sabemos que es un error porque sacia mucho y aporta componentes beneficiosos a nuestro organismo. En su lugar, se recomendaban productos como los quesos desnatados, las galletas 0% o el pavo light, que cierto es que no llevan grasa, pero son todos productos de mala calidad nutricional, ultraprocesados.
Pese a que la grasas saturadas han sido demonizadas durante años, ¿sabías que nuestro cerebro es rico en grasa saturada, que la leche materna contiene un 50% de esta en su composición o que nuestros huesos la necesitan para fijar el calcio? Por eso, también son importante para el correcto desarrollo y funcionamiento de nuestro organismo.
Las grasas buenas son las precursoras de la síntesis del colesterol y las hormonas sexuales, por eso las dietas bajas en grasa producen desarreglos hormonales. Además, ayudan a absorber vitaminas A, D, E y K, regulan la temperatura corporal, aportan saciedad y ayudan a picar menos entre horas. "Otra de la grasa que no podemos olvidar es el Omega-3, presente en nueces, semillas de lino o pescados azules, que tienen un importantísimo efecto antiinflamatorio en el organismo", concluye la nutricionista.