Miguel Báez Litri tiene 53 años y ha perdido a sus padres en 14 días. Tuvo que interrumpir su luna de miel hace dos semanas y, ahora, ha vuelto de nuevo precipitadamente de Italia junto a su esposa, Casilda Ybarra. El destino se ha mostrado caprichoso con la familia Báez-Spínola.
Perder a los padres es una de las pruebas más complejas de la vida. Aunque el dolor sea el mismo desde el principio de los tiempos, la experiencia ha cambiado porque la edad en la que nos enfrentamos a la orfandad es distinta. Con el aumento de la esperanza de vida, es habitual que lleguemos a los 50 con nuestros padres cuidándonos (o intentando cuidarnos) como si aún fuéramos niños.
Y ahí reside la causa del dolor: cuando mueren nos damos cuenta de que las personas que más nos quieren ya no están en este mundo. Ya no hay nadie para los que somos sus personas favoritas, hagamos lo que hagamos. Nadie a los que querer tanto. Es una pérdida irreparable, no podremos encontrar a otro padre o a otra madre. No habrá a quien podamos llamar 'papá' o 'mamá'. Tendremos otras personas que nos quieren y a las que queramos; tendremos, incluso, hijos a los que entregaremos nuestro amor más incondicional, el mismo que ellos echarán de menos cuando desaparezcamos. Pero los que más nos quisieron y cuidaron, aquellos a los que por fin entendimos en la madurez ya no están para adorarnos.
La cuestión es saber recolocar los sentimientos. La experiencia de perder a nuestros padres puede ser su última enseñanza. Fueron nuestros maestros en vida, y al morir pueden enseñarnos el privilegio de vivir un amor eterno. Pero lo cierto es que la sociedad no ayuda.
Ante lo inevitable, coraje. Nos hemos quedado huérfanos, hay una herida emocional que sangra y a la que, de alguna manera, hay que rendir honores. Lo más peligroso al atravesar un duelo –según, los especialistas– es acallarlo, evitarlo o ignorarlo, algo que precisamente es lo que la sociedad nos pide porque no quiere ver a un adulto llorando a sus padres.
Hay una especie de impaciencia en este tipo de duelos, como si fuera obsceno sufrir por la pérdida de tus padres. La gente rara vez pregunta por los sentimientos de una persona de 50 que está pasando por ahí. Los huérfanos adultos deben guardarse lo que sienten y hacer su duelo en secreto. Para el trabajo o el entorno social, dos semanas de pena son suficientes. Pero el dolor está. La famosa "procesión" sigue por dentro.
Miriam y Sidney Moss, psicólogos que investigaron el tema, se preguntan si la razón podría ser que nuestra sociedad valora tanto la juventud que las vidas y muertes de personas mayores han perdido importancia. Si esto es así, quizá la expresión de dolor por la pérdida de una persona mayor podría ser considerada socialmente insignificante.
Como ser doliente en sociedad no está bien visto, las señales del duelo se enmascaran. De repente, podemos estar más cansados, menos interesados por nuestra pareja o nuestra vida social. O incluso hacer que no pasa nada y derrumbarnos al cabo de un año.
La situación es algo distinta cuando uno de los padres muere y el otro sigue vivo. El hijo se hace cargo de la persona que se ha quedado desparejada y la sociedad vuelve a ignorar el dolor del hijo: "¿Cómo está tu padre o tu madre?" Muy pocas veces se pregunta por el huérfano. Y eso que es probable que el hijo esté pasándolo fatal y tenga la angustia de que también llegará el turno del otro progenitor.
Todo nos empuja al olvido. Debemos olvidar a quien se fue lo más rápidamente posible. Pero los psicólogos insisten en que es un error. No hay que olvidar, sino situar al ser querido ausente en otro lugar del corazón. El vínculo continúa. El duelo, desde la fase de negación hasta la de aceptación, es necesario para que hagamos ese proceso de ordenamiento emocional. Pero no siempre podemos vivirlo o lo vivimos de manera traumática. En ese caso, conocer las señales de auxilio puede ser tremendamente útil.
Cada persona atraviesa su duelo de manera diferente, pero los expertos coinciden en algunas señales que pueden alertarnos de que algo no va bien.