Un perro es uno más de la familia así que de su comportamiento depende que el ambiente sea agradable en casa, la convivencia sea buena, fluya la comunicación y apetezca estar. Sin embargo, cuando nuestro can no nos obedece, se come las patas de las sillas, araña las puertas, es inviable pasear tranquilamente con él, ladra sin parar y nos ignora por completo… la situación llega a ser desesperante. Desde Uppers hemos consultado con un educador de perros qué puedo hacer para que mi perro me haga caso, para que no se pelee con otros perros, que no tire de la correa y que deje de hacer destrozos en casa. En definitiva, cómo puedo educarle y vivir felices.
Cuando el perro es pequeñito uno se encariña enseguida y todo es divertido. A medida que crece la cosa cambia de tal modo que si no se le educa y se le enseña se convierte en el amo y señor del castillo. A veces se puede dar un problema severo de conducta que implica la consulta con un experto. No obstante, lo habitual es que su comportamiento desastroso sea hasta lógico y se deba a que no ha recibido una enseñanza ni el dueño se ha comunicado como corresponde con su perro.
También sucede que en ciertas ocasiones el perro no hace caso, pero suele ser por puro instinto. Imagina que es macho, no está esterilizado y aparece una perra en celo. Será casi imposible pretender que la ignore y no quiera ir tras ella. Es común además que no hagan caso cuando no han entendido bien una orden; justo en ese momento nos pueden haber llamado por teléfono.
Un problema ya serio es si el animal no hace caso nunca e ignora a cualquiera de forma permanente. La causa suele estar en que no ha recibido un adiestramiento adecuado, las órdenes que recibe son contradictorias o no se está empleando un lenguaje “perruno” porque se le habla como si fuera otra persona o un bebé. Con todo ello es muy difícil que entienda lo que quiere su dueño.
En ocasiones, se pretende que aprenda a base de castigos y está demostrado que no funciona, es ineficaz y cruel. Un perro se adiestra y obedece basando el aprendizaje en la recompensa y en el premio. De igual modo, es imprescindible crear un vínculo que nace del cariño y del respeto entre el humano y el perro.
Como dueño se puede intentar solucionar ese problema importante por sí mismo con mucha paciencia cambiando la conducta y la relación con el animal. Conviene dejar claro que puede que no quede más remedio que solicitar la ayuda de un profesional. Supondrá un gasto económico, pero compensa, ya que consigue asentar correctamente las bases de su educación y agiliza la tarea. De todos modos, hay ciertos aspectos a considerar a la hora de empezar a trabajar en que el perro obedezca y haga caso a su dueño.
En primer lugar, como hemos dicho es imprescindible que el dueño o cuidador refuerce el vínculo afectivo con su animal; estrechar la relación le facilita la acción de obedecer. Con esta finalidad ambos tienen que pasar más tiempo juntos y cumplir unas rutinas concretas con los paseos, las comidas, el juego, el ejercicio en horas determinadas, lo mismo que un momento para las caricias y el cariño. De este modo se robustece la relación, el perro espera esos momentos y atender una orden se termina convirtiendo en algo sencillo.
En ocasiones, ese comportamiento rebelde que llega a ser agresivo puede ser una forma de expresar que hay algún problema como que no le sienta bien la dieta, tiene alguna enfermedad que no se ha detectado, necesita salir a la calle más a menudo, le estresa el entorno por algún motivo… Visitar al veterinario para comprobar que todo marcha como debe es una buena forma de actuar. El profesional es quien puede tener la respuesta.
En segundo lugar, será necesario reiniciar el adiestramiento del animal a partir del refuerzo positivo para que obedezca y haga caso. Se empieza, independientemente de su edad, con un entrenamiento basado en la práctica de ejercicios fáciles que sean premiados cuando los haga bien. Un ejemplo es que se esté quieto cuando se le indique con una sola palabra como, por ejemplo, “stop”, “para” o “quieto”. Una vez lo entienda y obedezca esa orden siempre se le tiene que recompensar con una caricia, una golosina perruna o su juguete. Este es el primer paso de su aprendizaje.
En tercer lugar, todos aquellos que conviven con el perro deben ponerse de acuerdo en la palabra que van a emplear para darle una orden, nunca con gritos o regañando, al igual que en el comportamiento que se espera de él. Suele suceder que un miembro de la familia le prohíbe subirse al sofá, pero otro sí se lo permite. Al final no sabe si lo puede hacer o no.
Por último, esa orden verbal debe estar en consonancia con un gesto determinado, una expresión facial y un lenguaje corporal, incluso con la postura, el tono de voz y la mirada. El perro no solo escucha, también mira y necesita que todo encaje para entender y hacer caso a una orden.