En el mundo hay dos tipos de personas, los que no se muerden las uñas y los que sí. Los primeros tienen unos dedos finos y alargados, mientras que los segundos, con el paso de los años se les han ido achatando y haciendo cada vez más gruesos. Este hábito, o más bien manía, se llama onicofagia y es uno de los trastornos obsesivo-compulsivos que aparecen en la niñez y adolescencia. Lo que comienza siendo algo de niños puede terminar generando importantes lesiones físicas en los dedos y manos, desde deformaciones de la cutícula, pasando por infecciones, fracturas y desgaste dental, hasta deformaciones en los propios dedos.
Los trastornos de ansiedad, angustia y estrés suelen ser los causantes de esta manía, aunque también pueden surgir como una expresión emocional de problemas personales laborales, académicos, cambios en la unidad familiar, o incluso estar derivados de una baja autoestima, inseguridad o frustración.
Las personas que lo hacen consiguen un efecto calmante y por esta razón es tan difícil abandonarlo. Se trata de una vía de escape ante determinadas situaciones o incluso como una herramienta para canalizar situaciones de ira. Como cualquier tipo de costumbre, para hacer frente a ella hace falta reconocer qué es exactamente lo que la desencadena. Aunque aparentemente pueda parecer sencillo, en muchas ocasiones la fuerza de voluntad no es suficiente a la hora de abandonarla y habrá que encontrar otra forma de canalizar las emociones.
Como con todo trastorno psicológico no se puede generalizar y cada persona requiere una valoración individualizada. Si bien es cierto que, si llevas toda la vida haciéndolo, las soluciones caseras, pese a ser recursos muy populares, son un tapadillo que no consigue solucionar el problema. Como el de los diferentes hábitos nerviosos, para eliminarla estamos ante un proceso de tres fases que incluyen el incremento de la conciencia de la conducta, el ensayo de conductas incompatibles y el refuerzo social proporcionado por otras personas significativas. Lo más recomendable para este proceso es hacerlo de la mano de un psicólogo, creando pautas de comportamiento que favorezcan el control.
Desde Sanitas nos explican que también se puede recurrir a un odontólogo para que confeccione una férula especial que impida que se puedan juntar los incisivos superiores e inferiores e imposibilitar así que se pueda cortar la uña con los dientes. Estos tratamientos suelen tener una duración de un mes y medio antes de que el paciente logró erradicar el hábito y hasta ocho para conseguir recuperar la estética de los dedos.