La comparación entre las estaciones y las etapas de la vida son frecuentes. A la juventud se le relaciona con la primavera y la energía del verano. A la madurez, con los meses menos solares. La edad madura recibe muchas veces el nombre del 'otoño de la vida'. Lo cierto es que el otoño es una estación bella, llena de matices que invitan a la reflexión. Algo muy parecido a lo que pasa en la madurez: el resplandor de la juventud da paso a otras tonalidades, más íntimas, más introspectivas. El regalo de poder conocerse es uno de los atractivos de cumplir años, pero no el único.
En la primera estación de la vida no somos conscientes del tiempo, algo que va cambiando con la adolescencia y en el tránsito hacia la edad adulta. A partir de los 50 comenzamos a valorar el tiempo y ese es ya el primer regalo de la edad madura.
Para el psicólogo Francesc Miralles, cuando una persona se acerca al ecuador de la vida es plenamente consciente de que los días, horas y minutos no tienen precio. Sabemos que el tiempo es el material del que está hecha la vida y somos más cuidadosos con él. También lo valoramos más. Esto significa que no vamos a malgastarlo ni a regalárselo a algo o alguien que no merezca la pena. Como derivada, tampoco sentimos la necesidad de fingir o quedar bien. Vamos asumiento el control de nuestra vida, en gran parte focalizado en el tiempo, y, así, ganaremos calidad en todas las experiencias que tengamos.
El respeto por nuestro tiempo nos hace respetarnos y ponernos más en valor a nosotros mismos. Un aserto budista dice que la primera parte de la vida se pasa aprendiendo y tomando vivencias de los demás y la segunda, devolviendo lo obtenido. En muchas corrientes espirituales, la madurez empieza cuando se vive para los demás.
Salvo excepciones, el deseo de ser útiles no llega en la juventud. No todos los jóvenes son egoístas; sin embargo, en su búsqueda de identidad se priorizan a sí mismos frente al resto. La madurez otorga otra profundidad de miras. Es como si, de repente, se hubieran encendido las luces largas.
Cuando somos jóvenes, la energía viene de serie. A partir de los 50, si no trabajamos el autocuidado, no alcanzaremos eso que se llama el envejecimiento saludable. No es que el físico cobre más valor, es que tenemos claro que la salud es algo holístico: dieta, hábitos y estilo de vida acordes con la buena salud, al margen de los cánones de belleza. Dicho sea de paso, tampoco la belleza física es ya lo más importante. El aspecto físico deviene cada vez menos importante, lo cual no significa que no nos cuidemos.
A partir de los 50, somos conscientes de que somos vulnerables. La pasada pandemia se encargó de recordarlo y de hacer que muchas personas quisieran disfrutar más de la vida. Darnos cuenta de que la existencia es frágil y se ve amenazada con frecuencia nos permite celebrar la vida. Solo el hecho de estar vivos merece ser agradecidos y disfrutar de cada instante.
Experimentar y reinventarse no es exclusivo de los más jóvenes. Con una esperanza de vida más larga y de mayor calidad, disponemos de más tiempo para vivir nuevas experiencias. Esta realidad ha dado lugar a los 'late bloomers', aquellos que 'florecen tarde', probando nuevas experiencias casi a cualquier edad. Basta echar un vistazo a las redes para comprobar la cantidad de personas que pasados los 50 empiezan una nueva trayectoria laboral o personal, o deciden cambiar de vida.
Buena noticia: cumplir 50 es deshacerse de la 'mente mono', esa que nos hacía ir saltando de pensamiento en pensamiento y no disfrutar del momento tal y como era. La madurez permite transitar de la urgencia a la serenidad, comprender que nada es tan importante y que todo merece ser vivido en su plenitud. Si para ello tenemos que vivir en modo lento, también es buena opción, como explica el periodista Carl Honoré, uno de los artífices del movimiento Slow Living.
Estar en modo sereno no implica perder la curiosidad, el sentido del humor o la capacidad de juego. Cumplir años no significa convertirse en alguien aburrido, sino en alguien dispuesto a vivir nuevas aventuras desde una posición más sabia.