La felicidad es una de las metas que todos intentamos alcanzar. Una estabilidad en un trabajo que nos guste y nos llene, una buena posición económica, buena relación familiar y con los amigos… Todo ello parece llevarnos a esa felicidad plena tan ansiada. Sin embargo, no siempre es tan sencillo alcanzarla, ni siquiera teniendo eso que tanto deseamos y, en un momento u otro, todos pasamos por baches en los que no estamos tan bien como nos gustaría. Y va por edades. ¿Adivinas a qué edad somos más infelices?
La ciencia se ha parado en más de una ocasión a estudiar esto para analizar la curva de la felicidad y su relación con la edad. Así, un informe que se publicó en 2008 señalaba que precisamente era al llegar a la madurez, entre los 40 y los 50 años, cuando las personas mostraban más inquietudes y miedos.
Para llegar ello se analizaron a dos millones de personas de 70 países, en concreto sobre parámetros como la infelicidad, la ansiedad, la tristeza, la soledad, la pérdida de confianza o la depresión, entre otros. Una investigación que se amplió en 2020 con datos de 132 países y unos resultados actualizados.
Fue así como señalaron que la edad a la que somos más infelices es a los 47’2 años en los países desarrollados, mientras que en aquellos que están en vías de desarrollo se sitúa en los 42’8 años. ¿Qué razones llevan a alcanzar el pico de la infelicidad en el inicio de la madurez?
Entre ellos está la crisis de la mediana edad, así como un posible estancamiento en la carrera laboral que impide, en ocasiones, alcanzar metas que te tenías marcadas. También se señala que puede deberse a que comienzan a acumularse un mayor número de responsabilidades en las que pueden entrar problemas de salud, propios o de allegados, o económicos.
Se trata, eso sí, de un estado pasajero del que suele salirse en la mayoría de las ocasiones, pues al llegar a los 50 se suele empezar a recuperar la felicidad poco a poco, una edad que implica una mayor madurez y con mayor capacidad para relativizar las cosas. Según los propios autores del estudio le pasa a ricos y a pobres, a mujeres y a hombres, sin grandes distinciones entre sectores de población, aunque apuntan que es muy posible que tenga relación con la genética.