Hay hombres, como Roberto Benigni en su magistral papel de '¡Qué bello es vivir!', que han sido tocados por la gracia de sacar una sonrisa de la tragedia, de hacer de un campo de concentración un resort de vacaciones con extravagantes diversiones o de convertir en un cuento infantil un drama como el holocausto. Otros se consideran igualmente positivos, pero se quedan en un persistente "no pasa nada" que les permite rehuir los problemas. Benigni solo conocemos uno. De los segundos salen a borbotones. ¿El exceso de optimismo puede ser malo? Lo consultamos con Andrés Calvo Kalch, psicólogo de la clínica de Psicoterapia y Personalidad Persum.
"Ser positivo es saludable, pero si nos referimos a un optimismo que usamos para huir de una situación que no nos es favorable, entonces sí puede ser contraproducente. Significa negarse a sí mismo la realidad para no tener que afrontarla", responde.
Nos llega a la redacción el testimonio de Elsa, profesora aficionada al dibujo. Si le pidiesen que retratase la felicidad, lo tendría claro: calcaría a su marido, Gorka, de 54 años. "Ha alcanzado el nirvana -dice con ironía-, ese estado de dicha suprema en el que no cabe la preocupación. Yo diría que lleva en este estado prácticamente toda su vida. Ya se puede estar hundiendo la tierra que él ni se inmuta. Todo podría ser peor, todo pasará, todo va a estar bien. Le pondría un monumento al optimismo con sus frases".
Su actitud ante el diagnóstico reciente de una enfermedad en la familia enlaza con ese riesgo que advierte Calvo Kalch en este tipo de personas que utilizan el optimismo para no afrontar la realidad y evitar tomar decisiones que, como en el matrimonio de Gorka y Elsa, son decisivas y exigen urgencia. En lugar de sopesar los pros y contras de las diferentes opciones terapéuticas, el marido de Elsa insiste en no precipitarse, en ese "tal vez al final resulte ser mejor de lo que nos están diciendo".
Ver la vida de color rosa puede ser tan descorazonador como tener al lado a un pesimista crónico. Según explica el psicólogo de Persum, estamos ante un optimismo ingenuo, poco útil, inoportuno, insensato y exasperante. "Ni siquiera sirve para transmitir confianza. Cuando alguien quiere dar ánimos cegándose a la realidad difícilmente puede ser resolutivo".
La siguiente cuestión que preocupa a quienes conviven con personas incapaces de poner los pies en la tierra es si podría tratarse de un trastorno de la personalidad. "En el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM), que usamos los profesionales para identificar problemas, no existe un trastorno en el que puede encajar una personalidad con los rasgos que estamos mencionando, aunque a veces parezca que comparte señales con alguno, como por ejemplo el llamado trastorno de la personalidad evitativa", señala Calvo Kalch.
Tampoco significa resistencia a madurar, pues perfectamente puede tratarse de individuos exitosos profesionalmente, padres de familia muy competentes y con madurez emocional para el resto de los contextos. "Además -observa-, un inmaduro emocional tiende al drama y a la impulsividad. Sus reacciones suelen ser exageradas y sin control. Pero este no es el caso".
El psicólogo prefiere hablar de una tendencia disociativa. "Es decir, el cerebro no integra emoción y razón, sino que una de estas partes toma el mando y separa sus emociones de la lógica para no sentirse mal. La disociación es un mecanismo que, de manera instintiva, pone en marcha el cerebro para protegernos de una situación traumática cuando no contamos con los recursos necesarios para afrontarla. La mente desconecta de la realidad y así reduce su impacto emocional, la tensión, el miedo o el dolor".
Es una actitud que evoluciona desde la infancia. En su opinión, habría que ir a sus años de infancia y detectar qué tipo de crianza tuvo y si fue un niño al que se le permitió eludir problemas y esquivar cualquier responsabilidad. Tal vez creció así y de adulto desarrolló este mismo comportamiento poco empático, reaccionando ante un dilema o conflicto como si no existiera, porque les resulta más cómodo y ventajoso no adaptarse. La realidad es que han llegado a la edad adulta sin resistencia a la frustración y sin una provisión de recursos para hacer frente a la adversidad.
El psicólogo añade, además, un rasgo que a menudo acompaña a estos hombres: el humor. "Son personas que a veces resultan muy atractivas y deseables. Con su buen carácter aparentan tener el control de su vida, aunque ni siquiera sean capaces de confiar en sí mismos o en su capacidad de salir de un momento difícil. Es una personalidad que engancha".
Este tipo de personalidad lo podemos encontrar en cualquier contexto. En política, por ejemplo, el optimismo es una buena baza. El líder con más capacidad de ilusionar es el que gana. Un pesimista, sin embargo, no convence porque no infunde ánimos, ni esperanza. El psicólogo Martin Seligman ha observado en sus estudios que los candidatos presidenciales más pesimistas suelen perder la confianza del votante y las elecciones. No obstante, cuando mencionan a qué líderes votarían no hablan de optimismo únicamente, sino de su actitud para resolver los problemas del país. Y esta es precisamente la carencia que mejor identifica al falso optimista.
Tali Sharot, psicóloga del University College, distingue el optimismo real y cuantificable del optimismo irreal, el que se basa en una fachada y en insistir en que todo está bien. El primero ayuda a mantener el control de una situación desagradable o compleja, dándole un nuevo significado. El segundo, el irreal, significa que despreocuparse no funciona. Son muchos los autores que están indagando en ello.
Gabriele Oettingen, psicóloga estadounidense y teórica de la ciencia de la motivación, ha descubierto en sus investigaciones que cuando las personas generan fantasías sobradamente felices sobre su futuro no siempre suben su energía para cumplir sus deseos, sino que se sienten realizados y relajados. Y, por ejemplo, tras dos años fantaseando con encontrar un empleo, pueden terminar con menos ganancias y ofertas que los que afrontaban su futuro con más preocupación.
Incluso en edades avanzadas, Calvo Kalch advierte que existen terapias para personas que, como Gorka, tienden a desconectar de la realidad cuando ven lo que les viene encima. "Habría que trabajar con técnicas que ayudan al cerebro a sincronizar los hemisferios cerebrales que rigen por separado emoción y razón para que integre ese acontecimiento desagradable con el menor impacto posible".