Llorar viendo una película es el gran topicazo de las "personas sensibles", casi una caricatura. Sin embargo, lejos de estar relacionada con la debilidad, la acción (o reacción) de llorar en el cine revela algunos aspectos de nuestra personalidad que pueden ser valorados muy positivamente. Por ejemplo, la empatía, o la capacidad que tenemos para participar afectivamente de los sentimientos ajenos.
Paul J. Zak, neuroeconomista de la Claremont Graduate University, hizo un estudio en el que asegura que quienes lloran al ver cintas son más empáticos con quienes los rodean, saben manejar mejor sus emociones y son más fuertes a la hora de enfrentar el día a día. Si el que llora es un hombre, además, podemos hablar de una persona que ha aprendido a desprenderse de rasgos de masculinidad tóxica y que es capaz no solo de sentir empatía sino de expresarla.
El protagonista de 'Historia del llanto', la novela de Alan Pauls, siente una especie de envidia de las lágrimas de sus amigos que pueden llorar -él mismo no puede-, y considera que llorar delante de otro que no pasa del 'nudo en la garganta' es como 'contar dinero delante de un pobre'. "Hay en el llorar ante una película una capacidad, a veces envidiable, de 'sacar' emociones que de otra manera nos cuesta reconocer" asegura la terapeuta Andrea Valenzuela en ese sentido. ¿Pero es realmente saludable llorar viendo" Titanic" o siguiendo las desventuras de Hachiko, el perro más fiel de mundo? "No es ni bueno ni malo -dice Valenzuela- lo que es malo en todo caso, es reprimir emociones propias. Pero si una película nos ayuda a conectar con esas partes de nuestra vida emocional que necesitan atención, entonces sí puede entenderse como un algo positivo".
Hace unos años, un estudio llevado a cabo en la Universidad de Tilburg (Holanda) centró en la reacción de un grupo de personas frente a dos los que son, probablemente, dos de los más grandes clásicos lacrimógenos contemporáneos (con perdón de 'La lista de Schindler' o 'Bailar en la oscuridad'): "La vida es bella" (Roberto Benigni, 1997) y "Siempre a tu lado" (Lasse Hallström, 2009). Ya se sabe, en la primera, un hombre judío trata de construirle una realidad paralela a su hijo dentro de un campamento nazi, y la segunda es lo del perro fiel que espera a su dueño durante años en una estación de Metro, aún cuando el dueño está muerto. Se supone que de los sesenta espectadores, 28 se sintieron afectados y posteriormente se produjo un beneficio emocional. En realidad el dato más revelador probablemente sea que 32 personas no sintieron... ¿nada? ante el legendario ¡'Buon giorno, principessa!' de Benigni, pero eso es otro tema.
El caso es que según indicaron los expertos de Tilburg, al principio las personas que se emocionaron con las películas se sintieron deprimidos, luego sus sentimientos se equilibraron y alrededor de 90 minutos después de los filmes sintieron una notable mejoría en su humor.
¿Y tú? ¿Lloras en el cine?