Si por algo se caracteriza el ser humano en el siglo XXI es por su necesidad de estar permanentemente ocupado. La vaguería es hoy un importante tabú. Es como si permitirnos holgazanear fuese un obstáculo que nos impedirá alcanzar nuestros objetivos y obtener los resultados que buscamos. Pero el esfuerzo continuo no garantiza que vayamos a ser más felices. Puede que al contrario. Por eso deberíamos empezar a practicar más el arte de no hacer nada. Aburrirnos más. Al menos la ciencia así lo aconseja, pues esa inactividad estimula la creatividad y fomenta la reflexión.
En realidad, cuando nuestra mente no está concentrada en mil tareas específicas tiene más libertad para vagar y conectar ideas de manera fresca y más asombrosa. Encontrar soluciones creativas para problemas complejos. El científico estadounidense Andrew Smart explicaba en su libro 'El arte y la ciencia de no hacer nada' cómo el cerebro permanece activo incluso cuando se supone que está en reposo.
Es más, la “multiactividad” se considera perjudicial para el cerebro, ya que este necesita períodos de ocio para ser creativo. "Hay partes de nuestro cerebro, como el córtex prefrontal, que se activan cuando no hacemos nada y que te permiten acceder a tu inconsciente, tu creatividad y tus emociones (...) Es aceptable ser vago”, concluía Smart en una entrevista en El Confidencial.
La escritora y docente norteamericana Jenny Odell también se suma a esta tesis en su libro 'Cómo no hacer nada. Resistirse a la economía de la atención'. "Nada cuesta más que no hacer nada. En un mundo en que nuestro valor viene determinado por nuestra productividad, muchos de nosotros descubrimos que las tecnologías que usamos diariamente captan, optimizan o se apropian de todos y cada uno de nuestros minutos, entendidos como recursos financieros", denuncia Odell. El 'preferiría no hacerlo' de Bartleby como gesto de resistencia.
Otras investigaciones asocian la pereza con la inteligencia. Un estudio publicado en 'Journal of Health Psychology' en 2015 respaldaba la idea de que las personas con alto coeficiente intelectual se aburren con menos facilidad, lo que los lleva a dedicar más tiempo a pensar. En ese sentido, la pereza sería una especie de "necesidad de cognición", de modo que quienes tienen este rasgo buscan formas estructuradas y razonadas de ver el mundo.
Por su parte, el neurobiólogo Jack Lewis sostiene en 'La ciencia del pecado' que algunos hábitos que se consideran perezosos no tienen por qué tener una connotación negativa y defiende la imposibilidad de ser felices siendo constantemente productivos. Por ejemplo, pasar un rato en la cama antes de empezar a afrontar el resto del día es algo "placentero y perfectamente saludable", y una breve siesta por la tarde "no solo es enormemente reparadora, sino que incluso puede potenciar la resolución creativa de problemas".
Lewis también insiste en que no pasa nada si no nos apetece ir a una cita con los amigos: "Cancelar compromisos sociales en el último minuto para no hacer absolutamente nada es a veces lo mejor que podemos hacer cuando estamos agotados".
Otro de los beneficios de la pereza reconocidos por los expertos es que mejora la atención, puesto que tras un período de aburrimiento nuestro cerebro recarga energía y puede enfocarse mejor en las tareas que tenemos por delante. Además, aburrirse incita a la autorreflexión, fomenta la independencia y mejora la capacidad de lidiar con la incertidumbre.