Varias generaciones de madres lo están dando todo por sus hijos: su cariño, su tiempo, su trabajo y su dinero. Sacrifican oportunidades profesionales o simples momentos de ocio. A cambio, su amor de madre crece, no siempre de manera controlada. A veces, este cariño se convierte en una emoción dominante con vida y exigencias propias a la que, cada día, hay que alimentar con una ristra interminable de cuidados. Sobre esa realidad gira, 'La madre', drama del dramaturgo Florian Zeller, que puede verse en el Teatro Pavón hasta el 12 de mayo. Dirigida por Juan Carlos Fisher, y protagonizada por Aitana Sánchez-Gijón, la obra cuestiona cuáles son los límites de la soledad, el vacío y la cordura. ¿Puede una madre amar demasiado? ¿Existe un límite para ese amor? ¿Qué ocurre cuándo un hijo crece y se va? La psicóloga Lara Ferreiro desgrana el recorrido de una relación llena de aristas.
Una de las consecuencias del amor obsesivo hacia los hijos es crear un monstruo emocional incapaz de respetar los límites del cariño sano, unos límites que existen incluso en la relación más arrolladora del género humano como es la que se establece entre madres e hijos. "Los niños y jóvenes necesitan muchos límites y mucho amor. Hay que saber cuándo hay que decir que no porque existe un complejo de culpabilidad (ocurre, por ejemplo, en el Síndrome de la madre trabajadora) por el que no saben negarse a nada".
Esos límites deben incluir a la propia progenitora cuando el objetivo es lograr y mantener una relación equilibrada: "Ni hay que ser madre 'helicóptero', sobrevolando por la vida de los hijos ni tampoco querer ser su mejor amiga. El rol de amiga y el de madre es muy diferente".
El nido vacío puede ser una fase de crisálida en la vida de algunas madres. "Muchas mujeres pasan una depresión. Igual que la depresión post-parto, existe la del nido vacío. Parece los últimos 20 o a veces 30 años de la vida se pierden. Es como si la madre se quedara hueca. De repente, no tienen ganas de salir ni de ver a nadie. Sienten tristeza, ganas de llorar y un gran sentimiento de soledad. Este duelo puede durar hasta seis meses, aunque lo normal es que sean tres".
La vida de la pareja también acusa cambios. "Cuando los hijos se van de casa, hay un pico de divorcio enorme. Las mujeres miran a sus maridos, ven que ya han cumplido su misión de crianza, y no ven más sentido a la relación. En ese momento se ven las costuras de un mal matrimonio", asegura la experta.
También puede darse el caso contrario: un redescubrimiento de la relación. "A veces, se reconecta con el marido, vuelven a descubrirse como personas e, incluso, pueden disfrutar de nuevas actividades e intereses. Puede ser el momento de hacer más vida social y cultural, y hasta de hacer nuevos amigos o comenzar otra carrera profesional", señala Ferreiro.
Pese a que el nido vacío suele facilitar la vida diaria y social, el sentimiento de vacío suele persistir y tomar forma en otras actitudes: "Especialmente, si la madre ha sido del tipo 'helicóptero', queriendo controlar la vida de los hijos. "Ese sentimiento de soledad hace que la madre quiera seguir estando presente, aunque la hija o el hijo ya esté casado o tenga su familia. Se reproducen esos comportamientos de críticas o de inmiscuirse en asuntos que no son suyos. Les cuesta encajar en ese rol secundario. ¡Madres de España, dejad de organizar las casas de los hijos!", pide la psicóloga con humor.
Dejar de ejercer de madre a tiempo completo también tiene sus ventajas, según la experta: "La relación con los hijos cambia cuando se han ido. Si la convivencia era tensa, puede mejorar. En otros casos, si la relación entre la madre y el hijo era muy agresiva, al irse existe el riesgo de que no vuelvan a verse o no se vean demasiado".
La pregunta del millón es cuántas madres se arrepienten de haber subordinado su vida a la de sus hijos. "Las mujeres somos muy emocionales y muy empáticas. Somos las salvadoras y cuidadoras de los demás por pura química. Por los hijos, lo damos absolutamente todo, pero cuando los hijos se van hay que aceptar el cambio de rol: de madre a mentora, ya no se les va a ver tanto ni se va a estar pendiente de ellos. La relación es de interdependencia y muy enriquecedora: todos pueden aprender de todos", señala la experta.
En opinión de la psicóloga, cuando se hace balance, hay más luces que sombras: "No se arrepienten de darlo todo por los hijos; de hecho, les gustaría alargar la etapa de los hijos en casa. Quizá sí cambiarían la manera de hacerlo, sobre todo si ha habido expectativas incumplidas u ocurre eso de la famosa frase 'mi hijo no me ha salido bien', cuando hay problemas de adicciones o son ninis".
La clave para transitar la etapa del nido vacío es aceptar la nueva organización familiar: ya no hay dependencia vertical entre padres e hijos, sino una interdependencia de todos los miembros de la familia al mismo nivel.
Asumirlo teóricamente puede ser fácil, pero la práctica se complica. Para la psicóloga, la única manera de superar el duelo por el hijo que se ha independizado es introduciendo nuevas dinámicas. "En las recuperaciones emocionales funciona la sustitución. Hay que sustituir el interés que generaba el hijo por otros, que pueden ser retomar la vida social o intensificar la relación de pareja. A veces, ayuda mucho cuidar de una mascota, trabajar como voluntarios o formar parte de asociaciones. Hay que apostar por nuevas relaciones, incluso con una misma, y por nuevos intereses. Es importante que esa energía que antes se dedicaba a los hijos se dedique ahora al bienestar propio. Si no es posible, habrá que buscar ayuda profesional".