Cuenta una leyenda del rock que un reportero le preguntó una vez a Angus Young, líder de AC/DC, cómo describiría estar constantemente en gira. Angus contestó que era "A fucking highway to hell", literalmente "una jodida autopista al infierno". Incluso un músico salvaje como Young sabía que la falta de descanso, el trabajo absorbente y mantenerse alejado de los que nos quieren es una fuente de sufrimiento.
Esquivar el dolor es posiblemente el objetivo de todos los seres humanos. Una vez burlado, el siguiente objetivo es alcanzar la felicidad, y en esa búsqueda probamos todo tipo de rutas para llegar antes a nuestro destino. Lo paradójico es que los caminos a la felicidad, cada día más transitados, pueden no conducirnos al bienestar, sino todo lo contrario. La psicóloga Ana Morales desgrana cuáles son esas falsas autopistas al cielo.
Cuidado con el autocuidado. Prestarse atención es necesario, pero si nos priorizamos a nosotros y olvidamos el entorno, lo que puede ser cuidado para uno puede resultar perjudicial para otro. "El autocuidado debería entenderse como ese equilibrio perfecto entre estar bien con uno mismo y no perder el norte de que vivimos en comunidad. Podemos llegar a caer en la trampa de pensar que meternos en nuestra burbuja de bienestar personal es lo que necesitamos para estar a tope, pero la cosa cambia cuando ese cuidado propio empieza a parecer más un acto de aislamiento que de sanación. El punto está en encontrar ese balance, porque el autocuidado no significa ignorar al mundo y a los que están a nuestro lado. No va de elegirnos a nosotros mismos a costa de los demás, sino de encontrar ese equilibrio donde todos ganamos", explica la psicóloga.
El autocuidado es, irónicamente, importante para la comunidad. "No podemos ayudar a nadie si estamos agotados o si nos hemos perdido en el camino de cuidarnos demasiado y olvidarnos de los demás. Es como prepararnos para un maratón. Entrenamos, comemos bien, y descansamos lo necesario, pero el día de la carrera, compartimos la pista con miles de personas, cada una con su propia historia, esfuerzos y metas. Esa es la verdadera magia del autocuidado: prepararnos para correr nuestra mejor carrera sin olvidar que formamos parte de algo mucho mayor. El autocuidado bien entendido no es egoísta, es ser inteligente sobre cómo y cuándo recargar para no solo vivir nuestra vida al máximo, sino también enriquecer las vidas de quienes nos rodean", resume Morales.
En Mindfulness se nos dice que el bienestar es vivir el presente. Algunos lo relacionan con el 'Carpe Diem', vivir el momento. Sin embargo, como explica Ana Morales, hay una diferencia sustancial: "La invitación 'Carpe Diem' para saborear el día al máximo a veces puede malinterpretarse como un cheque en blanco para zambullirse en un mar de placeres momentáneos, olvidando todo lo demás. Pero esto no es exactamente lo que significa vivir el presente. El 'Carpe Diem' va mucho más allá de una búsqueda desenfrenada del placer; es una llamada a disfrutar del ahora, apreciando la riqueza de cada momento con consciencia y atención plena".
Como explica la psicóloga, vivir el momento no excluye los instantes de dolor ni la llamada a la acción en circunstancias adversas. "Aunque muchos no lo crean, esta filosofía no nos anima a evadir nuestras responsabilidades ni a huir de los desafíos. Se trata de estar presentes, tanto en los buenos momentos como en los malos, aceptando y viviendo cada instante de nuestra existencia. 'Carpe Diem' no excluye la empatía ni la consideración por los demás. Vivir el presente implica apreciar cada momento sin perder de vista las consecuencias de nuestras acciones y la importancia de mantener relaciones positivas con los otros", asegura la experta.
La serenidad es un recurso valioso para mantener la calma mental. Pero, como indicaba recientemente Daniel Goleman, si nos anestesia emocionalmente al punto de caer en el desinterés se convierte algo negativo. "Podemos entender la serenidad como esa calma interior que todos buscamos, pero hay una línea sutil entre encontrar la paz y cerrarnos al mundo. No se trata de que, buscando esa paz, apaguemos cómo nos sentimos o dejemos de conectar con los demás. Al contrario, la paz verdadera nos prepara para vivir de todo un poco, los buenos momentos y los no tan buenos, sin perder esa chispa que nos hace humanos", señala la psicóloga.
"Se suele confundir la serenidad con no preocuparse por nada, pero realmente se trata de mantener nuestro centro de equilibrio incluso cuando fuera parece que se ha desatado una guerra mundial. Se trata de ser esa persona que, aún en esas situaciones y desde la calma es capaz de ofrecer un hombro en el que apoyarse o una mano amiga cuando se necesita. Existe una serenidad de revista, donde parece que nada importa. Pero no nos dejemos engañar: conectar con otros, empatizar, sentir, eso es lo que enriquece nuestra vida. La serenidad de verdad nos hace fuertes y resilientes para enfrentar las tormentas, las nuestras y las de los otros, no para ignorarlas,", argumenta esta experta.
Algunas corrientes de pensamiento insisten en no tener apego a las cosas ni a las personas, visto como una falta de expectativas. La conclusión final es que si no esperamos nada, nada puede desilusionarnos. ¿Pero se puede vivir sin ilusión? "Sugerir 'no esperar nada' como táctica de defensa puede sonar bien para esquivar las decepciones; sin embargo nos roba la parte ilusionante de la vida. Por supuesto, hay que ser realistas y no montarse películas que solo terminen en desilusión, pero vivir sin ilusionarse por nada suena a una existencia bastante gris", explica Ana Morales.
Para la psicóloga, "Meterse de lleno en el mantra de 'no espero nada' puede parecer, a priori, una armadura infalible contra el desencanto, pero a largo plazo tiene sus consecuencias. Conduce a una vida carente de ilusión, motivación y alegría. La vida se nutre de pequeñas y grandes ilusiones que nos hacen mirar hacia adelante con entusiasmo". La experta alerta al mismo tiempo de lo que considera el "optimismo ciego": "No se trata de caer en él, pero en lugar de blindarnos con un "no espero nada", la clave está en aprender a gestionar nuestras expectativas para evitar la frustración, en soñar con los pies en la tierra. Este enfoque de equilibrio entre esperar con ilusión y mantener una visión realista nos permite vivir con plenitud, disfrutando las alegrías de cada día sin que las decepciones nos desvíen del camino".
Es la mayor paradoja de nuestro tiempo: ir a toda velocidad para vivir lento. "Hoy en día todo es urgente, para ayer, lo que provoca que, a veces, nos encontremos inmersos una carrera, un tanto extraña: aceleramos para poder pisar el freno. Corremos de tarea en tarea, con la ilusión de que, al final del día, habrá un 'mi momento' solo para lo que realmente nos gusta. Pero al final esto es simplemente seguir girando en la rueda del hámster, donde la búsqueda de paz se convierte en la fuente de nuestra propia inquietud", explica Ana Morales.
Creemos que esa inquietud acabará cuando tengamos nuestro espacio de intimidad, pero la realidad es que estamos demasiado cansados para disfrutar de él. "El ansia por exprimir cada minuto para ganar tiempo libre acaba por convertirse en un boomerang que nos devuelve siempre al punto de partida. La clave no reside en correr más rápido, sino en entender que la verdadera serenidad nace del equilibrio, de saber cuándo es momento de actuar y cuándo es justo detenerse a respirar. El desafío es romper el ciclo de hacerlo todo rápido y agotados. Para ello es importante adoptar una actitud crítica hacia esos ideales inalcanzables de perfección y comenzar a construir un estilo de vida que realmente ponga el bienestar y el equilibrio en el centro, desacelerando de manera consciente, respetando nuestras propias limitaciones y necesidades", insiste la psicóloga.
Las dificultades son consustanciales a la vida. Pero en los últimos años existe la tendencia creciente a convertir en tóxicos problemas que pueden solucionarse con buena voluntad, serenidad y sentido común. Patologizarlo todo se ha colado como un efecto secundario en la búsqueda de bienestar, un daño colateral que puede rebajar nuestra capacidad de agencia y hacernos más débiles.
Ana Morales lo cree así: "Parece que hoy en día necesitamos etiquetar cada bache emocional o cada reacción ante las adversidades como un problema serio. Sin embargo, esta tendencia a patologizar lo cotidiano nos está robando la fuerza para enfrentar la vida por nosotros mismos. Reconocer las emociones incómodas como mecanismos de adaptación naturales ante la adversidad es crucial para entender que no todas las experiencias de malestar, ansiedad o tristeza requieren una etiqueta diagnóstica o una intervención médica. La ansiedad ante la incertidumbre de una pandemia o la tristeza durante el duelo son respuestas humanas normales que no necesariamente señalan un trastorno mental. Pero cada vez que llamamos a una emoción desagradable un trastorno, perdemos un poco de nuestra capacidad para lidiar con ella, alejándonos de nuestra habilidad para enfrentar la vida tal como viene".
Para la psicóloga, la necesidad de etiquetar todas las emociones y clasificarlas como algo negativo es el reflejo de un mundo demasiado exigente: "Puede ser un reflejo de cómo la sociedad nos empuja hacia la perfección constante. Sin embargo, enfrentar y superar adversidades es precisamente lo que nos permite crecer. No hay que ignorar la necesidad de apoyo psicológico cuando es debido, pero tampoco subestimar nuestra capacidad para manejar situaciones difíciles. Se trata de encontrar un punto medio donde podamos discernir cuándo es necesario buscar ayuda externa, sin olvidar que enfrentar desafíos también forma parte de nuestro desarrollo".