Vivimos cansados. No hay más que prestar un mínimo de atención a nuestro alrededor o, sin ir más lejos, mirarnos a nosotros mismos. La mayoría de la población tiene una rutina marcada entre semana: de casa al trabajo y del trabajo a casa para hacer los recados que dé tiempo y, cuando te das cuenta, es hora de irse a la cama para repetir exactamente lo mismo al día siguiente. Y el fin de semana toca hacer todo eso que no te ha dado tiempo de lunes a viernes y, en un abrir y cerrar los ojos, te vuelves a plantar en el lunes y no has logrado descansar nada.
Un cansancio que se va acumulando y que, pese a no contar con estudios que despejen por completo las dudas, comienza a ser preocupante para la salud, especialmente en los últimos años, tras la pandemia. Un cansancio que ha llegado a las consultas médicas donde los sanitarios a veces se encuentran con un muro sobre el que les es imposible trabajar.
Porque claro, ¿qué pasa si el cansancio está presente en mí, pero en las analíticas todo sale bien? En esos resultados puede esconderse la clave que explique los síntomas de un paciente, pero si todo parece correcto, las herramientas con las que cuenta un médico se limitan, especialmente en las consultas de familia, donde es más difícil que se profundice en las posibles causas psicológicas que pueden estar detrás.
En general los médicos se fijan en que la alimentación sea buena y equilibrada, además de promover el deporte en los pacientes para evitar el sedentarismo y un atrofiamiento muscular que puede desencadenar el agotamiento corporal. “La actividad física es beneficiosa para el cansancio, provoca endorfinas y un sueño más reparador”, explicaba a El País Lorenzo Armenteros, de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG).
Pero más allá del sedentarismo o de una alimentación que puede no ser correcta, ¿qué más puede estar detrás del cansancio? Por una parte, un mal descanso. Una reciente encuesta sobre sueño de 40dB para El País y la Cadena Ser desgranaba cómo es el sueño entre los españoles con datos tan reveladores como que los que peor calidad del sueño tienen, hombres y mujeres, son aquellos de la franja de edad entre 55 y 64 años.
Entre las causas que llevan a parte de la población a dormir mal está el estrés o las preocupaciones o a no llegar económicamente a final de mes. No alcanzar el sueño profundo, fase clave de nuestro para nuestro descanso, puede afectar directamente a nuestra felicidad y a nuestro estado de ánimo y, por ende, al cansancio, pero no alcanzarlo convierte a las personas en seres más irritables y mucho menos empáticos.
El ‘Mapa de la fatiga en España’ que elaboró Sigma Dos en 2021 señalaba que el 61% de los españoles aseguraba estar más cansado que antes o durante la pandemia. ¿Por qué? Más de la mitad de los encuestados, el 54%, sostenía que el trastorno del sueño era el principal motivo del cansancio que arrastraban. Mientras tanto, un 42% achacaba el agotamiento a las preocupaciones familiares y el 40’8% al estrés.
Otro factor clave es el ritmo de vida. No tenemos tiempo para aburrirnos a lo largo del día, entre el trabajo, las tareas del hogar o los niños (cuando los hay), al día parecen faltarle horas. Jornadas a todo correr que, unidas al descanso de mala calidad, repercuten en nuestra energía y en ese agotamiento que poco a poco se va apoderando de nosotros y afecta a nuestra salud mental, que desde la pandemia se ha visto más deteriorada entre la sociedad.
Además, el cansancio puede acrecentarse especialmente a partir de los 50 años, cuando la composición corporal empieza a cambiar con un aumento de la grasa y la pérdida de masa muscular, provocando una mayor fatiga en las personas. Cambios fisiológicos con los que las personas terminan el día totalmente agotados y prácticamente no tienen tiempo de recuperarse para el día siguiente.
En ello está claro que influyen determinados factores, como la alimentación y el descanso, además de la rutina, pero también unos que van totalmente relacionados con su generación. Sobre los 50 los adultos se encuentran con varios frentes abiertos que dan lugar a las preocupaciones anteriormente mencionadas. Entre ellas está su propia vida y trabajo, pero también sus hijos. Dependiendo de la edad de sus vástagos esa incertidumbre puede deberse a sus estudios, compañías o la edad del pavo de cualquier adolescente; o ayudarles económicamente con la compra de su casa, su boda o con la llegada del bebé que te convierte en abuelo.
Sin embargo, también se presenta la situación de que es el momento en el que los padres empiezan a necesitar una serie de cuidados específicos, según sus necesidades concretas o enfermedades. En ocasiones viven contigo, donde el control es más exhaustivo, pero en otras los progenitores se encuentran en su propia casa con un cuidador o en una residencia, que lejos de quitarte tensiones, te suma preocupaciones.
Todo ello termina creando un cóctel explosivo que va afectando poco a poco al organismo. Muchas veces lo que nos pasa no se ve en el informe de una analítica o de otra prueba médica, sino en nuestro propio ritmo de vida, en nuestros hábitos o en las preocupaciones con las que cada día rondan nuestra cabeza antes de irnos a dormir y que van acrecentando ese cansancio que un día, de repente, está presente desde que nos despertamos hasta que nos vamos a dormir.