“Nunca había sentido algo así. Volvíamos en coche de pasar todo el mes de agosto en la playa. De repente, al doblar la esquina y mirar hacia la terraza de casa, sentí que el corazón se me encogía y algo parecido a un peso, una pequeña opresión en el pecho. Empezó a parecerme horrible lo que me esperaba: volver al trabajo, volver a la rutina del invierno, a los atascos, volver a la carrera de obstáculos del día a día…” A María José Novales un día la vida se le vino encima. Tiene 53 años, un buen trabajo como economista, una relación de pareja satisfactoria y un hijo de 10 años al que adora. Aparentemente, sin problemas en el paraíso. Pero su estado de ánimo lo desmiente: quiere controlarlo todo, pero siente miedo, impotencia e inseguridad ante las situaciones más cotidianas. No es el simple vértigo de ‘la vuelta al cole’. La ansiedad se ha apoderado de ella, como a muchas mujeres de más de 50 años.
La incidencia de los trastornos mentales en la población general es cada vez más alta. De hecho, en España los medicamentos contra alteraciones nerviosas fueron los más vendidos en las farmacias durante 2018 (23%), según datos de la consultora Statista. Sin embargo, la ansiedad no afecta a todos los sexos ni a todas las edades por igual. Un estudio desarrollado por el Departamento de Psicología Evolutiva y de Educación de la Universidad de Santiago de Compostela, realizado a más de 1.700 personas, muestra que la ansiedad es más frecuente en los mayores de 50 años, especialmente en la población femenina. Según este estudio, la ansiedad supone el 29,4% de los trastornos mentales y tiene una prevalencia superior entre los 55 y 65 años. A partir de esa edad, comienza a descender por distintas razones. “La retirada del mundo laboral hace que tengamos menos presión social, menos obligaciones. Por ese lado, los adultos viven una vida más relajada y se olvidan de la ansiedad por prisa. Por otra, nuestra actividad es menor y nos sentimos menos necesarios, así que los trastornos depresivos pueden ser más frecuentes a partir de los 65 y están relacionados con la presencia de otras enfermedades”, explica el psicólogo David Facal, uno de los responsables del estudio.
Según este trabajo, los episodios de ansiedad también están relacionados con dolencias crónicas, como problemas circulatorios, artrosis, artritis o reumatismo, asma, osteoporosis, enfermedades relacionadas con la memoria, Parkinson y dolor de espalda. Padecer alguna de estas enfermedades predispone a sufrir a episodios de ansiedad. Sin embargo, ninguna de estas enfermedades afectaba a María José ni tampoco a Marisa González, pediatra madrileña de 54 años, madre de dos hijos de 12 y ocho años, actualmente de baja médica por un trastorno de ansiedad. “No me siento segura en el trabajo, tengo miedo a equivocar un diagnóstico, a prescribir mal un medicamento. No logro dormir bien y, por primera vez en mi vida, creo que no puedo con todo. Por mi trabajo, he manejado situaciones como esta con otras personas, pero ahora no me siento capaz”, explica.
La literatura médica ha distinguido desde hace años las variables que hacen que las mujeres sean más vulnerables a la ansiedad. Por un lado, existen razones médicas: los trastornos hormonales que se dan durante la menopausia y los años previos pueden conducir a una inestabilidad emocional. Desde la psicología, el estudio de la universidad de Santiago también revela que las mujeres presentan un mayor grado de sensibilidad interpersonal y una mayor implicación emocional cuando se enfrentan a las adversidades. Para Facal, “las mujeres son más sensibles a determinados estresores del ciclo vital. En la década de los 50 converge toda la presión socio-laboral con un declive incipiente del cuerpo en aspectos físicos o incluso cognitivos”. A este desfase entre el ciclo vital y el ciclo biológico, se unen la falta de políticas de conciliación, la competencia exacerbada para mantener el puesto de trabajo, la sobrecarga de roles (amante, cuidadora y educadora) y, en los últimos años, un nuevo factor: la maternidad pospuesta.
España es la campeona de Europa en maternidad tardía. Según la última Encuesta de Fecundidad del INE, las mujeres españolas tienen su primer hijo una media de cinco años después de lo que quisieran por distintas razones, fundamentalmente vinculadas a la estabilidad laboral o sentimental. El resultado: más madres maduras con hijos pequeños respecto a épocas anteriores. “Es curioso, en un par de años podré acceder a ofertas para mayores de 55 años con un hijo preadolescente”, afirma Novales. Para ella, lidiar con esta disparidad de escenarios, de la profesional asentada a la madre que ayuda a su hijo con sus deberes de Primaria, le está pasando factura. “Tuve a mi hijo mayor de manera consciente y pensé que al ser una decisión tan pensada podría ser una madre más o menos modélica. Pero la realidad es que estoy agotada, me falta energía para llegar a todo, cumplir con las exigencias y las expectativas. Las vacaciones de verano son un oasis que dura poco. Pensar en el invierno es una pesadilla”, explica
La situación de esta economista madrileña sugiere un cambio sobre la división tradicional de los ciclos vitales. “En los últimos años, la niñez y la juventud se están prolongando, llegamos a la adultez plena más tarde y esto cambia los parámetros vitales. Y, lo que es peor, genera frustración. Quizás tenemos que redefinir las fases del ciclo vital para que sean menos estancas o más fluidas. Llegar tarde a determinados aspectos de la vida adulta, como la maternidad o la paternidad, genera conflictos. Los cambios sociales no van a la par que la biología y tenemos que adaptarnos a esta nueva realidad”, afirma David Facal.
Experimentar cierto estrés es normal. De hecho, es un mecanismo adaptativo que nos permite superar situaciones de peligro o de alta exigencia. Comienza a ser preocupante cuando interfiere en el descanso y produce dolor o malestar, comprometiendo en la vida diaria e impidiendo las actividades laborales o familiares.
En cuanto a sus manifestaciones, depende del tipo de ansiedad, pero, de manera general, es habitual sentir el pulso acelerado, hacer respiraciones cortas, hiperventilar o incluso vivir ataques de pánico o fobia social. Desde el punto de vista médico, la ansiedad y el estrés provocan una producción excesiva de cortisol, una hormona que en niveles altos y sostenidos puede provocar patologías crónicas.
Lo primero es saber reconocerla. A partir de ahí, existen distintas técnicas para superarla: el control de la respiración, terapias de relajación, modelos de meditación, de pensamiento consciente o Mindfulness, y, fundamentalmente, todas los recursos que hoy promueve el envejecimiento activo: compartir actividades fuera y dentro de casa con amigos y familiares, hacer ejercicio físico y, en general, mantener un estilo de vida saludable.
Si nada de eso funciona, es hora de acudir al especialista. En los últimos años acudir al psiquiatra o al psicólogo se ha desestigmatizado. Entre sus propósitos para la nueva temporada, María José Novales está buscando un curso de yoga con el que apaciguar su agenda y su vida. Pero si no lo consigue, tiene claro que irá al psicólogo. “Con todo lo que ya sé sobre los efectos del estrés y la ansiedad, no voy a correr riesgos. Si no lo consigo por mí misma, iré al médico. Mi hijo necesita una madre en plena forma”. Una vez más, para las mujeres, la maternidad, tardía o temprana, está siempre por encima de todo.
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