La covid-19 no ha impedido que un buen número de españoles huyan hacia playas y sierras más húmedas como salmones remontando la corriente. Lo malo es que ahora toca volver, arrastrar nuestros cuerpos ahítos de pescado frito hasta la orilla de las responsabilidades: hijos, trabajo, horarios, presupuestos; el alimento en la rueda del capitalismo.
Es un drama esto del síndrome posvacacional, peor que una bronca conyugal con la vida; hace que nuestros engranajes chirríen perezosamente y nos invada una amarga ansiedad por lo poco que ha durado este descanso sin culpa (si es que el virus no ha hecho de las suyas y hemos tenido que pasar por el periodo de aislamiento). Vuelta al grito agónico del despertador, a las largas jornadas y a eso que es común en casi todos: lo cuesta arriba que se pone la existencia los primeros días de septiembre.
Te contamos cuánto dura el síndrome posvacacional y te damos algunos consejos para revitalizarte en este durísimo periodo de readaptación a las responsabilidades. El sueño de las vacaciones ha terminado.
Depende de cada ser humano y su agonía para la readaptación. Que se sepa, todos superamos el tener que volver a pulsar el botón de reinicio. Eso sí, ya hay muchos estudios que confirman este sopor y ansiedad generalizadas para tomar a la vida por los cuernos, y los síntomas desagradables del regreso a la rutina: en algunos casos, un estado de malestar físico y psíquico lo bastante fuerte como para que aumenten las consultas al médico. Fatiga, cansancio mineral, dolores de cabeza, dificultades para conciliar el sueño, o peor, dolores de estómago, tristeza de poetas poco inspirados y bebedores y una apatía con muchos tentáculos.
En uno de sus informes recientes, la Sociedad Española de Medicina de Familia cifra la duración del síndrome posvacacional en unos 15 días como máximo, y advierten de que si se supera esa franja temporal ya no podría ser considerado como tal y sería momento de plantearse algún tipo de terapia para controlar la ansiedad. Estaríamos hablando de algo más serio. Advierten también de que no es necesario medicarse para superarlo. Este síndrome no es ninguna psicopatología y es importante acostumbrarse a él como parte del ciclo de las vacaciones. Tiende a desaparecer pasada la primera semana de vuelta.
Psicólogos y especialistas indican que, aunque no esté clasificada en ningún manual como patología, el síndrome posvacacional es una realidad, tiene una serie de síntomas muy claros, y para combatirlo conviene planificar algún tipo de readaptación escalonada en la vuelta a la rutina.
Diseñar el fin de las vacaciones: la última semana de agosto y la primera de septiembre tenemos que empezar a reorganizar los horarios.
Regular las responsabilidades: dos días antes de la vuelta a la oficina, al despacho o a donde sea que ejerzamos nuestra profesión, hay que seguir los horarios que teníamos cuando el despertador sonaba, cogíamos con ganas la ducha, íbamos un rato al gimnasio y arrancábamos el coche rumbo al curro. Hemos vuelto al trabajo pero también a la vida, y hay que priorizar esa motivación con tareas que le den estructura a la jornada: gimnasio, curso de inglés, afterwork, cocina. Prémiate para ser productivo y reencontrarte con tu yo de antes del verano.
Evitar la queja y el autoengaño: la naturaleza remolona de muchos hace que, al volver a la oficina, con el síndrome posvacacional tocando el timbre en su interior, aplacen reuniones o se las salten, se quejen de más y entren en un estado anímico que solo recrudece los síntomas. Quéjate, pero no lo conviertas en tu credo. Tan cierto es que te toca hacer la declaración de la renta en junio como que las vacaciones son un idilio con fecha de caducidad.
Darle prioridad al sueño: en vacaciones solemos ser bellas marsopas y dormir mucho más que en periodos de estrés laboral, y ese corte en el descanso, al dormir menos horas y tener que salir disparados a la oficina, puede ser traumático. Se recomienda que nos acostemos más pronto en la vuelta de septiembre para no perder ese flujo de horas de sueño extra que teníamos en el apartamento de la playa, y así poder levantarnos con la energía suficiente cuando suene el despertador.
Objetivos realistas: el primer día de regreso al trabajo vas a rendir lo mismo que un monarca absolutista. Poco o nada. Mentalízate. El segundo ya no tienes demasiadas excusas para ir deshaciéndote de ese peso. El tercero deberías rindiendo al 50 por ciento, y así hasta la recuperación total.
No te culpes si notas alguno de los síntomas del síndrome postvacacional o incluso si te apetece acurrucarte en posición fetal bajo la mesa de la oficina mientras gritas de forma nihilista que la vida no tiene sentido, que quieres tu gamba roja a la plancha y tu siesta. Piensa que es perfectamente normal esta tristeza. Acepta (mal que bien) que el regreso es duro y que estos sentimientos de agonía deben tener su espacio y pronto desaparecerán. Ya sabemos que te gustaría nadar como un atún excitado en mar abierto, pero sigues siendo un ser humano con una nómina. Nada puede cambiar eso. Si estás pensando en tirarte desde el séptimo piso al grito de ¡cala en Denia!, la gravedad le hace cosas malas al cuerpo, recuerda.