La mascarilla será obligatoria en espacios cerrados y en la calle si no se pueden garantizar los dos metros de distancia. La decisión nos deja con la cara cubierta, lo que dificulta la expresión espontánea de emociones de alegría o tristeza, los dobles sentidos e incluso la ironía. ¿Vamos a perder esos matices o readaptaremos lo no verbal? Nuestro cerebro es experto en apreciar hasta el mínimo detalle, ¿cómo vamos a hacer a partir de ahora sin esa excelente fuente de información que es la boca?
Hablamos con un experto para que nos explique por dónde ira encaminada la nueva comunicación no verbal. "Nada impedirá mostrarnos encantadores, felices, preocupados o como nuestro estado de ánimo dicte, pero si queremos declararlo al mundo más vale que empecemos a usar otro lenguaje, como las manos, los ojos, el volumen de voz o la entonación", explica José Luis Martín Ovejero, experto en comunicación no verbal y autor del libro 'Tú habla, que yo te leo'.
Él lo llama 'suplementos comunicativos no verbales' y asegura que nuestro cerebro los buscará, casi de forma automática, cuando nuestro rostro quede tapado de nariz hacia abajo. Pero veamos con él cuáles son esas expresiones que pueden quedar alteradas con el uso de la mascarilla.
La forma de sonreír, de abrir o gesticular con los labios ofrecen unas pistas poderosas
acerca de nuestro estado anímico. De hecho, si le colocásemos una mascarilla a La Gioconda, acabaría la eterna duda de si ríe o no ríe. La mascarilla no nos va a privar de la sonrisa ni tampoco quedará del todo oculta siempre que este gesto que activa nuestro circuito cerebral del placer sea espontáneo y auténtico. Si es genuina, es decir, de oreja a oreja, es inevitable que a la apertura de boca le acompañen los ojos, concretamente los músculos orbiculares que los rodean, provocando las características arrugas a su alrededor.
Por el contrario, si es una sonrisa social, forzada y de puro formalismo, el resto de la cara se mantiene inmutable. Más vale en este caso que vayamos pensando en un gesto que lo suplante. De momento, nos olvidaremos también de emular a Dakota Johnson en '50 sombras de Grey' cuando se muerde el labio inferior de forma tan sensual. O, al menos, nos reservaremos para la intimidad si queremos que surta algún efecto.
Este accesorio sanitario que nos deja la pandemia no va a conseguir disimular nuestra
pena, pesadumbre o melancolía, puesto que estas emociones, particularmente complicadas, se condensan sobre todo en la mirada, sin que apenas se necesiten palabras para manifestarlas. Las cejas forman un triángulo invertido y los extremos de los ojos caen junto a los párpados. También los labios dibujan una U invertida y la barbilla asciende ligeramente, aunque los ojos son suficientemente expresivos.
La noticia, buena o mala, según la intención del enfadado, es que la ira, igual que la tristeza, quedará al descubierto a pesar de la mascarilla. Las cejas forman una V y los párpados se muestran tensos. La mirada, igual que el tono de voz, son perfectos delatores, más incluso que la nariz y los labios que, en casos de arrebato o disgusto, tienden a tensarse.
Es una emoción fugaz e inesperada. Positiva o negativa, nos permite afrontar una situación repentina: una visita, una cita olvidada, un gesto descortés o cualquier imprevisto. La mascarilla no va a ocultar su forma de expresión más común: las cejas y párpados elevados en forma de círculo y los ojos muy abiertos. Con la edad, procuramos que la boca se mantenga cerrada.
Cuando el cerebro siente repugnancia por alguna cosa o hecho, no podemos evitar arrugar el morro. Ahora va a ser difícil exteriorizarlo, por mucho que frunzamos también la nariz. Esta es una emoción básica que nos ha asegurado la supervivencia a lo largo de la evolución y su expresión facial facilita comunicar a quienes nos rodean que hay algo -olores, comida, animales- que pueden ser peligrosos evitando entrar en contacto con ellos. Afortunadamente, disponemos de un registro muy amplio de expresiones lingüísticas, tonos y gestos para expresarnos.
Esta es otra de las emociones que cuentan con su propia expresión facial y es fácilmente reconocible en la comunicación no verbal. Eso sí, siempre que no nos ocultemos detrás de una mascarilla, ya que el centro de acción va a estar en la comisura de los labios. Estos tienden a retraerse hacia la mejilla formando un peculiar hoyuelo en un solo lado de la cara. El desprecio, que podríamos definir como una sensación se superioridad sobre algo o alguien, puede acompañarse también de una mirada de reojo o una mirada desafiante. A partir de ahora, más nos vale permanecer atento a los ojos de quien tenemos enfrente.
Este nuevo código de lenguaje que impone el uso obligado de mascarillas obligará a
mover los ojos con una sutileza que hasta ahora desconocíamos. Un ejemplo será el miedo. Es una emoción que se refleja con las cejas elevadas y tensas, igual que la sorpresa. También la boca tiende a abrirse. La cara de miedo es muy característica en todos los seres humanos, pero ¿quién lo advertirá si la llevamos oculta?