La unción 'in extremis' a los enfermos en estos días de desconcierto y perplejidad está poniendo a prueba la fortaleza de los capellanes que ejercen en los hospitales. Sus vulnerabilidades son las mismas que las del resto de la población: edad, patologías previas, riesgo de contagio y miedos. Ni siquiera la fe protege de esta pandemia. Gerardo Dueñas, subdelegado episcopal de la Pastoral de la Salud de la Archidiócesis de Madrid, atiende a Uppers para relatarnos cómo la pandemia ha alterado el modo de practicar este sacramento. Nos aclara, antes de nada, que este sacramento, que antes se conocía como extremaunción, actualmente se denomina canónicamente "unción de los enfermos" y se administra siempre que el enfermo esté grave, y no solo a punto de morir.
Si algo echa en falta Dueñas como capellán, igual que el resto de los religiosos que estos días acompañan a los enfermos de coronavirus en sus últimas horas, es la calidez del tacto humano. "Hay que guardar la distancia oportuna, unos dos metros, y ungirles el aceite con un algodón con la mano enfundada en un guante. Pero el gesto de tocarles ya no es posible por su carga viral". Son muchas las rutinas que ha trastocado esta pandemia y la práctica religiosa es una de ellas.
"Nos hemos tenido que adaptar rápidamente a esta situación que está resultando delicada para todos, pero lo importante es poder prestar atención espiritual a los pacientes y también a los familiares que así lo reclamen. Nuestra labor es la misma de siempre, a pesar de hacerlo tomando todas las precauciones", explica Dueñas, quien añade que deben ejercer su oficio ataviados con un equipo de protección similar al del resto del personal sanitario dependiendo de la carga viral del paciente.
Su preocupación ante la posibilidad de contagio se debe más al riesgo de ser una correa de transmisión que al hecho en sí de padecer la enfermedad. "Este es el aspecto que nos genera más tensión. Nosotros nos movemos por el hospital, estamos en contacto con más personas ingresadas y tenemos familias, por lo que cualquier precaución es poca. Estamos acostumbrados a pacientes con enfermedades contagiosas y seguimos al pie de la letra, como siempre hemos hecho, toda indicación de las autoridades sanitarias", advierte.
A pesar de las incomodidades o de la incertidumbre con la que se está viviendo este acontecimiento, Dueñas habla con buen ánimo y destaca la importancia de transmitir un mensaje de esperanza a esas víctimas del coronavirus que mueren sin la cercanía de sus seres queridos y, en la mayoría de los casos, sin despedida. "Saber que estamos con ellos, que pueden mirarnos a los ojos o intercambiar una sonrisa les ayuda a morir en paz. También para los familiares supone un alivio comprobar que no han fallecido en absoluta soledad, independientemente de la fe".
Según explica, a las personas creyentes les reconforta sentir la presencia de Dios a pesar de las circunstancias. "Aunque a veces se preguntan dónde está y por qué permite esto que está ocurriendo en el mundo. En ese momento hay que recordarles que Dios no nos está dejando solos, que sí está presente y está sufriendo por todo ello y por todos los que sacrifican sus vidas para ayudar a los demás".
También alguna gente no creyente está buscando amparo en los capellanes de los hospitales durante estas últimas semanas en las que se viven situaciones excepcionales y especialmente dramáticas. "Algunos pacientes -relata el capellán- nos delegan un mensaje de amor para sus seres queridos o una petición de perdón para un familiar con el que no estaba en paz. Son ruegos conmovedores, pero delicados a la hora de comunicar".
Las condiciones resultan duras, pero los capellanes se van habituando a ellas. A veces, si así lo aconseja el personal de enfermería, ni siquiera pueden pasar de la puerta de la unidad donde están los enfermos más críticos. Cuando las circunstancias son idóneas y el enfermo aún está consciente, pasan a la habitación y charlan con él, a dos metros de él y sin prisa, pero sabiendo que el protocolo no le permitirá pasar más de una vez. "Una vez que pasamos a darle la unción lo hacemos con el mínimo material posible, puesto que todo debe ser desinfectado posteriormente. La fórmula de este acto litúrgico la sabemos de sobra, por lo que no necesitamos más que un algodón que untamos con aceite sagrado antes de entrar y lo depositamos junto al resto de desechos contaminados inmediatamente después de ungirle la frente".
Son circunstancias insólitas, pero considera un privilegio poder brindar el consuelo o auxilio espiritual que pueda necesitar esa persona, poder estar allí en un momento tan trascendental y ayudarle a reconciliarse o despedirse de la vida. "Es un acto de fe, pero también de esperanza", subraya.
A pesar de que en los hospitales españoles se continúa practicando este sacramento, la Iglesia está adaptando sus liturgias a la excepcionalidad del coronavirus y una de sus últimas decisiones ha sido conceder el perdón de los pecados o indulgencia plenaria a los creyentes afectados por la pandemia que no puedan recibir la extremaunción y también a sus cuidadores. Según un decreto publicado por el Vaticano, el perdón se amplía a los profesionales de la salud que también se exponen al riesgo de contagio. Dueñas confía en que la religión puede ser ahora un consuelo extraordinario, incluso para los no creyentes, pero entiende que de ningún modo sus rituales se pueden convertir en un vector de infección.
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