Siempre se nos ha educado, y educamos a los más pequeños, para que las personas sean buenas. Es lo lógico, pero siempre hay un lado algo malvado en nosotros, no lo podemos evitar. Si somos totalmente sinceros, en alguna ocasión nos hemos alegrado de la desgracia ajena, de ese fracaso que ha tenido alguien que no nos cae del todo bien o de la derrota del equipo de fútbol que eliminó al tuyo. Lo cierto es que es una sensación común que se conoce como schadenfreude, una palabra alemana que se refiere al sentimiento de alegría, o satisfacción, por el sufrimiento, la infelicidad o la humillación de otra persona.
En alemán 'schaden' viene a significar algo así como daño o perjuicio, mientras que 'freude' todo lo contrario, alegría, por lo que esa palabra alemana tiene todo el sentido para referirse a la emoción de la que hablamos.
Los psicólogos reconocen que es una sensación común, pero que son los niños los que más la exteriorizan ya que los adultos cuentan con más autocontrol y herramientas para ocultar sus sentimientos. Algunos estudios han investigado sobre esta sensación y, uno de 2009, demostraba que las personas somos capaces de generar dopamina, muy relacionada con el placer y la recompensa, cuando disfrutamos de la desgracia ajena. Aunque parezca macabro, en un gran número de ocasiones el schadenfreude aparece en el momento en el que creemos que eso que ocurre es justo, posiblemente por el mal comportamiento previo de la persona.
No obstante, se reconocen diferentes puntos por los que sentimos esa sensación que puede tacharse de cruel. La psicóloga Patricia Ramírez establecía cinco los motivos por los que puede desencadenarse esta emoción en una publicación de El País. Una de las claves es por envidia, ya sea porque el otro tiene algo que tú deseas o porque cuenta con un éxito que no has alcanzado. Una alegría no tan apabullante también puede generarse por el alivio de que no te pase a ti.
Contrario es cuando se produce por venganza o por justicia. Imagínate que alguien te roba el móvil y, en su escapada, se cae y lo pillan, justicia divina. Otro punto es la baja autoestima, ya que la psicóloga señala que existen estudios que demuestran que las personas con baja autoestima tienden a disfrutar más de la desgracia ajena. El último vendría en la línea de la envidia, es la competitividad o la rivalidad.
En la mayoría de los casos, esta sensación no va más allá, es normal y propia de los humanos, pero hay momentos en los que podemos sentirnos culpables o incluso malas personas por disfrutar o alegrarnos de la desgracia de otros.
Sin embargo, si las desgracias que tampoco son tan importantes las llegamos a disfrutar, con otras más graves la mayoría de la población termina teniendo otra sensación, la de compasión. Por ejemplo, cuando un enemigo, por muy mal que nos caiga, sufre un accidente o se le diagnostica una enfermedad, una desgracia que no provoca esa alegría en nosotros como sí lo hacen otras más intrascendentes.