El toque de queda deja como primer efecto el silencio. De repente, a las once de la noche, los lugares se vacían y el silencio se abre paso y se sienta cómodamente. Es reparador. A veces también es lo contrario; el silencio, mezclado con la oscuridad, puede llegar a ponerte de los nervios. En todo caso, en un mundo saturado de ruidos y gritos, de personas y vehículos, que a cierta ahora se interrumpan y oculten no deja de causar perplejidad. Hace un par de meses, en un artículo en The National, titulado 'Ponte la mascarilla y cállate', un profesor de la Universidad de Colorado sostenía que "si todo el mundo dejara de hablar durante un mes o dos, la pandemia probablemente desaparecería" como resultado de la reducción a casi cero de gotículas o aerosoles.
Pero, ¿sería ese un escenario posible? ¿Funcionaría, aunque fuese durante dos meses, el mundo por gestos, guiños, ademanes, a través de mensajes en trozos de papel, pizarras, pantallas? ¿Saldría adelante una gran empresa, un gobierno, una familia, un colegio, una relación de pareja en silencio, a base de notas escritas? Cuesta simplemente imaginarlo. ¿Es capaz una sola persona estar callada un día entero, dos días, una semana completa? Recuerdo que Max Aub relataba en 'Crímenes ejemplares' cómo una mujer acababa con la vida de otra porque no sabía estar en silencio. "Y venga a hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviese yo donde estuviese, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Tendría que pagarle sus tres meses. Además, sería capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callase. No murió de eso, sino de no hablar: le reventaron las palabras por dentro", escribía Aub.
El silencio consigue volverse hipnótico cuando interrumpe con su envergadura el habitual ruido. En 1959, un grupo de estudiantes universitarios de Detroit introdujo dos discos en la gramola de la cafetería del edificio de Actividades Estudiantiles, uno contenía un prolongado silencio y el otro apenas emitía un pitido corto cada quince segundos. Parecía una broma sin demasiada gracia, hasta que la gente empezó a pincharlos insistentemente. De hecho, sus superficies se desgastaron y tuvieron que ser reemplazados. "Otros clientes estaban dispuestos a pagar por el sonido, pero había un grupo dispuesto a poner monedas de cinco centavos en la máquina de discos a cambio de nada en absoluto", contaba maravillado en la época un reportero de Billboard, revista especializada en la industria musical desde 1894.
Muchos años después, en 2006, la revista médica Heart publicó un estudio que encontraba que el silencio resultaba "más efectivo para reducir la frecuencia cardíaca y la presión arterial que la música relajante", y que en realidad las personas "se relajan más durante la pausa inadvertida entre canciones". En un sentido parecido, en una novela de Giovanni Papini titulada 'Gog', uno de sus personajes dice que "toda la música tiende al silencio y toda su potencia está en las pausas entre uno y otro sonido". Así que vamos a relajarnos todos acabando este artículo ahora, de golpe, ya.