El socialista Óscar Puente se ha convertido en el inesperado gran protagonista de la sesión de investidura de Alberto Núñez Feijóo, no sólo por su incendiaria intervención en el Congreso, también por su posterior reacción en X (antigua Twitter) compartiendo mensajes con los que se mostraba orgulloso de haber dejado KO al líder popular, reconvertido en un boxeador magullado con un montaje fotográfico, y proclamas belicosas como "Si lo matas, empatas". Las redes como un ring de boxeo en el que se concentran excesos verbales, descalificaciones e insultos. Un hervidero de crispación e improperios que rara vez se aceptarían en las instituciones y que son todo un ejemplo de cómo no deberíamos comportarnos en el mundo real, y por tanto, tampoco en el virtual.
La lista de políticos que han generado controversias en Twitter es larga y salpica a todos los colores. Algunas son perfectamente intencionadas -no en vano el 74% de los usuarios valoran que los líderes se mojen en temas de actualidad aunque sean polémicos- y otras son fruto de desahogos que no se han pensando dos veces. Más de uno se arrepiente después y borra las pruebas de la vergüenza. Y alguno ha habido que ha terminado dimitiendo de su cargo como consecuencia de las presiones. Sea como sea, veamos qué no hay que hacer nunca en la redes sociales para no tener que avergonzarnos después.
Muchas veces nos lanzamos a la arena pública dominados por emociones negativas, sin equilibrar nuestro estado mental. Tuitear bajo los efectos de la ira es un error muy frecuente. Y muchas veces termina en arrepentimiento. Más conveniente sería dejar el mensaje pendiente y escribirlo en otro momento. Por si fuera poco, los tuits negativos tienen una fuerte correlación con la mortalidad por enfermedades cardiacas, según un estudio de las universidades de Pennsylvania y Northwestern. El ya expolítico Carlos Girauta es en un tuitero adicto a las polémicas en caliente. Una de las más escandalosas fue cuando cargó contra sus excompañeros de Ciudadanos. “He dejado mi tierra y he roto con muchos amigos por defender la libertad. Vosotros, traidores, me vais a comer la polla por tiempos”, escribió directamente desde el lodazal.
Es muy sencillo patinar cuando en el ardor de un momento de euforia uno coge el móvil para tuitear. Pasarse de frenada, mezclar churras con merinas, soltar algo completamente fuera de lugar y formar un buen revuelo es muy habitual en estos casos. Es lo que le ocurrió al exdiputado de Podemos Pablo Echenique cuando felicitó a Carlos Alcaraz por su victoria en Wimbledon ante Novak Djokovic y aprovechó para cargar contra el serbio acusándole de "ultraderechista, putinista, amigo de genocidas serbios y terraplanista antivacuna", algo que no tardaron en afearle muchos tuiteros.
Según un estudio de Amnistía Internacional de 2018 los mensajes más ofensivos tienen más posibilidades de tener más interacciones. Los tuits más tóxicos son los que más conversación social general. Pero cuando se pasa de la falta de respeto al insulto grave se pierde toda la razón. Los políticos deberían de servir de ejemplo en este sentido, pero muchas veces sucede todo lo contrario. Especialmente desafortunado fue el comentario del alcalde de Villar de Cañas (Cuenca), José María Saiz, del PP, cuando degradó a la ministra de Igualdad, Irene Montero, asegurando que accedió al cargo por practicar felaciones a Pablo Iglesias. El PP reaccionó de inmediato anunciado la apertura de expediente informativo.
Santiago Abascal, el líder de Vox, es especialista en herir sensibilidades de tendencias políticas que no coinciden con la suya. Fue muy criticado el tuit que escribió cuando partidarios del expresidente estadounidiense Donald Trump irrumpieron en el Capitolio de Estados Unidos. "Me extraña que a la izquierda progre le parezca tan mal el asalto al Capitolio. Aquí tenemos a un vicepresidente que llamaba a asaltar el Congreso. Aquí tenemos a una Generalidad gobernada por los que asaltaron el parlamento catalán”, empezaba su hilo de tuits.
No se suele hacer casi nunca, pero pedir disculpas cuando se ha cruzado una línea roja debería ser más habitual en las redes sociales. El portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián, es uno de los políticos más cañeros en Twitter, todo un experto en incendiar la opinión pública pero haciendo casi siempre uso de una ironía muy cáustica. Ahora bien, también ha pedido perdón cuando lo ha creído necesario, por ejemplo al expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont por haberle llamado "tarado". ""No me expresé bien, evidentemente no quería insultar a nadie", dijo después.