Clandestino no es prohibido, al menos no mucho. Como indica su raíz latina 'clam', es lo que se hace furtivamente y a escondidas. "Aquello que es secreto o que se desea mantener oculto, en especial por temor a la ley o a las autoridades o, incluso, al descrédito causado por el rechazo de la sociedad ante determinados comportamientos", aclara el lingüista Ricardo Soca. Su uso se hizo corriente en el siglo XV para referirse a amores adúlteros y casamientos de cristianos con moras o judías, que tanto daban que hablar. Hoy lo clandestino nos conduce a otros placeres más allá del amor.
Clandestino es esa puerta que no debe abrirse, la lectura de una obra censurada, el libro escondido en la balda más inaccesible, tocar aquello que está vetado, amar a quien no se debe, una clave de acceso, la pertenencia a un club privado, el ingrediente oculto de un plato o ese licor prohibido de los poetas malditos.
Para el psicólogo y bioquímico británico Michael Balint, uno de los mayores investigadores de este tipo de comportamientos, es la atracción por el lado oscuro de la vida con una sensación de control que genera un grado muy elevado y excitante de satisfacción. Lo clandestino es una forma muy gratificante de conquistar la libertad. El bioquímico Dean Hamer, del Centro Nacional del Cáncer, en EEUU, detectó una controvertida conexión entre esa atracción y una deficiente actividad del gen D4DR en los llamados buscadores de novedades y desafíos excitantes.
No obstante, la necesidad de explorar lo oculto y escapar de de la monotonía es universal y hay experiencias irresistiblemente tentadoras más cercanas de lo que creemos.
Son locales que se reservan el derecho a admisión y suelen esconderse en los lugares más insospechados, a veces en la trastienda de sitios conocidos. Ocultos detrás del guardarropa o en la prolongación del almacén. Normalmente se accede a ellos a través de una contraseña, aunque el gran desafío puede ser dar con la puerta correcta. Francisco Umbral menciona en 'La década roja' el restaurante Picardías, situado en un piso de la calle de La Cruz, en Madrid. "Los restaurantes de piso suelen ser los mejores de cualquier ciudad", decía él. En Picardías, ya clausurado, cenó con Fraga y los redactores de Hermano Lobo, revista satírica que en los ochenta ya languidecía.
"Y allí estaba Fraga, facundo y fecundo, comiendo codillo, congestionado de sí mismo", escribió después. También Manuel Vicent contaba en una de sus columnas de El País que Picardías fue el lugar de encuentro, una vez por semana, entre 1972 y 1976, para planificar el número siguiente de Hermano Lobo. "Sentados a la mesa estaban Forges, Chumy Chúmez, Perich, Ops y Summers con Umbral, Cándido y José Luis Coll, entre otros". Allí descubrieron, entre las endibias y el ligero amargor que llevan en su alma, el placer de debatir en clandestinidad, uno de los mayores goces para estos intelectuales.
En el Madrid actual hemos descubierto el Hemingway Cocktail Bar, considerado uno de los templos canallas más exclusivos de la capital. Su nombre está inspirado en el célebre escritor y en la Ley Seca de los años 20. Está decorado con sillones de terciopelo rojo, moqueta de leopardo, espejos envejecidos por todas partes y detalles en dorado. La barra incorpora el retablo de una antigua capilla parisina. Se accede a través de una puerta camuflada entre los azulejos blancos y las taquillas de un aseo mixto situado en un hotel de 5 estrellas en la calle del Marqués de Casa Riera. Por supuesto, requiere autorización previa.
Nos sorprendería descubrir lo que esconden algunos sótanos de los locales más populares de las grandes ciudades. Clubs, coctelerías y auténticas catedrales abovedadas donde desatar cualquier pasión. Se accede con contraseña y en ellos se cuida hasta el mínimo detalle. Uno de los pioneros en la apertura de nuevos locales secretos es el barman Javier de las Muelas.
En 2002 abrió en Barcelona el Speakeasy, un pequeño local reservado que se ha diseñado a imagen y semejanza de los locales clandestinos de Chicago. Está dentro del almacén de botellas del coctel bar Dry Martini, en la calle Aribau. El cliente tiene que llamar al timbre y dar una contraseña. A continuación, entra en un laberinto de pasillos que desembocan en una exquisita sala con luz tenue, jazz y una cristalera que permite disfrutar de una lujosa bodega y cuadros de Francis Bacon. El nombre hace referencia a las palabras "speak easy, speak easy, boy" que pronunciaban quienes frecuentaban el Chicago clandestino para no levantar sospecha.
Las crónicas de cualquier sociedad están cargadas de deseos imposibles y relaciones extremadamente difíciles que a veces se consuman en el más absoluto anonimato, devociones que se convierten en obsesiones y amistades peligrosas vividas tal y como las describió el novelista francés Pierre Choderlos de Laclos. Un dato muy revelador: entre el 10 y el 30% de las parejas simulan roles clandestinos en sus relaciones para elevar la tensión sexual. De algún modo, reviven esa lucha entre lo que se desea y lo que la sociedad transmite en forma de rechazo y al mismo tiempo morboso.
Después de indagar en lo más íntimo de los encuentros amorosos para componer 'Amores difíciles', el escritor Ítalo Calvino concluyó que realmente el momento culminante es el viaje hacia esa atracción fatal o imposible. Ahí es cuando de verdad concurren la expectación, el delirio o la fascinación por el desafío. Una vez que el acto se consuma, el encanto de lo clandestino se desvanece.
El juego ilegal contiene el magnetismo de lo prohibido. Si no hubiera una ley que burlar, no tendría la misma aceptación. En cualquier país del mundo, la Policía desmantela continuamente partidas ilegales de póker con cantidades ingentes de dinero sobre la mesa, croupiers, barra libre, catering y otros servicios. En España, el juego mueve unos 42.000 millones de euros y las multas por participar en timbas clandestinas superan los 3.000 euros.
El organizador puede ser sancionado con cantidades que van de 9.000 a 600.000 euros. No siempre es fácil descubrir estos encuentros, a pesar del despliegue policial. Aunque exista sospecha, sus protagonistas cuidan bien su anonimato y otros detalles, como su localización o la hora fijada.
El póker millonario nos traslada al glamour de Hollywood y las famosas partidas del actor Tobey Maguire que, hasta hace bien poco, celebraba en su casa con famosos y adinerados empresarios. Leonardo DiCaprio, Matt Damon y Ben Affleck están entre sus invitados. Antes de entrar, debían quitarse los zapatos.
Acabó trasladando estas reuniones clandestinas a un local de Los Ángeles y a una habitación en el hotel Four Seasons. Él fue quien inspiró la película ‘Molly’s game’. Nunca se le pilló y si luego se supo fue porque el productor Houston Curtis, uno de los participantes en estas quedadas, lo publicó en su libro ‘The billion dollar Hollywood Heist’.