El año 2023 da sus últimos coletazos. El mundo gira a toda velocidad. La Inteligencia Artificial es noticia un día sí y otro también. Las adicciones de los más jóvenes a las pantallas preocupan cada vez más a sus mayores (a veces sin darse cuenta de las propias). La gente busca likes con ferocidad y se informa a través de 140 caracteres. Corren malos tiempos para la filosofía… ¿O no?
Carlos Peña es doctor en filosofía, además de rector de la universidad chilena Diego Portales, abogado y escritor. En su libro ‘Por qué importa la filosofía’ (Taurus) trata de explicar lo necesario que es detenerse a reflexionar en los tiempos que corren, donde considera más importante que nunca acudir a la filosofía y a las humanidades pese a que también estén más arrinconadas que nunca.
“El hecho de tener que auto justificarse es uno de los rasgos más antiguos de la propia filosofía. Russell decía que la ciencia es lo que sabemos y la filosofía es lo que no sabemos. Él decía que a medida que se expandiera la ciencia, la filosofía iría perdiendo su sitio. Sin embargo, esto no ocurrió porque nos fuimos dando cuenta de que la filosofía no se ocupa del mundo empírico sino de la manera que tenemos de conocer el mundo empírico. Garantiza que podemos conocer sin darnos conocimiento alguno”, argumenta para empezar Carlos en charla con Uppers desde Chile.
La conversación transcurre en busca de un tono cercano, que no resulte demasiado complejo para explicar conceptos que sí lo son pero que apuntan a trascendentales tal y como funciona hoy en día la sociedad. “El hecho de que la filosofía haya ido desapareciendo de las aulas y cada vez se estudie menos se debe a la modernización capitalista que han experimentado todos los países. Esto está impregnado de una cultura de lo útil, nos educan para desenvolvernos con agilidad en el mundo del trabajo, para ser eficientes y cumplir con rigor las reglas de la sociedad. Cometemos un tremendo error desalojando a la filosofía y las humanidades de los currículos escolares y universitarios. Estamos convirtiendo a la gente en bárbaros especialistas, en robots deshumanizados”, nos explica no sin cierto regusto a desánimo.
Carlos Peña tiene clara la tendencia de la sociedad: “Ahora conciben las universidades como si su única función fuera formar personas para el mundo del trabajo y la de las escuelas formar chicos para el ingreso en la universidad o el mundo laboral. En un mundo así, las humanidades, la literatura y la filosofía estarían de más, serían reflexiones prescindibles, ensoñaciones inútiles y una pérdida de tiempo”.
Y por ello entiende que “hoy en día es cuando más necesaria es la filosofía, no tengo duda de ello. Necesitamos ciudadanos conscientes, capaces de pensar por sí mismos, que no se dejen contagiar por entusiasmos repentinos, que se distancien de los fenómenos de masas que suprimen la individualidad… Para eso debemos desarrollar a unas nuevas generaciones con costumbres reflexivas. Si no lo hacemos vamos a estimular el comportamiento de masas, que no es más que la supresión del yo, hundirse y dejarse arropar por la multitud. Eso lleva a suprimir la idea de responsabilidad y del yo. Si esto sucede desaparece la libertad”.
Sirva como ejemplo echar un vistazo medio siglo atrás: “Si uno retrocede 50 años atrás los filósofos como Sartre u Ortega eran los grandes hombres de cultura, los que guiaban y enseñaban a los ciudadanos. El intelectual tenía un lugar central en la cultura y la sociedad. Hoy en día las cosas han cambiado y los filósofos están reducidos a figuras marginales que hacen estudios especializados que solo leen los iniciados. Y los que tienen cierta influencia están obligados a ser figuras mediáticas que usan las claves de la comunicación masiva para darse a entender. El filósofo como guía de la cultura ha desaparecido. Habrá que esperar algún tiempo, espero que corto, para que la filosofía vuelva y que esto sea nada más que un recreo que la cultura le ha concedido a los filósofos”, suspira Carlos.
Volvamos a 2023 y a la más cruda realidad del día a día. Twitter, Instagram y la velocidad vertiginosa con la que nos movemos: “Las redes sociales alejan a la gente de la filosofía porque requiere el esfuerzo intelectual que demanda la lectura. Eso no pasa hoy en día, no hay tiempo. Las nuevas generaciones están entrenadas y educadas para la lectura de breves textos de pocos caracteres, que es lo que encuentran en las redes. Ahora se buscan frases determinantes para que circulen en busca de likes y aplausos. Este modo de interacción está desplazando a la cultura esforzada y sosegada del libro. ¿Quién se atreve hoy a sentarse tranquilamente a leer La crítica de la razón pura? Nadie”.
Carlos va incluso más allá cuando nos detenemos a charlar sobre influencers, streaming… “Si el mundo tiende a que la gente gaste su tiempo en ver cómo juegan a videojuegos otras personas, estamos perdidos. Pero confiemos en que las humanidades y el esfuerzo reflexivo, aunque cambien su formato, van a sobrevivir”.
¿Y la inteligencia artificial? “Es un instrumento para usar bases de datos con gran rapidez e inteligencia, pero no piensa. No es capaz de hacer preguntas inéditas, tener inquietudes… La IA ayuda a pensar y no podemos derogarla, pero lo que nos permite es bañarnos en un mar de información. Para orientarnos en ese mar se requiere una capacidad de reflexión que no la provee la inteligencia artificial”.
Cambiemos de tercio y acerquemos a la sociedad desde la política. Si la tecnología no era un nicho donde su buscar esperanza para la filosofía, este quizá aún menos. Nos muestra la escasez de reflexión actual. “Echo de menos entre las élites que dirigen el mundo a gente con capacidad reflexiva. Muchas sociedades contemporáneas están en manos de personas que bajo ningún concepto nos parecen estimables. Son personas que tienen una visión del mundo extremadamente simplista, extremadamente sencilla y promueven una ideología de digestión fácil", explica.
Y Sigue: "El mundo para ellos se divide entre élites explotadoras y pueblo explotado. El destino del mundo está en manos de personas irreflexivas y simplistas. Además, están consiguiendo polarizar a la sociedad porque ese es su negocio: reducir la vida social a uno o dos factores y esgrimir que son ellos los que pueden manejarlos. Invitan a las personas a confiar en líderes providenciales que serían ellos, los políticos”.
La duda y la decepción con la clase política actual es patente en el filósofo. “Los políticos son capaces de abandonar los valores más preciados de la sociedad a cambio del poder. Esto es tan sorprendente como poco esperanzador. La voluntad popular se ha convertido en moneda de cambio por el poder. Es una ola de populismo que afecta a todos los rincones del mundo. Por eso necesitamos ciudadanos conscientes que no comulguen con ruedas de carreta. Eso sí, no se puede reflexionar, filosofar y ser consciente sin un esfuerzo intelectual grande”, explica.
Así pues, a grandes males… filosofía. “Debemos dudar hoy más que nunca, con una actitud de escepticismo y desconfianza sobre el mundo. Esto desataría la reflexión propia, que es indispensable. La democracia descansa en la idea de que somos individuos reflexivos, capaces de conducir nuestra propia vida y responsabilizarnos de ella. Si suprimimos eso hay valores importantes de la convivencia democrática que se verían afectados y estropeados. La filosofía no genera utilidad en el sentido práctico, pero nos da la conciencia reflexiva de lo que somos y, con ello, nos enseña que no hay nada definitivo, nos inocula la duda y nos hace estar alertas frente al mundo y las ideas”, afirma el filósofo.
De este modo, puntualiza Carlos Peña, evitaremos la docilidad: “Vivimos en un mundo donde el valor y lo que consideramos estimable ha sido reducido al valor de cambio, a la posibilidad de ser intercambiado por otra cosa en un mercado gigantesco de servicios. Ahí la reflexión filosófica no tiene ningún valor, pero tiene una gran virtud que es permitirnos asomarnos críticamente al mundo que tenemos, es decir, tomar distancia y tener esperanza de que puede ser distinto. Además, nos lleva a evitar la docilidad, algo que es imprescindible para las nuevas generaciones, a las que hay que enseñarlas a no recibir el mundo con docilidad. Deben hacerlo con sospecha y distancia”.