“Todo empezó en un viaje a Estados Unidos. Entré en el Museo de Arte Moderno y me di cuenta de que había piezas de ordenadores que parecían estatuas. En especial, los de la época de Steve Jobs, año 2000, con diseños muy bonitos, todo con cromados o plásticos con formas atractivas. Aunque algo inútiles, eran preciosos. Todos eran muy llamativos”.
Así explica Pablo Negre, uno de los mayores coleccionistas de tecnología retro de España (hay cerca de mil “locos” como él), cómo comenzó su idilio con los ordenadores, aunque él ya era fan de Apple antes de aquello. No en vano, en aquel viaje aprovechó para conocer la casa en la que Steve Jobs comenzó todo y reconoció también su coche (era público que conducía un Mercedes sin matrícula).
“Era una época en la que Apple era caro y no ofrecía mucho, pero entré en eBay y empecé a ver que esos diseños podían encajarme así que me di cuenta de que podía seguir mi colección de Apple y cosas bonitas”, añade.
Sin embargo, el pistoletazo de salida real a una colección que ahora cuenta con cerca de 30 ordenadores distribuidos entre su despacho y el resto de su casa (“los más bonitos los pongo como estatuas y hago exposiciones rotatorias por casa”), lo dio junto a su abuelo: “A arrancar con esta colección me ayudó mi abuelo, que recordó que en su empresa trabajaban con ordenadores Apple y el día que cumplí 20 años me regaló un Macintosh antiguo. Él me metió de lleno en el tema de los Apple”.
Apple fue sólo el comienzo para Pablo, que fue abriendo su colección a todo tipo de computadoras. “Ahora me interesa más que sean importantes para la historia. Empecé con Macintosh y luego fui abarcando todo el catálogo a medida que encontraba buenas ofertas en eBay. Cuando conseguí todos los ordenadores de Apple que me gustaban, conocí a un grupo de frikis en España que me animaron a coleccionar máquinas que no fueran Apple”, relata.
“Me apasiona la historia de la informática y me encanta averiguar cómo hemos llegado a este punto. Sigo paso por paso lo que pasó desde mediados de los 70 en adelante, cuando se impuso el transistor”, añade un Pablo que no tiene ni mucho menos descartado ir a por lo que él llama “ordenadores tipo nevera”.
“Tengo conocidos que tienen máquinas grandes y me está empezando a picar el gusanillo de ese tipo de ordenadores, aunque comprarlos y transportarlos es un lío importante porque pesan mucho”, apunta.
Algo que puede llamar la atención es que en una colección de piezas tecnológicas no es excesivamente relevante si funcionan o no. Es algo más estético. Cierto es que es preferible lo primero. “Los intento comprar en las mejores condiciones posibles, tanto estéticas como internas. Todos los que tengo funcionan, pero últimamente prefiero preservar que restaurar. Me llena más abrir una de estas máquinas y ver todos los componentes datados por su época, aunque no funcionen”.
De hecho, este tipo de máquinas tienen más valor si todas sus piezas son originales que si se ha sustituido alguna para su correcto funcionamiento. El único componente que no le resta valor haberlo cambiado es la fuente de alimentación, que se estropea con muchísima frecuencia y no es algo clave a nivel interno.
Y si hablamos de precios nos damos cuenta de que esto de coleccionar tecnología retro no es una afición precisamente barata. “Se alcanzan cifras astronómicas. El Apple I, por ejemplo, puede costar entre 300.000 y 800.000 euros. Otros, como el Altair, pueden costar unos 10.000 euros si están completos y funcionales”, nos explica Pablo Negre.
Es difícil encontrar uno barato. La gráfica entrelaza escasez, importancia histórica y tamaño. El Apple I, que se fabricó en 1976, fue el primer ordenador que combinó un microprocesador con una conexión a un teclado y a un monitor. Apenas se fabricaron 200 unidades, así que cumple todos los requisitos para ser una pieza codiciada. Por eso es tan caro.
Luego está el Lisa I, “que es escaso y costoso debido a su importancia histórica”, comenta un Pablo que cuenta en su colección con máquinas muy importantes: “Muchos de los que tengo podrían sacarme de un apuro si lo necesitara. Tengo el Altair, primer ordenador personal, y otros como el Apple Lisa, que tienen gran demanda. Conseguir un Lisa me tomó años porque esperaba una ganga y no existen. Al final acepté pagar su precio y, probablemente, podría haberlo comprado más barato. También tengo varios Apple II”.
Los chollos, como bien explica Pablo, son pocos o ninguno en el mercado a día de hoy. Todo el mundo puede comprobar si lo que guarda en el desván tiene algún valor o no.
Sin embargo, de vez en cuando aparece alguno: “Un amigo encontró un ordenador japonés de los años 70 en Wallapop por 40 euros y él sabía que valía unos 12.000 así que le ofreció al propietario 2.000 euros. El dueño aceptó por la honestidad de mi amigo al informarle de que su pieza era infinitamente más valiosa y a pesar de recibir ofertas mayores posteriormente”.
Son más comunes los errores en los anuncios que los chollos. “A veces encuentras algo mal anunciado, con erratas en el nombre o algo así que sólo has visto tú y puedes hacer una buena oferta”, comenta un Pablo que cada día dedica media hora antes de ir a la cama a rastrear la red (eBay es el principal mercado, pero no se puede descuidar Wallapop) en busca de posibles compras.
Cuando encuentra alguna novedad, pone en marcha la maquinaria. “Lo mejor es usar programas que lanzan la puja automática en el último segundo para no dejarse llevar por el corazón y pagar de más. Debes tener claro tu precio y fijarlo. Esto también me ha supuesto perder compras por poquísimo dinero, pero me ha evitado gastar mucho sin sentido”, confiesa.
La gente del mundillo, en general, tiende a ayudarse en lugar de competir o tratar de engañar para conseguir gangas. Más aún si existe amistad de por medio. “En España somos pocos coleccionistas de tecnología, pero muy frikis. Ahora, de hecho, está de moda ser friki. Lo que antes era una desventaja ahora parece ser que no lo es. Cada vez que sale una puja seria competimos entre nosotros, pero nos respetamos. Nos conocemos bien y pactamos las pujas para no pisarnos. No sería inteligente encarecernos nosotros mismos los productos”.
Pablo, al menos por ahora, ni se plantea poner su colección a la venta. “Si algún día necesito el dinero o tengo un proyecto más importante, lo haría. Al fin y al cabo, son sólo objetos. Cuando haces una compra elevada, te consuela pensar que puedes volver a venderlo a ese precio o más. Es más fácil gastarse 4.000 euros en un ordenador de colección que en un Apple moderno o un frigorífico”, apunta.
Así pues, de momento, Pablo continuará aumentando su ya de por sí valiosa colección, aunque no descarta que llegue el momento de dar un golpe de timón. “Me veo continuando con esta colección muchos años. A los 50, a los 60… hasta que alguien me ofrezca un Apple I o un Lisa I y pueda cambiar toda mi colección por uno de esos”.