Si Nueva York tiene el Actors Studios, el centro de actores que formó a Marlon Brando, Montgomery Clift o Marilyn Monroe, Madrid puede presumir de Amor de Dios, una de las escuelas de flamenco con más raigambre. Este año celebra siete décadas de vida con la exposición 'Por Amor de Dios, 70 años bailando', en el centro cultura Pilar Miró, donde se le rinde tributo dentro del festival Miradas Flamenkas.
Y puede que el mercado de Antón Martín, que es donde está ubicada Amor de Dios, en la segunda planta del número 5 de la calle Santa Isabel, no desprenda el glamour de Manhattan, pero te hace sentir el pellizco del flamenco puro desde la misma puerta de este monumento a la danza. Sus aulas emiten fuerza, estética, carisma, estilo y disciplina. Y como decía Camarón, esa capacidad de transmitir es la única escuela del flamenco.
¿Qué hace Madrid bailando por bulerías, seguiriyas, soleás y alegrías? ¿Qué lleva a arrancarse por peteneras? ¿Qué hizo que el duende flamenco recalase con tal fuerza en el barrio más castizo y a la vez bohemio de la capital? Habría que haberle preguntado al bilbaíno Juan María Martínez de Bourio (1917-2008), impulsor de todo esto en 1953 y responsable de la formación de bailaores tan grandes como Antonio Gades, Víctor Ullate, Antonio Canales, Joaquín Cortés o Sara Baras.
Hijo de notario y huérfano de madre desde los dos años, creció en un ambiente estricto, pero liberal. Desde muy joven contactó con artistas y conoció a grandes personalidades, como Federico García Lorca. Tras el fallecimiento de su padre, en 1945, emprendió un viaje a Madrid lleno de ilusiones. No tenía claro cómo encaminar sus pasos, pero sabía que tomaría el camino del arte. A principios de los 50, en la liquidación de bienes de la compañía en la que trabajaba, cayó en su poder un almacén del número 24 de la calle Montera. Fue el origen de los estudios Amor de Dios y el principio de una leyenda.
Acondicionó este espacio con la idea inicial de convertirlo en un local de ensayos. Uno de los primeros bailarines que llegó fue Antonio Gades, que inició su formación con la maestra Palitos. Muchos de sus alumnos fueron pasando de pupilos a maestros. Es el caso de Güito. Su madre le llevaba a los estudios de la calle Montera y Bourio acabó contratándole como artista en solitario en actuaciones en España y en el extranjero. Con el tiempo fue uno de los maestros más carismáticos con cursos, clases magistrales y ensayos para los espectáculos de sus artistas.
A finales de los 50, la escuela se trasladó a la calle Amor de Dios, de donde tomó el nombre. Bourio pasó sus últimos años con estrecheces económicas y poca salud. Aun así, con su fuerza y la de los artistas, encabezados por Joaquín San Juan, su director actual, consiguieron mantener en pie a Amor de Dios. En 1993 se mudaron a Fray Luis de León para acabar finalmente en la planta alta del mercado Antón Martín. En agosto de 2003 se inauguró su nueva sede.
En Amor de Dios se han curtido los grandes. Desde La Uchi y Toni El Pelao -además de los artistas mencionados- a la última representante española de Eurovisión, Blanca Paloma. Su propuesta, una invocación a la energía femenina de sus ancestros, tenía como esencia ese flamenco que pulió en el corazón del mercado Antón Martín. La cantante llevó a Liverpool, la ciudad en la que se celebró, un trocito de Amor Dios. Son siete décadas y la lista sería interminable. Tomás Madrid, La China, Maruja Palacios, Merche, La Tati, Antonio Reyes, Alberto Losas o Miguel Cañas. Es punto de referencia internacional para la gran mayoría de los bailaores y artistas flamencos en cualquiera de sus disciplinas.
La escuela ha traspasado fronteras y de Amor de Dios se habla hasta en los lugares más insospechados gracias a algunas de las figuras que se formaron en ella. Por ejemplo, Martin Santagelo y Soledad Barrio, un neoyorquino y una madrileña que en 1993 crearon la compañía Noche Flamenca y convirtieron una iglesia del Upper West Side de Manhattan en un tablao flamenco. Se habían conocido en la escuela Amor de Dios.
Él era hijo de una bailarina de la compañía de danza de Marta Graham que durante los últimos años del franquismo acogió en su casa a grandes figuras del flamenco. A Soledad las ganas de flamenco le llegaron al ver la película 'Bodas de sangre', de Carlos Saura. The New York Times les dedicó en 2015 la portada de su suplemento cultural.
También la biografía artística de la mexicana Rosario Ancer arranca en Amor de Dios. Allí aprendió todo el flamenco que tenía que saber para lanzar en Vancouver (Canadá) su propia compañía, Flamenco Rosario, y un festival que lleva su sello. De Vancouver es su marido, el guitarrista Víctor Kolstee.
Admiradora de Lola Flores desde pequeña, el flamenco se apoderó de su alma mexicana después de asistir en Ciudad de México a un espectáculo de la compañía de Manuela Vargas con Los Junco y el legendario cantaor El Moro. Decidió ahorrar y vender su coche para llegar a los estudios de Amor de Dios. Ahí conoció a sus maestros María Magdalena y Ciro, integrantes de la película 'Carmen', que Carlos Saura rodó, al menos en parte, en este mítico espacio.
El centro vivía en esa época -finales de los 70- su edad dorada, con los ensayos del Ballet Nacional de España y Antonio Gades. En sus alrededores era habitual ver a Lole y Manuel, Paco de Lucía, Serranito y otros grandes artistas que estamparon en Amor de Dios su forma de sentir el baile, entender el cante y practicar las palmas. Precisamente, una de las virtudes de esta escuela es que, en lugar de academicismos y de seguir un método de formación convencional, promueve la singular personalidad de cada artista.
Es el legado que mantiene San Juan. Un flamenco que no es único, sino que nace del fuego de cada artista y de su manera íntima de hacer las cosas. Cada una de sus historias anima a recorrer la galería del centro cultural Pilar Miró que durante todo el mes de noviembre expone este rico patrimonio de la danza española con documentos, cartas, contratos, bocetos de trajes, carteles de espectáculos y fotografías de sus artistas.
Buena parte procede del archivo personal de Bourio, que lo donó a la Comunidad de Madrid en el año 2002. Esta peculiar forma de entender la enseñanza, respetando el proceso creativo del artista, ha contribuido a su prestigio y explica por qué es el elegido como lugar de formación para bailarines de todo el mundo.
Es el ejemplo vivo de cómo el flamenco aviva el sentido del esfuerzo y de la constancia, al tiempo que saca la esencia del ser humano. Como siempre ha repetido San Juan, no consiste en una técnica, sino en "lograr poner de punta las neuronas". Es otra manera de meditación, con el tacón que pisa fuerte el suelo y el brazo que se eleva al cielo.